Signos en las olas: Diez poetas actuales de Canarias
Palpamos el fondo húmedo. Las gotas manaron
y fueron creciendo de pronto nos encontramos
frente a frente con la cara limpia del mar.
Ennio Moltedo
Al inicio del sexto número de la revista Poesía Buenos Aires, Nicolás Espiro y Raúl Gustavo Aguirre reflexionan ante la condición local-universal de la producción artística de sus coterráneos. La estructura oceánica de Buenos Aires, sentencian, sólo produciría cultura universal, ya que cualquier intento de limitar esta apertura sería una manera de transgredir la vitalidad del arte e intencionar un estado estéril. Similar ha de ser el entendimiento que extendemos ante la Poesía escrita en Valparaíso y una cantidad innumerable de ciudades costeras. Su condición de puerto puede desentenderse de la metáfora, y aún así sostener la universalidad que compenetra en sus poetas y editoriales. Basta recordar el poema “Mar” de Ennio Moltedo, quizás el poeta que mayor relación tuvo con el imaginario costero: y de pronto nos encontramos frente a frente con la cara limpia del océano. ¿Qué más allá de lo que ven nuestros ojos? ¿Qué más allá de nuestras maneras, que siempre son ajenas? A estas orillas una botella.
Pues, con esta misma sorpresa de quien descubre nuevamente el azul marino, nos toca recibir Mi casa el mar (Diez poetas actuales de Canarias), antología fruto del diálogo entre Ismael Gavilán, Patricio Gonzalez y Rafael-José Díaz, la cual nace en forma de idea en el año 2018, precisamente en presentaciones poéticas realizadas en La Sebastiana y La Chascona. En estas oportunidades surge la idea de realizar una antología que abarque la poesía actual de las islas canarias, selección que recae en Rafael-José Diaz. Hoy en día, tenemos en nuestras manos el libro que recoge a los y las poetas: Ernesto Suárez, Oswaldo Guerra Sánchez, Ricardo Hernández Bravo, Tina Suárez Rojas, Rafael-José Díaz, Antonio Martín Medina, Miguel Pérez Alvarado, Alba Sabina Pérez, Aida González Rossi y Andrea Abreu, además de un notable ensayo introductorio del poeta y crítico literario Yeray Barroso Ravelo sobre el campo poético desde 1980 hasta la fecha.
El gesto de antologar poesía debe poseer una sutileza no menor, pues el corpus tiende a vislumbrar un entendimiento de la poesía y del espacio en que esta se da. ¿De qué serviría el esfuerzo de antologar una cantidad que no varíe, entre ellos, sus registros poéticos? Muchas antologías memorables se han enmarcado como pilares de otras piedras angulares poéticas —pienso en los antipoemas de Parra en la antología de Zambelli o en el primer número de Libertad 250, bajo la dirección de Ennio Moltedo, donde aparecen por primera vez los poemas de Ximena Rivera. Y bien, ¿qué tan oportuno es para los lectores una antología de estas características? Sin duda que mucho les debemos a los participantes de este libro, puesto que la muestra ofrecida, en primer lugar, no posee ninguna intención adánica, la selección presentada no se limita a un entendimiento generacional que se prive de su tradición, más bien invita a un recorrido a la actualidad literaria de las Islas Canarias. Al no restringir la selección a aspectos ajenos al poema mismo, quedan expuestas las influencias bidireccionales en esta gran fotografía que abarca a poetas nacidos en la década del sesenta, hasta poetas nacidas en la década del noventa, ambos extremos en plena producción artística. Otro aspecto fundamental es que la selección no se centra en el espacio capital de las Islas (Tenerife y Gran Canaria), sino también en Lanzarote y La palma, dando luces a los imaginarios que se bifurcan en los poemas, anotados lúcida y críticamente por Yeray Barroso.
Dado el espacio, me permito compartir dos poemas: “Vendimia”, de Ernesto Suarez (Rehacer el aliento, 2016) —quien apertura la sección de poemas del libro— y “Ducha”, de Aida González Rossi (Inédito), respectivamente.
Vendimia
Si es invisible el
fruto
para nosotros los
cegados los que
erramos en la
acidez de su sabor
si todo es
entonces
Ducha
¿Me oyes? ¿Me oyes? ¿Mi boca entra por tus orejas y las lame, te arranca la suciedad y te hace pensar en una ducha? En una ducha de caliente que te vacía. Tu estás bajo el chorro, fuera llueve y las gotas chocan con el aluminio de la azotea. Tú estás bajo el chorro y tus ojos están cerrados y ves estrellas. Tienes el cielo enterrado en la cara. Si te aprietas, el cielo sale: tiene forma de gusano, de gusano blanco enrollado sobre sí mismo como una cometa. Volaste cometas en la plaza, de pequeña. Las hiciste tú. Te picaste con la aguja y una gota de sangre rebotó en la mesa. Las otras niñas miraron tu sangre y dijeron pronto no podremos verla, no. Una ducha larga, solitaria: pones los labios en la mampara y succionas, besas el cristal y el cristal está frío, tiemblas con el chorro apagado y te abrazas y tu piel tiene montañas. Te tiras desde ellas. ¿Me oyes? ¿Me oyes? ¿mi lengua te pela? ¿Te quita la cáscara haciendo círculos, eres una papa, eres una papa y yo te voy a chupar y yo te voy a morder y sus luces y sus fuegos artificiales: ni me miras ni te miro, el cielo se desprende y los trozos que caen son la lluvia, ah, la confundiste, te creíste que era otra cosa, te creíste que era algo bello o algo de lo que orejas y el agua de la ducha, engorda hasta convertirte en el sol, quema las pieles y ponlas rojas y haz que se arranquen de sí. Será un dedo, será un diente. Tienes los dientes amarillos: reflejan la luz y la luz te da un puñetazo. Qué dolor. Si me oyeras, ¿te dolería?
*
Mi deseo no es poner en relieve las diferencias entre un poema que concentra sus recursos en un hermetismo notable y una prosa poética que destila musicalidad en la reiteración de sus interrogantes. Lo que deseo apuntar es la riqueza poética que comprende la antología, huella tangible de la cultura literaria en las Islas. Plurales son las posibilidades poéticas que se ponen en práctica hoy en día y Mi casa el mar es su vivo ejemplo. Ahondar en la especificidad de cada poeta es la invitación que se extiende en estas páginas. La hermandad que surge ante dos territorios similares, tanto en su geografía, abierta a la universalidad que prodigaba Raul Gustavo Aguirre y Nicolás Espiro, y sus condiciones histórico-políticas, es un logro que a nosotros, en la otra orilla, nos permita leer algo de nosotros mismos. Pienso en Moltedo: ¿Cuánta afinidad en estas miradas, en estas plumas, en estas caras limpias de mar?