Concierto para fagot y cuerdas bajas (1975) de Sofía Gubaidulina
por Camila Leal
Valeri Popov, fagotto Russian State Symphony Orchestra diretta da Pyotr Meshchaninov.
Concierto para fagot y cuerdas bajas (1975), de la compositora rusa Sofía Gubaidulina, es una pieza para cuatro violonchelos y tres contrabajos, junto al fagot solista. La obra presenta una conformación poco usual, puesto que un concierto se escribe comúnmente para una gran orquesta, con o sin solista, pero ¿sin violines, sin sonoridades agudas, ni siquiera violas? Interesante, por decir lo menos, y es que nos encontramos, valdría mejor decir, frente a un concierto con carácter de cámara.
Las sonoridades entre fagot y cuerdas bajas se empastan ajustadamente debido a su tesitura grave y, por tanto, dramática. Los seis movimientos que conforman la obra se ejecutan de manera continua donde no solo destaca el virtuosismo de la conformación y solista, sino que también las texturas gruesas e innovadoras son de una lucidez sonora penetrante. Es una obra que contiene muchísima energía y es que la compositora rusa Sofía Asgatovna Gubaidulina, con una perspectiva poliestilística, destaca por un particular uso tímbrico en sus composiciones y una creatividad plena donde la búsqueda y experimentación exponen una atractiva y desafiante ejecución. Esta obra está dedicada e inspirada en el fagotista Valery Popov, quien también fue parte activa en el proceso creativo de la compositora al exponer sonoridades y técnicas interpretativas que permitieron, en gran medida, abrir el abanico de repertorio para este instrumento.
El concierto comienza con el fagot solo, con su característica nobleza, el cual transporta inevitablemente al oyente a un estado guiado por un emotivo monólogo. Las intervenciones que ejecutan las cuerdas comienzan a aparecer con tintes caricaturescos que interceden y atraviesan el solo del fagot. Las imitaciones irrumpen en el monólogo generando una sensación de caos entre ellos, lo que intensifica la tensión dramática gracias al exquisito uso de articulaciones y golpes de arcos que ejecutan las cuerdas; se abre paso al grueso y grave timbre del fagot generando un apasionante desarrollo climático dado por la polirritmia, tal si fuese una fuerza conflictiva entre personajes. Luego de la gran tensión, el solo del fagot vuelve a sobresalir y ahora las cuerdas aparecen de manera más sincrónica y conciliadora mediante lamentos e imitaciones que transforman el monólogo en un diálogo reiterativo de motivos expuestos por el fagot y la textura armónica de las cuerdas.
El segundo movimiento se abre con la homorritmia de un clúster de cellos y bajos que generan una cama armónica que evoca un lirismo ciertamente oscuro, con tensiones que figuran, no obstante, una cálida intimidad con su pulso tranquilo de negra a 60 bpm. Se abre esta escena con la entrada del fagot sosteniendo la misma nota Si que le entrega un cello. La homorritmia es parte fundamental de este movimiento, ya que enriquece las tensiones armónicas que se devanan en la pieza, y donde las intervenciones del fagot son intensificadas por resonancias que mutan tras la masa de sonido, tornándose lamentosa y con efectos sonoros poco usuales en la tradición.
Luego del desvanecimiento del segundo movimiento, el tercero inicia con un attacca, tal como el resto, esto es, sin tiempo de espera: uno detrás de otro, con el solo del fagot en un ostinato un tanto agraciado acompañado por la turbulencia subterránea de las cuerdas, en piano, hasta que irrumpe un avasallador solo de contrabajo dando paso a una sección de pizzicatos arpegiados entre divisi generando una masa de resonancia hasta llegar a un espacio ya explorado con anterioridad: los clústeres. Entre los violoncellos acontece un coral lúgubre, como quien observa lo que ocurre afuera con incertidumbre, un espacio inquietante con ecos de la retórica de suspiros y sollozos representado por glissandos y spicattos en una dinámica de piano que fluctúa con motivos aleatorios hasta fundirse en una homorritmia. Esto acumula muchísima tensión y caos, marcado, nuevamente, por un clímax que se desvanece en texturas y dinámicas con tintes sombríos. Una lucha que el fagot parece haber perdido obedeciendo a la masa.
En el cuarto movimiento, el fagot comienza con un monólogo operático en todo su esplendor, donde una pesadez sombría y lúgubre brilla entre sus lamentos. Se percibe una sumisión desesperada por el tránsito aludiendo a sonoridades jazzísticas y tremendamente expresivas, desgarradoras, hasta que recita un cantus que es fundido y aplastado poco a poco, con fuerza, por las cuerdas. Durante el rasqueteo del pizzicato, el fagot no manifiesta cansancio por el tránsito anterior y se presenta, de igual forma, con su canto navegando junto al fluir de las cuerdas. No se rinde. Se escurre y flota entre medio de obstáculos con un estilo particular, quizá bailando y usando las tensiones a su favor. Entre lamentos y luchas el fagot no se intimida e insiste con motivos melódicos antes presentados, pero ahora con rebosante decisión, detonando en un grito climático que se sobrepone al contrapunto imponente de las cuerdas. Al terminar su discurso, se retira de escena antes que las cuerdas, abriendo en el conflicto la siguiente pregunta: nuestro protagonista, ¿se adaptó a la masa, finalmente, o emprendió su propio camino?
