16 de Agosto
Eduardo Leiva Herrera
El 16 de agosto de 1906 un terremoto de 8.2 grados en escala Richter, echó abajo buena parte de Valparaíso y afectó gravemente a Santiago y los poblados cercanos a ambas ciudades. Curiosamente por esos días, ya electo, se preparaba para asumir la presidencia de Chile Pedro Montt, quién moriría justamente el 16 de agosto del año 1910 en la víspera de las celebraciones del primer Centenario del país. Cosas que pasaron un 16 de agosto, como el nacimiento del historiador Diego Barros Arana en 1830. O de Charles Bukowski en 1920; o de Madonna Ciccione en 1958. Los obituarios registran las muertes de Robert Johnson (1938), Bela Lugosi (1956) y Dorival Caimi (2008) en días 16 de agosto. Mención aparte para la muerte de Elvis Presley (1977). Yo estaba cumpliendo los nueve años y cuando vi la noticia en televisión no me pasó nada, porque no tenía idea de quién era ese señor (aunque sin dudas conocía sus canciones porque eran muy tocadas en las radios). Le conté el “extra” a mi hermana que venía entrando a casa y ahí comencé a conocer el fenómeno “Elvis”.
Encontrarse libros de gente que uno estima, de por sí ya es una gran cosa. Pero en ocasiones uno toma el libro, lo revisa con detención y descubre que entre sus hojas hay algún objeto atrapado: flores secas, boletas, una nota, una carta incluso, marcadores de página, fotografías que uno supone de antiguos propietarios… objetos olvidados entre las páginas de los libros y que son una muesca en el tiempo, una seña detenida, un recordatorio arrastrado por el olvido. Yo junto todas esas pequeñas revelaciones y a veces me dan ganas de hacerles bellas fotos y mostrarlas. Quién sabe, quizás me anime un día. De entre ellas, quizás mi mayor tesoro sea este papel que les comparto: una nota de Homero Arce, el poeta amigo de Pablo Neruda y que terminó casándose con Laura Arrué, uno de los amores juveniles del poeta de los “20 poemas de amor”. La historia, aunque de un romanticismo de novela, no deja de tener ribetes cómicos. Laura Arrué, pequeña y bella, una “Greta Garbo” adolescente al decir de todos los cercanos, conoció a Neruda en el tiempo en que la fama de los “20 poemas…” y de su joven autor, se extendía casi como una canción pop exitosa en nuestros tiempos. Ella lo fue a visitar con una amiga para invitarlo a leer sus poemas a la Escuela Normal de Preceptoras n°1, que se ubicaba en el viejo edificio de Compañía entre Chacabuco y Herrera que, por suerte, aún se conserva. Desde ese momento comienza a tramarse una relación entre ambos, la que se verá interrumpida cuando Neruda parte el año 1927 fuera del país a asumir un rol diplomático. Por supuesto, le promete a Laura escribirle a diario desde donde se encuentre. Pero cartas nunca llegaron. Decepcionada por el olvido, Laura Arrué escucha las palabras reconfortantes de Arce, el amigo silencioso que había sido testigo del florecimiento del romance. Dicen que el tiempo todo lo cura y un día Laura, que no había dejado de frecuentar los viejos círculos donde se reunían los amigos del Neruda estudiante de los años 20, recibe una petición de matrimonio: el tímido Homero Arce, ha sido capaz de sobreponerse a su reserva. Y ella acepta. Como en todo bello cuento fueron felices para siempre, aunque tuvieron que sobreponerse a una revelación insólita. Un día, atormentado por la culpa, el bueno de Homero Arce decide revelar un profundo secreto con el que ya no podía más. Laura supo entonces que, en verdad, Neruda había cumplido su palabra escribiéndole desde los más remotos puntos del mapa que iba descubriendo, sólo que Homero, funcionario de algún rango en Correos de Chile y enamorado desde el primer día de la dulce Laura, se las había ingeniado para bloquear esa correspondencia e impedir que Neruda pudiera comunicarse con ella. Pasado el impacto de la sorprendente confesión, Laura perdonó a Homero y sus vidas siguieron adelante juntas y serenas hasta que la oscuridad del Chile post Golpe de Estado, cayó sobre ellos. Pero no estamos en ese punto dramático de la historia. Estamos en el día 16 de agosto de 1968. Ese día, Homero Arce le escribe esta nota de disculpas a su amigo, el pintor Darío Contreras. Me lo imagino acongojado por la falta —“Homero era un caballero” me relataba en una conversación la periodista y escritora Virginia Vidal— redactando las líneas que acompañó de un ejemplar de su “El árbol y otras hojas”, uno de sus libros de sonetos, el libro donde justamente me encontré este papel.
Esto ocurría el 16 de agosto de 1968. Es difícil separarse de la cifra que pareciéramos tener marcada en la frente al nacer: cada vez que se nos aparece esa fecha que nos es tan propia relacionada con otros dueños, otros hechos que la poseen, uno se siente algo incómodo, o sorprendido, u orgulloso, claro, pero nunca indiferente. Esto ocurría el 16 de agosto de 1968 y ocurría en San Miguel —donde vivieron Homero Arce y Laura Arrué— mientras a pocas cuadras de ahí, en la maternidad del Barros Luco, yo, en los brazos de mi madre, abría los ojos para tratar de entender de qué se trataba todo esto. Y en eso estoy todavía.

