Nadie asumió la prosa con tanto temperamento y vitalidad imaginativa como para hacer de la verbosidad el baluarte de la burla, en un siglo bárbaro, místico y, por supuesto, aburrido. Como anotara Friedrich Dürrenmatt: “A nosotros solo nos puede dar caza la comedia”; y Arno Schmidt, el mejor cazador, mondó a destajo con una prosa desmesuradamente cáustica a su presa, la estulticia que caracterizó al nacionalsocialismo y la aparición espontánea del “milagro hueco” que significó la reconstrucción económica y política liderada por Adanauer, pero por sobre todo a la intelectualidad pacotillera que no encontraba en la época sino otra forma de ponerse en ridículo.
Rara avis, Arno Schmidt! – Benjamín Carrasco
