Por Juan Pablo Riveros

Hace pocos meses apareció Esta Rosa o el Nadador de la poeta Cecilia Rubio. Me lo obsequió casi como dando excusas. Pero, a mi vez, yo agradezco su regalo.

Y lo he leído con placer y con angustia, sabiendo que leer era otra cosa que pasar el tiempo y divertirse. Y Proust, mucho Proust, porque el único viaje verdadero es… tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno ve, que cada uno de ellos es…

De estructurar ojos atentos y otras cosas, trata este aparentemente inocente poemario en el que no brilla el sol, precisamente.

Este libro doloroso, de fina y delicada poesía -repito, de apariencia de inocente-, es una invitación a que el lector se vea a sí mismo en un collage o mosaico de breves pero significativos poemas en prosa. ¿Qué es un poema en prosa? Un algo que nos hace fruncir el ceño. Habría que preguntárselo a Rimbaud en su Une Saison en Enfer; o a la magnífica prosa de la Gabriela en Elogios de las cosas de la tierra, o Materias, o en sus Recados, por nombrar solo algunas obras; o a Kafka en La Condena y otros cuentos.

El lector se busca entre diversos autores citados o parafraseados para configurar un mapa o una red interior con nuestros propios recuerdos o experiencias o situaciones vividas mediante miniaturas o biografemas dinámicos para que todo se ponga, como un nadador, en movimiento.

El soporte estructural de este edificio poético está en buena medida en el postmodernismo -el anti-dualismo, el lenguaje como creador de realidad, la verdad como perspectiva, la desconfianza en los grandes relatos, etc.- y también en el estructuralismo de Barthes, quien a su vez se apoyó en los maestros del pasado y quizá sobre todo en Proust. Éste en “El tiempo recobrado” dice:

Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo… La obra del escritor no es más que una especie deinstrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo.

Esta es una afirmación que sostendremos y que nos sostendrá en todo este comentario.

En efecto, hay muchas cosas o relaciones que, luego de la lectura de este poemario, echó luz en rincones olvidados de mi experiencia, y que antes no había visto en mí. Ahora, hay un poco más de luz en mi corazón.

Desde el umbral o entrada al libro -rico en significaciones como una arte poética-, nuestra poeta se describe como una escriba –como sujeto de la práctica escritural-, i.e., una cuidadosa copiadora de textos que ha ido descubriendo en el decurso del tiempo, por cierto, asumiendo esa práctica y sin minusvalorar o menospreciar de manera alguna esta postura. Así, la poeta nos recuerda nuestra condición. Es más, todos los escritores somos escribas. Como algunos dicen, el gran texto ya ha sido escrito y, ciertamente, algunos rescatan fragmentos más significativos o profundos y que otros escribas encontrarán después. Eso es todo. Algunos han llamado a esos hallazgos, originalidad, como si ella existiera. La única originalidad es haberlos descubierto primero porque ya estaban escritos. Y está bien.

La poeta manifiesta que es una escritora que delinea y que escribe al margen o en el margen y en el margen mismo… y en los bordes de los bancos («Amigas»). Ella reúne sus textos, sus lecturas, se lee a sí misma en escritos de otros autores y que a ella –y a nosotros como lectores- nos han importado, nos han llevado a configurar nuestra propia noción del oficio del escribir.

Una especie de disminución o de reducción casi a la nada, un colocarse al margen del mundo, del infinito cosmos que tanto necesitamos y que tan poco nos necesita. Esa escriba que se instala en el margen. Al margen de qué, me pregunto. Cuando de pronto descubres que no hay margen sino solo gran abismo en rededor, adentro y afuera. Cuando pensamos que somos una nadería en uno de los brazos de la espiral de nuestra galaxia y ésta, otra nadería o nimiedad entre los millones de galaxias, millones de veces más grandes que la nuestra. Entonces, ¿qué es estar al margen? ¿estamos todos al margen?  Porque asumir que estamos al centro -¿al centro de qué?-  es, por decir lo menos, pretencioso o presuntuoso.

Pero sí, estamos al margen de un abismo. Y la escritura es un abismo. Y esta actitud abisal significaría para nuestra escriba, como mantenernos apartados, al margen de algo, de un flujo de eventos temporales que titilan a lo lejos en el gran libro de la vida, y que hace mucho ya fue escrito. Como aquellos que miran desde un rincón la pista de baile o la multidimensional y multifacética vida, usando para el servicio de la escritura, el telescopio del que nos habla Proust, cuando alude a: unas cosas muy pequeñas al parecer…porque estaban situadas a una gran distancia y que cada una de ellas era un mundo…, un instrumento dirigido al interior del cerebro y del corazón. Y así, la poeta mira desde el rincón con honda preocupación, soledad, angustia y, solo a veces, con algo de gozo y una leve tranquilidad, como una piedra azul.

Y he aquí que escribir o leer sería, ya lo dijo Kohan, reescribir; y crear es recrear. Escribir es extraer del vacío subatómico algo que de pronto cobra sentido. Porque escribir es releer, es otorgar sentido a algo que antes era un enigma o simplemente no existía, una desconsideración desesperante de la malla de la vida. Y no porque seamos originales sino porque -como todo lo indica- el autor es la suma -más o menos asimiladas e integradas- de sus lecturas.  ¿De dónde Vargas Llosa o García Márquez sino de Faulkner o Rulfo, del Sonido y la Furia o Pedro Páramo? ¿De dónde Dostoievski sino de El Abrigo de Gogol? “Todos salimos de El Abrigo de Gogol” dice Dostoyevski. ¿O la novela de todos los tiempos sino de Cervantes?

Entonces desde un rincón, desde el margen -imagen dolorosa que me hace evocar cierta mirada amada que todo lo veía desde un rincón-, la autora mira lo efímero.

Este libro de prosa poética -doloroso es decirlo- se construye y ¡ay!, se levanta sobre la precariedad, sobre lo inestable, como construir un edificio sobre la arena, condenado a desaparecer en cualquier instante. Dibujar, escribir o pintar un boceto, un fragmento o un cuadro en el que se han arrojado algunas manchas sobre la tela o el fragmento en el que se han garabateado algunas pinceladas o palabras azarosas para que el lector o espectador tenga la posibilidad de completar esa dinámica de la vida.

Por cierto, la escritura y la lectura es un asunto personal. Nunca me imaginé que yo escribiría algo como esto, dice nuestra poeta en su Liminar.

Por ello, Milosz C., nos dice: “En la esencia misma de la poesía hay algo indecente: expresamos cosas que ignorábamos tener en nosotros”. Y que, si fuéramos razonables, callaríamos o no revelaríamos. ¡Cómo no! Nos confesamos en público, en el ágora, como haría Diógenes, con parresía y sin contemplaciones. ¡Cuántos escribas han lamentado haber publicado sus novelas! Dostoievski y La confesión de Stavroguin, o Flaubert y Madame Bovary -o la Educación Sentimental-. O el mismo Bouvard y Pecuchet, sobre la estupidez humana. Y el mismo Kafka. O El Nadador de John Cheever.

No existen escrituras inocentes.

Voluntariamente nos hemos expuesto para ser leídos y que, en realidad, tales lecturas y creaciones de esos lectores pudieran ser una catástrofe. Estar en medio de la pista, con los brazos y las piernas abiertas («Informe»), girando en un círculo de cartón esquivando los cuchillos, como si la crítica o comentario –en el sentido de Foucault- no fuera una lectura más también sujeta a otra lectura y así hasta el infinito. Y no lo que pretendíamos que fuera, i.e., una seña, un gesto solitario en la inmensidad del océano.

La lectura de este texto invita a leer el gran texto de la escritura, como una red de microcosmos interconectados y que proporcionarán una perspectiva comprensiva, entre muchas otras casi infinitas. Y cada una de estas miniaturas inician su propio recorrido que se deslizan hacia otros microcosmos propuestos por nuestra poeta. Así, los fragmentos, a veces solo líneas de Borges, A. Rama, Gabriela Mistral, Kafka, no son presuntuosos alardes académicos. Y desde esas relecturas, la poeta mira y crea a su vez, un micro mundo donde hay desconcierto y descreimiento respecto de la realidad que contiene lo real racional y lo irracional inestable, y lo efímero y precario. Nada es seguro, ni la escritura ni la lectura. La fragilidad de todo en movimiento perpetuo, donde todos somos solo transeúntes que valemos menos que una brizna de hierba y mucho menos que el abrigo de Akaki Akaviesevich, el copista perfecto. (Y éste nos lleva a Bartleby, el escribiente de Melville). La poeta lo sabe: Solo somos una sombra caminante, o el viajero que en tránsito mira el lirio de Basho. Por cierto, hay mucho de nihilismo aquí cuando se concibe la vida como un Mueble inútil, como afirma Pablo de Rokha. Y más aún cuando esa mirada, desde el rincón, percibe que todo en el tiempo ya fue y retorna como “una gota del océano que va y vuelve” lo que a su vez nos conecta con Nietzsche y el eterno retorno.

Esta poética percibe un mundo casi helado. Los pocos rayos de sol son débiles. Un mundo espantosamente precario. Crea y rescata miniaturas desoladas en el contexto de un cosmos infinitamente solitario donde la poeta se concibe como una insignificancia, menos que una brizna de paja, menos que el abrigo de Akaki Akakievich (del texto de Gogol, fundamental en la literatura rusa), y que debe aprender a llevar una impecable soledad, […], la miserable que recoge las colillas que caen de tus manos («Pobreza i», «Pobreza ii»). No es la pobreza de Vallejo en París, pero casi lo es mientras éste y ella miraban el Sena astrosos pidiendo un pedazo de pan en español.

Es una poesía vista desde la perspectiva de la mujer sin caer en un feminismo extremo. Es la soledad y la minusvaloración de la mujer que se encuentra ya en Gabriela, en sus escritos de Magallanes el año 1918, y ya en Safo. O en la dulzura, muchas veces, de la Dickinson en sus versos maravillosos cuando escribe: … cómo alguien tan pequeñita como yo, tan insignificante que temiendo que en las tiendas me miren… que alguien tan tímida, tan ignorante, tenga el atrevimiento de morirse. O ese otro verso: ¿Importaría a alguien/ si una figurita se deslizase sigilosa de su silla?

Algo así, pero no excesivamente tierna es la postura que demuestra la poeta en este libro inquietante.

Mirado así, o entendido así el mundo, nadie pretenderá una mujer de muchas palabras. La actitud silenciosa, hace a las mujeres propensas a que se les junten las telas [de arañas] de los labios… y que luego deben deshacerse como uno hace con los sueños o con el humo. («Cotidiano»).

Mujeres que tienen un tiempo acotado para vivir, el tiempo que dura una carrera, éramos incapaces de imaginar otro presente… […] e incapaces de imaginar otro futuro. Había que salvarse, pero no teníamos otra salida («Volver a los 17 iii»).  Quizá por esto se cita a Kafka en este poema. Porque el simio del Informe para una Academia reclama por una salida. No, yo no quería libertad. Quería únicamente una salida: a derecha, a izquierda, adonde fuera. No pretendía más. Aunque la salida tan solo fuera un engaño: como la pretensión era pequeña el engaño no sería mayor.  Y en fin, aprendí, queridos míos. ¡Ah sí, cuando hay que aprender se aprende: se aprende cuando se trata de encontrar una salida.

Entonces yo exclamo con K.: ¡Oh escarnio de la santa naturaleza!

Las magdalenas o la taza de té de Proust y el aroma a pino en una navidad de su infancia que le permite resucitar a sus muertos mientras limpiaba el piso («Magdalenas») suscitando mundos ocultos bajo el hielo interior y así irse elevando despacio hacia las silenciosas alturas del recuerdo. Surge una posibilidad tentadora. Escoger qué sentido se debe estimular para crear un mudo interior olvidado y recobrar tiempos sumidos en la bruma del olvido.

Otro microcosmos frecuente es Kafka, como ya adelantamos. Comprensible, porque Kafka hizo de la escritura y de la creación artística un tema fundamental en su obra. Suyo es el texto de cierre del libro con la tragedia del mensajero –el más mísero de sus súbditos y también, la más mísera brizna de hierba, menos que el abrigo de AA- en Un Mensaje Imperial. Esto es el escritor o, más bien, el escriba, el copista, el decidor -como K. y para quien trabaja el mensajero Bernabé en El Castillo; K., el escriba que espera al mensajero que ignora el contenido de la carta, aunque también su mirada, su sonrisa, su andar parecían un mensaje-, el escriba que espera al mensajero desde hace miles de años entre infinitos e infinitos obstáculos: Pero tú te sientas junto a la ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche… Y, así, el Artista del hambre aparece como un manifiesto vivo del arte de la escritura («Redes Sociales»). O en el texto «Teatro», la evocación del metraje El Proceso de Orson Wells, y el adagio atribuido a Albinoni.

La creación artística, Esta Rosa apagada de nuestra poeta, es la flor que no retiene – y que nos conecta con Borges y la Flor de Coleridge– y que remite a la soledad y con frecuencia a la desolación. ¡Si no sabría de esto Kafka!

Estas líneas no pretenden agotar la lectura de este libro. Lejos de ello, solo mostrar o insinuar la práctica genuina de nuestra poeta.

No puedo dejar de comentar algunos hermosos versos. Tal como aquel de «1973 i» -pequeños regalos de nuestra escritora de por qué hacía regalos la mamá: …para que no nos diéramos cuenta de que íbamos a morir. Verso simple y transparente como una estrella. O en «1973 ii», aquellas líneas referidas a los poemas de Machado enterrados en el patio, sin ninguna referencia política -absolutamente innecesaria obviamente- a lo ya implícito: la dinámica de la barbarie terrible. No los bárbaros de Cavafis, por cierto. Sino unos más salvajes e iletrados. O los versos que conforman las tres referencias, o recreaciones, sobre «Volver a los 17» de nuestra Violeta. O los paseos por Paris, Montreal o Rimouski, y los balcones llenos de hojas, y luego de nieve. Y, ¡cómo no!, las desoladas pensiones de todo el mundo.

Todo me hace pensar en Vallejo. Y la soterrada rebeldía de Rimbaud.

Pronto habrá más sol.

Portada del libro, editado por «Glück libros» en 2021

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