Paisajes Blancos Op. 47a, de Takashi Yoshimatsu
Por Camila Leal
Takashi Yoshimatsu (1953, Tokio – Japón) es un compositor contemporáneo que, al igual que Tōru Takemitsu, no recibió una educación formal en música, sin embargo, su instinto de creatividad autodidacta lo posiciona como un compositor de renombre. La fusión de sonoridades que emplea, armonías y colores tímbricos que teje nos envuelve en una mística fusión del ambiente oriental y occidental.
Yoshimatsu plasma en muchas de sus obras musicales una profunda devoción por la naturaleza, construyendo un puente entre lo sensorial y espiritual a través de fibras tímbricas. El tratamiento de forma y armonías que evoca es el resultado de estilos musicales variados, destacando, en Paisajes Blancos, el estilo neorromántico libre. A grandes rasgos, la estética del romanticismo está basada en conciertos y sonatas donde encontramos compositores como Chopin, Schubert, Schumann, Mendelssohn, Wagner (sólo por nombrar algunos), donde el objetivo consiste en exteriorizar y crear un vínculo entre el mundo interno y externo que rodea al ser humano y lo que le afecta a través de la música instrumental. En otras palabras: expresar lo inefable de la existencia a través de una expresividad pictórica musical, creando paisajes sonoros, donde el viaje, por medio de los sentidos, sea el eje fundamental para llegar al nervio de los estados más profundos e íntimos del ser.
Yoshimatsu, luego de transitar por diversos estilos compositivos y musicales —donde destacan la música atonal, rock progresivo, jazz, música folclórica japonesa—, sobresale en el estilo antes mencionado (neorromántico libre), al emplear un mayor uso de cromatismos, colores tímbricos más experimentales, armonías entremezcladas y difusas generando una atmósfera completa y amplia. De su repertorio compositivo tenemos el Concierto para piano Memo Flora, Op. 67, While an Angel Falls into a Doze…, Op. 73, White Landscapes, Op. 47a, entre otras. Obras que forman parte de un mismo disco musical con una estética familiar entre sí.
Para entrar en materia, en palabras del mismo compositor:
«Paisajes Blancos está inspirada en pinturas del artista Soichiro Tomioka (1922 – 1994, Japón) y consta de tres piezas breves: Adivinación por la nieve (Adagio), Quietud en la nieve (Moderatto) y Desaparición de la nieve (Largo). Todas describen el campo japonés cubierto de nieve. Fueron producidas por la comisión Tomioka-White Museum en el verano de 1991. Originalmente fue escrita para trío: flauta, cello y arpa; sin embargo, en el invierno del año 1997 se orquesta para flauta, cello, arpa y un ensamble de cuerdas”.
Cada sección, a medida que se va presentando en esta primera pieza, tiene un carácter propio con variaciones del tema expuesto, las que se irán desarrollando entre el juego de texturas. La obra inicia desde lejos con la llegada de una nota quieta en la flauta traversa en pianissimo, intensificando el volumen mediante un crescendo que se abre con la entrada del arpa y las cuerdas. Con tan sólo cinco o diez segundos de música, la sonoridad nos envuelve en un lirismo que nos guiará a través de un paisaje sonoro con ciertos tintes del impresionismo estilo Ravel o Debussy. Continuamos con la entrada del violoncello al unísono con la flauta, insistiendo en el estado previamente presentado con un expresivo diálogo para abrirse vuelo mediante cromatismos, adagio que tiene un pulso tranquilo y que el compositor titula: Adivinación por la nieve.
Llegamos a la segunda pieza, que lleva por nombre: Quietud de la nieve. Esta pieza nos lleva por espacios luminosos y otros más oscuros, destacando el equilibrio: como es arriba es abajo, como es adentro es afuera —Kybalión. El desarrollo se teje entre cambios de métrica y cambios de pulso donde las dinámicas de la interpretación son ingredientes fundamentales para que la atmósfera del frío cálido del paisaje siga coloreando el lienzo sonoro a través de cromatismos y un tinte minimalista del discurso musical. El arpa se mueve articulando olas por la naturalidad de los arpegios ascendentes y descendentes que son sostenidas por las notas largas y estáticas de las cuerdas, insistiendo en este paisaje invernal con melodías que reiteran familiaridad. Así se destaca la imitación del movimiento de arpegios que realiza la flauta, después de que el vaivén pulsativo lo tuviera el arpa. Entre la insistencia de los arpegios de este último y el diálogo entre cello y flauta, nos guía fundiéndose entre las cuerdas. Cuando ya reconocemos melodías que van reiterando el discurso ocurre una suerte de espacio seguro, una sensación de cobijo, pues reconocemos algo que ya escuchamos con anterioridad. El reposo lo encontramos, finalmente, en el último acorde de si menor.
Por último, la tercera pieza: Desaparición de la nieve, nos recibe con el arpa en una velocidad tranquila y pulsativa con el efecto de eco entre secciones especificada, por el compositor, produciendo una reiteración melódica con diferente color y emotividad. Podemos identificar melodías de las piezas anteriores con ciertas variaciones junto a su tinte azulino y blanquecino reiterado con la entrada de las cuerdas, flauta y cello. El destello del agua que lleva consigo una sabiduría ancestral se funde ante lo inevitable.
No puedo dejar de relacionar el agua como el elemento movilizador, haciendo referencias a las emociones, a cómo nuestro cuerpo está conformado en gran parte de agua, siendo nuestra fuente vital en la cual, a través de sus distintos estados, contiene valiosa información tanto científica como vibracional. Pienso en los copos de nieve, que por la interacción del aire y el vapor de agua, en condiciones térmicas particulares, generan cristales, los cuales adoptan formas geométricas que se agrupan para crear lo que vemos como nieve.
Lo último que tendríamos que tener en cuenta es que Paisajes Blancos nos invita a iniciar un viaje a través de la sinestesia, con tonos fríos acompañados de una fibra a la que prácticamente no se puede acceder sino a través de sus sonoridades: ¿a qué sonará la nieve mientras la luz rebota bailando en ella, en sus surcos grisáceos y blancos tan prístinos? Cuando vemos la Cordillera de los Andes, cuando surgen imponentes volcanes en el Sur de Chile, ¿qué sensación producirá observar ese paisaje abrazado por fríos mantos blanquecinos? Puede provocar desde tranquilidad a desolación, de majestuosidad a un estado sereno habitando un espacio amplio. Guiños al minimalismo, tal vez, con el uso de tonos puros como signo de orden y amplitud.
Así, como suele ser común con las sonoridades orientales, la contención y el trabajo tímbrico que desarrolla es distintivo de ciertas estéticas, como el uso de una expresividad que no intenta resolver algún dilema, por así decirlo, sino más bien valerse de ello para generar un vínculo entre lo dicho y no lo dicho. Algo que no logramos explicar con palabras, pero que de todas formas podemos sentir y percibir. Esta obra expone un poema sonoro que deja abierta la reflexión, donde la fragilidad es mostrada y desnudada en la evaporación del viaje en una expresión sensible. Sólo queda una pregunta para el auditor: ¿con qué sensación ha quedado al escuchar, oír y sentir esta obra?