Parásitos y Un asunto de familia: la familia como farsa
Por Christian Miranda Colleir
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La película surcoreana Parásitos (2019), de Bong Joon-Ho, y la japonesa Un asunto de Familia (2018), de Hirokazu Koreeda, abordan una cuestión central: la institución de la familia. Lo hacen, eso sí, de manera diferente, como ya veremos. De la cuestión central se derivarían otras, tales como el estatuto del trabajo, la marginalidad social y ciertos dilemas éticos. Esto nos parece relevante, pues dichas problemáticas son tratadas a partir de un asunto mayor, si se quiere, vinculado a la verdad. En ambos casos estaríamos frente a la puesta en escena de una mentira: por una parte, Parásitos cuenta la historia de una familia que simula no serlo, con tal de conseguir ingresar en la vida de otra, para así aprovechar las bondades de su estatus privilegiado; por otro lado, Un asunto de familia trata la cuestión central en un sentido inverso, son personajes sin relación familiar que se inventan una familia, aunque con el correr del relato efectivamente generan vínculos afectivos, como si fuera inevitable en las relaciones humanas, entre quienes conviven diariamente compartiendo la cotidianidad.
En distintos pasajes de los films reconocemos momentos que ponen a los personajes en situaciones que los contrarían. Embarcados en dar verosimilitud a sus engaños, parecen anhelar una vida auténtica. Es decir, no son capaces de sostener sus mentiras todo el tiempo. Lo anterior no sólo se debería a juicios éticos que los harían conscientes de estar transgrediendo determinados códigos, sino también en razón del contexto. Tanto en Parásitos como en Un asunto de familia los niños se percatan de las transgresiones contra la normatividad social. Perciben los límites necesarios para la convivencia, es decir, fundamentales para construir una sociedad.
El respeto y la responsabilidad son dos conceptos que sintetizan esos límites, en tanto hablan del deber y la culpa asumida por los individuos, en términos personales y colectivos como miembros de un grupo social. En función de lo anterior, se establecen obligaciones y derechos. Dicho establecimiento delimitaría, entre otras cosas, lo que está o no permitido llevar a cabo por medio de la acción humana, en base a la regulación de las leyes y las normas que señalan una prescripción. Hanna Arendt afirma en cuanto a la responsabilidad que existe también “por las cosas que uno no ha hecho; a uno le pueden pedir cuentas por ello. Pero no existe algo así como el sentirse culpable por cosas que han ocurrido sin que uno participase activamente en ellas”. Evidentemente las palabras de Arendt proponen como condición para ser responsable, incluso cuando se trata de una simple omisión, que esta implique dejar de realizar una acción y, por ello, se produzca un cierto perjuicio en alguien más. Por ejemplo, cuando se tiene el conocimiento y la posibilidad de realizar un acción, pero no se lleva a cabo por pura negligencia. Desde de luego, si se ejerce con toda deliberación la responsabilidad resulta aún más inexcusable, aunque se busque rebajarla argumentando que no dependía de quien la llevó a cabo suspender su realización. El caso emblemático es el de Adolf Eichmann, que aseveró en un juicio famoso que su participación en el exterminio del pueblo judío, durante la segunda guerra mundial, consistió en obedecer órdenes a las que no podía negarse. De tal manera que la obediencia a ellas se explicaba porque se dio dentro de una estructura jerárquica del mando.
Los límites sugerirían condiciones de posibilidad para los lazos comunitarios. Se requiere evitar la desintegración de los mismos a manos de la ambición, el resentimiento, la mentira, la segregación social u otros motivos alentados por un individualismo rampante. Huelga decir, entonces, que ambas películas entrañan una inquietud moral, manifestada en algunos detalles que conforman sus historias, no sólo a nivel de su contenido, también en la línea estética elaborada en cada una de ellas. La líneas estéticas son diferentes y, más que distintas, antagónicas. Parásitos tiene un tratamiento visual estilizado, construido por movimientos de cámara precisos y por una fotografía con un trabajo de luz muy cuidado. El uso de distintos tipos de planos implica que el tránsito de uno a otro suele ser suave, salvo en los episodios en que los cortes son más bruscos porque las imágenes muestran escenas violentas. Por su parte, Un asunto de familia procede de un modo menos sofisticado. Más proclive a la utilización de planos generales y medios, la mayoría frontales, los separan cortes más duros. Al no poseer muchos movimientos de cámara, se va creando la sensación de una visualidad estática. Este último rasgo recuerda lejanamente a las películas de Yasujiro Ozu como Cuentos de Tokio (1953) o algunos de los films antiguos de Akira Kurosawa como Vivir (1952). A pesar de las diferencias entre las líneas estéticas de los dos films, coinciden en proponer una experiencia contemplativa a los posibles espectadores y espectadoras.
De acuerdo a lo que hemos comentado, es importante poner atención en algunos aspectos específicos de la historia que se cuenta en ambas películas, para así dilucidar las cuestiones recién aludidas. Parásitos relata la historia de la familia Kim, constituida por Kim Ki-taek el padre, Chung-sook la madre, Ki-woo el hijo y Ki-jeong la hija. Viven en un pequeño departamento ubicado en el sótano de un edificio muy pobre. En su interior vemos muebles, cosas tanto arrumbadas como en desuso, murallas sucias y un espacio reducido. Sólo posee una ventana a través de la cual se ve el final de un pasaje que está en un nivel superior. Cada cierto tiempo camina por él un ebrio, para orinar justo al lado del lugar que habitan. Lo corretean sin mayor éxito. Vuelve una y otra vez entrada la noche. En otras ocasiones, empleados municipales fumigan para deshacerse de las plagas de insectos, porque allí también se deposita la basura, amontonada en un rincón. No pueden abrir la ventana por los malos olores, así que gran parte del tiempo se juntan alrededor de una mesa sufriendo con el calor y la humedad.
Los personajes tienen trabajos esporádicos mal remunerados, con los cuales tratan de sobrevivir apenas. Uno de sus empleos es doblar cajas de pizzas, pero ni eso hacen bien. Min-hyuk, un amigo de Ki-woo, le propone reemplazarlo en unas clases de inglés que hace a una niña, perteneciente a una familia adinerada. La adolescente es hija del matrimonio de Park Dong-Ik el padre y Choe Yeon-kyo la madre. Son padres además del niño Da-song. Para asumir las clases, Ki-woo debe hacerse pasar por un estudiante universitario, falsificando un título. Su hermana le ayuda en esta tarea desplegando sus conocimientos informáticos en la confección del certificado. El joven no ve ningún problema en ello porque, como le dice a su padre, sólo está adelantando un logro que pretende conseguir en el futuro cuando ingrese a la universidad.
Este punto es un aspecto singular de la película: los hijos de la familia Kim han ideado un plan, pensando en lograr determinados propósitos. Se echa a andar gracias a que Ki-woo es contratado. El resto de la familia se va incorporando de a poco a las labores de la casa de los Park. Con la finalidad de acceder a sus puestos simulan no ser familiares, ni conocerse. Ki-woo recomienda a su hermana, la hermana al padre y éste a la madre. Con su ingreso buscan a corto plazo disfrutar de los beneficios de la vida acomodada de sus empleadores. En rigor, no quieren apropiarse de ella, sino aprovechar sólo los resultados. La razón de esto es que no están dispuestos a asumir las obligaciones y el esfuerzo requeridos para sostenerla en el tiempo. En ello hay una resistencia ante el trabajo como actividad productiva, para la cual se debe tener la disposición de asumir responsabilidades y responder a ellas. Tal resistencia los mantiene al margen de una organización de la vida propia de una sociedad capitalista. Como afirma Robert Kurz, reivindicar el trabajo es de alguna manera reafirmar una dimensión que sirve de motor para las condiciones contemporáneas, pues como actividad ha significado la intensificación de las mismas. Por eso, en Parásitos podría constatarse una paradoja respecto del trabajo: mientras presenciamos el éxito del sr. Park, demostrado por su estilo de vida, al mismo tiempo la familia Kim representa a sujetos de sectores pauperizados, que se desenvuelven en precarias formas de vida. Conforman un tipo de marginalidad constatable en Un asunto de familia. ¿Qué tipo de marginalidad es esa? Por de pronto, no sólo material, también apunta a una devaluación social y cultural, por la que la experiencia se ha precarizado.
Las pretensiones de los miembros de la familia Kim pronto se verán desbaratadas por la contingencia. El fracaso no se anticipa en el comienzo de la farsa, pues Ki-woo no sólo imparte sus clases adecuadamente, además inicia una relación con su alumna. En tanto, por recomendación del hermano, Ki-jeong se postula como profesora de arte para realizar clases al pequeño Da-song. Una vez contratada alcanza una complicidad casi inmediata con el niño. También falta a la verdad, en la medida que asegura haberse formado en Estados Unidos. Este dato resulta persuasivo a los dueños de casa. El matrimonio Park está interesado en ser sofisticados y asegurar una educación de élite para sus hijos. Esa aspiración se ve refrendada en la decisión que tomaron al comprar la casa que usan, diseñada por un famoso arquitecto. Se caracteriza por grandes espacios, muebles y artefactos de alta gama, así como por una elegante decoración.
Quizás a causa del afán arribista han mantenido a la ama de llaves, Moon-gwang, que trabajaba para el anterior dueño. La mujer se transforma en el próximo objetivo para los Kim. La hija, su hermano y padre aprovechan la alergia de la mujer a los duraznos. Hacen caer en su cuello pelusas de la fruta sin que ella se de cuenta, provocando efectos inmediatos como picazón, estornudos, tos e hinchazón de su rostro. El cuadro crea la convicción en la sra. Park que sufre de tuberculosis. Finalmente, es despedida bajo una causal distinta. Asimismo, Ki-jeong dejará una pista falsa en el auto que conduce el chofer, consistente en una braga que lleva puesta. Al encontrarla, el sr. Park infiere que el chofer ha tenido sexo en el vehículo y lo echa. Su lugar es ocupado por Kim Ki-taek, quien pronto se gana la confianza del jefe. Éste piensa que siempre está al borde de excederse por lo que dice o hace, pero nunca sobrepasa un límite, fijado por su labor y origen social.
Un detalle aparentemente insignificante adelanta el desenlace de la historia, esto es, el descubrimiento de la farsa: a Park le llama la atención el olor que mana el cuerpo de Kim Ki-taek, lo identifica como el que se siente en el metro, donde se movilizan personas de sectores periféricos. En tanto, su hijo menor Da-song, al olfatear a Kim Ki-taek y Chung-sook, se da cuenta de algo similar: ambos tienen el mismo olor impregnado en sus ropas. El indicio tiende a pasar desapercibido, pero en realidad corresponde a una pista que podría hacer patente todo el plan desarrollado de forma soterrada. Éste posee una estructura ausente para los Park, que se va cumpliendo con sigilo: los parásitos quieren instalarse en la familia huésped para vivir a su costa, pauperrizando su existencia sin llegar a ponerla en riesgo mortal. La familia dueña de la casa a la que se infiltran los Kim, se muestran incapaces de descifrar las señas de la conspiración que los tiene como víctimas. Decía Deleuze, en relación a En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, que algunos de sus personajes son hábiles para interpretar signos más concordantes con su vocación y completamente inútiles para otros. En esta diferencia se estaría insinuando que los personajes pertenecen a un mundo en el que imperaría un cierto tipo de signos, diferentes a otros que predominan, como sistema y lenguaje, en un mundo de un régimen distinto. La familia Park forma parte de un mundo diverso a aquel en el que viven los Kim. De ahí que no puedan leer en sus acciones, gestos, errores u omisiones elementos fundamentales de su plan.
Llega el cumpleaños de Da-song, los padres deciden ir de campamento. Una vez abandonada la casa, los empleados se entregan a disfrutar de las comodidades del hogar: Ki-jeong toma un baño de tina, todos comen y beben alcohol hasta embriagarse en el living. Mientras están en eso, hablan de las ventajas del estilo de vida de los dueños del lugar. Chung-sook llega a decir que el dinero resuelve todos los problemas, asegura la felicidad. Por su parte, Ki-woo afirma ser novio de su alumna. Quiere invitarla a salir cuando ya esté estudiando en la universidad con la intención de formalizar la relación. Las palabras suenan ilusas a la hermana, al punto de hacerla reír. Son ingenuas en tanto Ki-woo cree en la posibilidad de sortear la diferencia social entre ellos, superar la segregación entre dos familias distantes y distintas.
Pero hay un evento más importante, un verdadero acontecimiento en la narración de la historia, que como tal implica un quiebre profundo, producto del cual se altera toda la cotidianidad: Moong-gwang, la antigua ama de llaves, llega durante la noche en medio de una lluvia copiosa; toca el timbre del citófono y pide entrar a la casa porque debe sacar algo del subterráneo que olvidó llevarse. Baja al lugar y empuja un mueble que no consigue mover. Chung-sook quita lo que impide su movimiento y Moong-gwang cae estrepitosamente. Una vez que se repone baja una escalera para llegar a un nivel inferior. Allí vive los últimos 4 años Park Myung-hoon, su esposo. Se ha ocultado buscando evadir el acoso de los acreedores. La mujer ruega a Chung-sook no delatarlos, le ofrece entregar un dinero mensual con la finalidad de que le de comida cada cuatro días.
El resto de los miembros de la familia Kim escuchan la conversación escondidos en la escalera, ubicada justo antes del lugar. Pierden el equilibrio y caen en medio del pasillo donde se hallan las dos mujeres. La ex ama de llaves se da cuenta de su familiaridad. Saca un celular y los graba tratando de incorporarse. Se le ocurre chantajearlos bajo la amenaza de enviar la grabación a sus patrones. Van al living y los obliga a ponerse de rodillas con las manos levantadas. Come junto a su marido sentados en un sillón. Se burla de los farsantes con sorna. De repente, los Kim se abalanzan sobre ella, toman su celular y borran el video. Una vez que han resuelto la amenaza, Kim Ki-taek, Ki-jeong y Ki-woo se escabullen en la calle y vuelven a su departamento en el sótano. La lluvia ha empeorado creando un torrente de agua que corre por veredas y calles. Como el departamento está al final de un pasaje el agua va a parar allí, inundándolo por completo. Los tres se van a un albergue, lleno de otros anegados. La naturaleza se encarga de llevarlos a una situación en la que todas sus ilusiones se ven destruidas. Nada de lo planificado termina por resultar como esperaban. Una fuerza no humana pone de relieve su completa precariedad, desatando un impulso interior en el padre que no dará marcha atrás. Precipitará un desenlace aciago, a causa del descontrol que se ha apoderado de él y echa por tierra la planificación calculada y racional.
La película japonesa Un asunto de familia guarda algún grado de semejanza con Parásitos. También la protagoniza una familia en condiciones muy pobres de vida, con trabajos esporádicos o muy precarios. Su mayor diferencia con el film surcoreano se expresa en la manera en que pone en escena la historia: los personajes no pretenden ocultar sus relaciones familiares, sino simular que las tienen, a pesar de no poseer ningún vínculo de consanguinidad. En otras palabras se inventan una familia. Habitan una casa pequeña ubicada en una zona muy modesta de Tokio. Es un espacio estrecho para la cantidad de personas que viven allí. La propiedad pertenece a Harsue Shibata, quien la ha heredado de su esposo fallecido años atrás. Le dejó además una pensión que cobra mes a mes, con la que mantiene gran parte de los gastos del grupo. Por eso, en la práctica es la abuela de todos y, por tanto, la matriarca de la familia.
Junto a ella, vive Osamu Shibata un jornalero obligado a dejar su trabajo a causa de quebrarse un tobillo. Perderlo en todo caso lo hace sentir bien, porque no le gusta trabajar. Prefiere subsistir de robos en distintos supermercados. Durante la comisión de sus delitos es acompañado por Shota Shibata, su supuesto hijo. A lo largo de la película, el niño nunca podrá decirle padre, sólo hacia el final lo llama de ese modo, cuando ya no seguirán viviendo juntos, pues se han separado para siempre. Nobuyo Shibata es su mujer, que hace de madre del niño y de la hija mayor. Trabaja en una lavandería, labor que le permite hurtar objetos encontrados en distintas prendas. Aki Shibata, la hija mayor, se gana la vida en un club de azafatas, donde se exhibe detrás de un vidrio, ante clientes que pagan por verla a ella y a otras jóvenes mujeres.
Un día cualquiera, Osamu encuentra a Yuri, una pequeña niña, en medio de una noche fría. La lleva a su hogar. Es acogida como un miembro más de la familia. Si bien vivía con su madre y su pareja, era maltratada por este. Sin el cuidado suficiente, pasa largo tiempo sola, en un estado de completo abandono. Los Shibata comienzan a tratarla con cuidado, dándole cariño. No obstante, transcurrido un tiempo su verdadera familia comienza a buscarla. Denuncia la desaparición a la policía. Además, en la televisión se suceden noticias que informan del caso. La sospecha más persistente es que ha sido secuestrada y sus captores la mantienen retenida. Entonces, le cortan el pelo, roban ropa nueva para ella en una tienda. Se incorpora a los robos de Osamu y Shota. Sale con éste a deambular por distintos lugares de la ciudad.
Hay un momento importante en este sentido: la familia va de paseo a una playa, pasan una tarde allí gozando de la jornada. La imagen que encabeza este comentario los muestra a orillas del mar, tomados de las manos, como si fuera una actividad normal de un grupo familiar. En la escena notamos la necesidad de reforzar los lazos afectivos más auténticos, aunque se trate de una falsa familia. Pero esa posibilidad se desmorona por dos eventos cruciales. El primero se hace presente con la muerte repentina de la abuela. Frente al deceso, Osamu y Nobuyo optan por cavar un hoyo en una habitación de la casa para enterrarla. Tienen en mente seguir cobrando su pensión. Sin un parentesco real, el fallecimiento igualmente estremece a Aki y Shota, del cual no pueden recuperarse. No resisten seguir como si nada hubiese ocurrido. De ahí que la farsa empieza a tambalear. Junto a lo anterior, Aki descubre que la abuela cariñosa pedía dinero a sus verdaderos padres, en el supuesto que se encontraba en Australia. En vez de entregárselo, la anciana lo guardaba para sí misma.
El segundo evento es de menor envergadura en apariencia. Un día Osamu sale con Shota a robar. Caminan por un estacionamiento, después de un rato el hombre elige un automóvil. Rompe el vidrio y saca de él una cartera. En seguida corre con la finalidad de huir del lugar, el niño lo sigue de cerca. En un momento éste le pregunta si a él lo habían hallado en un auto también. Por este breve diálogo nos enteramos que fue raptado por Osamu y su mujer cuando era recién un bebé. Un hecho tan rutinario como robar un auto, va a reiterar la sensación en Shato de no tener una verdadera familia. Así, se trastoca de forma irreversible el orden frágil que le posibilitaba estar junto a los demás personajes.
Más adelante, Shato irá con Yuri a un supermercado. Quiere sacar cosas del lugar como siempre lo hace. De repente mira a la niña, ella intenta quedarse con un paquete de dulces. Se percata que puede ser descubierta por un empleado. Para distraer la atención de éste, bota al suelo una serie de productos y corre despavorido. El dependiente sale tras él. Llegan a una vía en altura, donde aparece otro empleado que le cierra el camino. Acorralado, se tira para caer en una carretera que pasa por debajo. Va a parar al hospital. Las autoridades averiguan dónde vive y con quién. La policía se apersona en la casa, sorprendiendo al hombre y la mujer en plena huida. De ahí en adelante se descubre todo: son delincuentes de poca monta, involucrados en un crimen pasional, que han cambiado sus nombres e inventado una familia para sumergirse y no ser habidos. Dijimos en la primera parte de nuestro comentario que en Parásitos y en Un asunto de familia la farsa que montan sus protagonistas termina por no tolerar las vicisitudes de la contingencia. Como si el artificio no contara con la suficiente flexibilidad para adaptarse a las transformaciones, los giros inesperados o los accidentes, pues estos hacen aflorar dudas en los personajes, producto del sentimiento de culpabilidad que hace insostenible su existencia.