«La nave de los muertos», de Armando Roa Vial: tarjar la lengua muerta, beber su sangre viva

Por Víctor Campos

El poema es una totalidad viviente, hecha de elementos
irremplazables. La verdadera traducción no puede ser, así,
sino re-creación
.
O. P.

El pasado año, en sus meses finales, nos ha dado una grata sorpresa. Se trata de la nueva entrega del poeta Armando Roa Vial, nominada La nave de los muertos (Descontexto, 2021). Y es, ciertamente una sorpresa, puesto que desde hace 8 años no teníamos noticia de publicación alguna que compendiara poemas del autor: recordemos que, hasta hace poco, su último libro correspondía a Shakespearean Blues (Uqbar, 2013). Desde ya, como modesto lector, celebro este lanzamiento que, sin duda, constituye un gran logro dentro de aquellos que iniciaron sus respectivos proyectos durante la década de los ‘90 (aquellos a quienes Javier Bello bautizó como “poetas náufragos”) y que han permanecido en un desarrollo tan fructífero como interesante.

Desde ya el gesto vertebral de este libro se haya cifrado en el subtítulo del mismo: La nave de los muertos (al traducir un pasaje de la Edda Menor). Es allí, en el acto de la traducción -en su intento y ejercicio- donde la existencia de la escritura poética sucederá para Roa. Se trata, entonces, de habitar los intersticios del acto de devenir una lengua en otra; ejercicio de trasvasije que nuestro poeta referencia con lucidez en el libro de prosas Desde otras orillas (Cuarto Propio 2014): “señales que llaman a otras señales, almas que van transmigrando de cuerpo en cuerpo para encontrar y reencontrar su voz: el misterio de las afinidades electivas que reúnen su cauce en el lecho inmemorial del lenguaje, allí donde no hay sonda que pueda rastrar la morfología del terreno, tan pantanoso como el corazón del hombre”.

Al leer la poesía de Roa, nos sumergimos en esa contrariedad que guarda el hábito de la traducción, y que es un principio compositivo de los poemas de nuestro autor: por un lado, hay la certeza en las palabras que escogidas descansan en el cifrado de cada hoja; por otro, la incerteza al desconocer lo perdido y lo potenciado en el ejercicio de las lenguas distintas: “El arte de traducir es el arte de entender / que «decir lo mismo» / nunca es del todo lo mismo”. La fragilidad en la selección de nuestros vocablos es, a su vez, la delación de un vigor que aún pervive en las palabras. Traducir es hacer de una lengua muerta una lengua resurrecta. No en vano, la gran poeta y traductora argentina Mirta Rosenberg escribió los siguientes versos, caros a la empresa de Roa Vial: “Decir menos, dejar hablar al otro, escribir lo que dijo gustosamente, / con la forma de un poema que contiene su propio tema. Menguar el yo, no diluirlo, / componer un poema, traducido, en la lengua de destino, que es la propia, / esa en la que hablo yo”.

El manierismo que el poeta chileno hacía gala en su producción precedente aquí adopta el sendero pedregoso y solitario de la traducción: palabras en el intersticio de aquel fenómeno, poemas en el arrojo de una red bajo un océano de raíces. Y remarcando aún esa distancia que permite trabajar más desde los vocablos que desde las vidas que las enunciaron primero, Roa Vial se concentra en inyectarle al castellano los rasgos propios del anglosajón: la sequedad de su sintaxis, la construcción de imágenes oceánicas de gruesa evocación insular y una discursividad que descansa en la necesidad por la reflexión y la vida práctica del navegante. Se trata, en definitiva, de un “lenguaje de los muertos con su retórica desahuciada / por el agobio y la pesadumbre / añadiendo vacío al vacío / tiniebla a la tiniebla”. Incluso:

Porque no hay desarraigo para esta lengua
azotada por el invierno de la discordia y de la ruina,
al amparo de una mitología
cuyo dios, tuerto y astuto,
es el dios de la poesía y de los muertos.

Entonces, los versos de La nave de los muertos emanan desde una fisura, desde una escritura que cruda se comprende, antes que todo, como un fenómeno de traducir palabras pretéritas. Ningún discurso acaso es propiamente original. El poeta, como el traductor (aquí reside una relación de interdependencia que permite conjeturar una sinonimia natural), se halla entre el tejido de dos lenguas.

Mas un pesimismo anega la imposibilidad de realizar un trasvasije ideal que medie en el ejercicio de la traducción: “al morir mi madre fui desalojado de toda lengua”. Así, el poeta, para acercarse a una lengua muerta como lo es el anglosajón, ha de anular la suya propia: traducir una lengua muerta implica acaso morir en la lengua materna, es decir, deshacerse de su propiedad verbal: “que el lenguaje es aquí estela de difuntos”. Como el navegante de aquel homónimo poema anónimo, Roa Vial se halla navegando en “las palabras [que] fluían y refluían / desatando oleajes, aguas glaciales”. Esa pérdida de la vida del verbo remonta a nuestro poeta a un mundo del cual no hallamos vida contingente: “ayer lo que era un dios / hoy es solo una despedida”.

La violencia de la sequedad sintáctica que nos prefiguramos en el anglosajón, deviene a los versos como barcas que se agolpan voraces en altamar, con un afán oscuro de salvaguardar los destellos de ese lenguaje pasado:

por estas radas y estuarios
las palabras se agolpan voraces,
como peces que se muerden entre sí,
disputando el cebo que le arrojan los versos.
Está dicho:
yo soy el anzuelo.
Pero ellas no quieren la carne descompuesta
de un verbo que no va a resucitar.

Acaso ya no es la fe, sino la pesquisa de aquello enterrado que, en su posibilidad de retornar, cuenta con una esperanza por sí misma. Hay, entonces, una especie de esperanza ontológica, aquella que empujará a nuestros dichos y sentencias cifradas a traspasar las distancias de lo efímero, “porque la letra muerta también puede resucitar”. No la fe del poeta, sino la esperanza que las palabras ya poseen consigo.

Con todo, la voz no puede desconocer los abismos de lo perecedero, a los que bordea en esta navegación acaso desamparada: “Entro a mi nombre / pero a nadie encuentro. / No hay necesidad de máscaras / allí donde nunca hubo rostros”. Así, la tierra firme, o el calor incuestionable de algún puerto no es aparición en esta nebulosa de la traducción. Tal vez, el traductor solo tenga la tarea de sostener “sólo un puñado de palabras en gestación”.

La nave de los muertos, de Armando Roa Vial. Editado por Descontexto en 2021.

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Comentarios

Una respuesta a “«La nave de los muertos», de Armando Roa Vial: tarjar la lengua muerta, beber su sangre viva”

  1. Avatar de 3 traducciones de Armando Roa Vial – 49 Escalones

    […] caso en particular, cabría mencionar el trabajo antológico de Covers (2010) y su último poemario La nave de los muertos (2021). En el primero, Roa aventura la idea de «cover», en el sentido de versionar —a través […]

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