«El Ensordinador», un apunte de Elias Canetti
Un hombre que pone una sordina a todas las declaraciones, los deseos y las acciones de los demás, hasta que consigue crearse un entorno que ya no lo irrite con nada. Sus gestos, su cautela, el aura de tranquilidad que irradia de él. Su alegría libre de temores, su carencia de toda curiosidad. Aunque le pone sordina a todo, no sabe nada, deambula como un ciego. Sólo percibe aquello que puede debilitarse, y su calculada actividad se dirige exclusivamente a ello. No camina demasiado rápido ni demasiado lentamente; sus palabras son como notas; cada frase suya, unos cuantos compases de música exquisitamente selecta.
Al individuo consigue remitirlo siempre a lo universal: alguien ama —como aman todos los hombres; alguien ha muerto— como todos los hombres han de morir. El contenido intelectual con el cual opera es ínfimo, y en ello reside su eficacia. No juzga ni condena, porque eso atañe siempre al individuo; no culpa a nadie, y jamás se asombra.
Lo que ocurre ha ocurrido tantas veces que no tiene nada de particular. Los poderosos son para él tan escasos como los pobres. Contempla a los hombres como hojas de árboles, son tan parecidos unos a otros como éstas; de una amabilidad transparente, su destino es tranquilo y reposado. Su caída observada como algo corriente, pues, ¿qué es la hoja suelta que cae del árbol?
Nunca tiene hambre, no se niega nada, y si alguna vez desea algo con excesiva intensidad, se desvía subrepticiamente y lo olvida. Al Ensordinador nunca le ocurren desgracias. Cuando por casualidad se topa con alguna, no la reconoce. Cuando lo obligan a enfrentarse a ella y a manifestar su opinión, demuestra sonriendo que ha ocurrido por el bien de todos. Quien padece necesidad se habría arruinado mediante las riquezas. A quien muere le ha sido ahorrado un sufrimiento largo y penoso. El que odia está enfermo. El que ama mucho también está enfermo. Todas las noticias sobre las atrocidades antiguas e incluso la historia entera de la humanidad son un cuento. Pues los hombres jamás habrían podido hacer lo que les atribuye la Historia, tampoco ahora lo hace nadie.
Sé perfectamente cómo se comporta el Ensordinador, pero no sé qué aspecto tiene.
Elías Canetti
La provincia del hombre, «1953»
Trad.: Juan José del Solar