Rodrigo Verdugo Pizarro, Santiago de Chile, 1977. Poeta y collagista. Fue secretario del Pen Chile y formó parte del Grupo Surrealista Derrame. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías nacionales y extranjeras siendo traducida parcialmente al: ingles, francés, italiano, portugués, polaco, árabe, uzbeko, rumano, búlgaro, catalán, albanés y holandés. Ha participado en exposiciones colectivas en España, Portugal, Republica Checa y Costa Rica. Es autor de «Nudos velados», Ed Derrame, 2002, «Ventanas quebradas», Olga Cartonera, 2014, «Anuncio», Rumbos Editores, 2017 y «3 Anuncios, 3 Annonces», Plaquette, Coedición Mago Editores, Cuadernos de Casa Bermeja, y Ediciones Hespérides (Argentina), Academia Hispanoamericana de Buenas Letras (España), 2019.
Noventaavo anuncio
Al compositor Acario Cotapos
Dame una rama de tu fuerza alada, un gramo de tus íntimos metales,
y nacerá la luz en mí enterrada.
Homero Arce
Ahora nosotros pondremos las reglas
oh pastor solar, el alma atravesará el fuego,
no nos sorprenderá por segunda vez
la semilla que llega con la horca encima,
ocuparemos como dado el cráneo del vampiro,
al tirarlo sobre las libélulas,
dará un número inexistente,
el que necesitamos marcarnos
para no volver nunca más
a los arcos que tienen la extensión de un relámpago,
y lo alto y lo bajo del espejo
donde el agua no tiene preámbulo.
Ahora nosotros pondremos las reglas
la boca corrige las hojas,
leeremos el testamento oscuro
nos mostraremos los misterios que le sobran a la noche.
Nos sujetan sobre las estaciones cavadoras
como el mal encadenado a un pájaro
ardiendo lo mismo que esa sangre
que cambia de promesa según el límite
bajando hasta la cintura,
donde no nos sorprenderá por segunda vez
la semilla que llega con la horca encima.
Marcado ya un número inexistente,
el cráneo de vampiro es nuestro dado
que tiramos sobre las libélulas con una mirada sádica.
Venid pastor solar,
vamos a dar lectura a un testamento oscuro,
luciendo el espanto de las aguas,
están cayendo las hojas que la boca corrige,
que pronto alguien esconda la lámpara,
todo adentro debe seguir oscuro
hasta después del preámbulo de las bestias,
hasta después de las estaciones cavadoras,
y desde lo alto y hacia lo bajo,
y desde lo ancho y a lo largo,
vertimos nuestra sangre más antigua,
precipitamos sumas,
somos sujetados con la inexistencia de nuestro número,
el arco va reduciéndose
hasta la proporción de un cráneo de vampiro
que sádicamente dejan en una erupción de libélulas
como el mal encadenado al alba.
Que pronto el pastor solar esconda la lámpara,
mi alma ira atravesando el fuego
la extensión de un relámpago,
es como la extensión de esa misma cintura
donde todo debe seguir oscuro,
así el hombre bebe de aguas que no tienen preámbulo,
trae el sol como herida de guerra
es presa de esa semilla que llega con la horca encima
la lluvia y la espuma se quedan con la sangre más antigua
se precipitan muchas sumas.
Ahora nosotros pondremos las reglas
emboscados en las raíces del sol
con un ojo de águila gobernando la putrefacción,
sumando las semillas con un número inexistente,
desde lo alto una erupción de libélulas
hace correr como dado un cráneo de vampiro
corre hasta dar ese número inexistente
cuya proporción es ahora la de un arco.
Han descolgado a los que yacían sobre las estaciones cavadoras
se termina de dar lectura a un testamento oscuro,
hacia lo alto los misterios que le sobran a la noche,
hacia lo bajo la semilla con la horca encima,
ardiendo lo mismo que esa sangre
que cambia de promesa bajo la lluvia o la espuma
y desde lo ancho una hoja que la boca ha corregido antes,
que pronto alguien esconda el arco
el alma atravesará el fuego
ahora nosotros pondremos las reglas,
oh, aguas que no tienen preámbulo.
Noventaycincoavo anuncio
A María Carolina Geel
Pero todo es un elástico temporal en pleno estiramiento silencioso.
Carlos Delgado Páez
Todos estuvimos allí
céfiros heroicos doblegaban a la enana rosada,
caían estrepitosamente las pizarras
abusábamos de la delicadeza del cielo.
A cualquier precio
caía la noche en nuestras manos,
resbalamos entre papeles y arena negra,
en caída recta como la espada
que no pudieron limpiar ni los ángeles, ni los dioses,
con los ojos insondables de tanto pedir
la gota que nos debe el mar,
en caída recta como el límite
que apenas pasó por nuestra sangre
porque un relámpago allí estaba para impedirlo,
allí estaban las raíces
que someten al mundo a venir
desde designios brumosos
hacia la rotación convaleciente
donde se debe verter licor
bajo un cielo que tiene lentitud de beso
para los que caen,
para los que toman los remos,
en caída recta como el ahogo de los astros
en todos los huecos del cielo.
Queda poco para que de este animal
ya no queden espejismos,
ni seducciones sobre piedras iluminadas,
ni ese resplandor que se encarna,
atrévete a escribir los nombres
en estas pizarras que caen estrepitosamente
los nombres de los que cayeron en línea recta.
La enana rosada gusta de qué céfiros heroicos la dobleguen
gusta como todas las piedras iluminadas
de abusar de la delicadeza del cielo,
no es todo en caída recta,
puede en cualquier punto enmarañarse
quedar como un huracán de cuernos
golpeándose unos contra los otros
hasta verter licor en todos los huecos del cielo.
Queda poco para que no queden ni testigos, ni espejismos
vendrá el mundo desde designios brumosos
llora el animal frente a los espejismos
tentado por salir de los sémenes como una espada
que no pudieron limpiar
ni los dioses, ni los ángeles
y preguntar por la gota que aún nos debe el mar.
El silencio abre el silencio,
resbalamos entre papeles y arena negra
ni testigos, ni espejismos ante todos los huecos del cielo.
La enana rosada se aprieta
los céfiros heroicos contra el pecho
los quiere dejar ahí,
por ella que la sigan doblegando
hasta encima de las pizarras
que han caído estrepitosamente,
con uno que otro nombre escrito,
la noche es la única espesura que imaginó este animal,
del que ya no quedarán espejismos,
a cualquier precio caía en nuestras manos
te gusta que te dobleguen, ah enana rosada
más, todos estuvimos allí
abusando de la delicadeza del cielo.
Noventaynueveavo anuncio
En memoria de Juan Rojas Pizarro
Allí viene una marioneta de arena danzando en la encrucijada muerta
Ricardo Navia
Un jilguero lleno de astillas anda en la habitación
atrápalo, cántale muy de cerca
esa batalla de las permanencias,
el sólo choca contra sombras
que se han hinchado de soledad
contra cascos en los que bebemos
un vino envenenado.
Con una sola condición lo dejan pasar las penumbras:
rendir culto a todas las divinidades
que hay en una cerradura,
un cristal pasa inadvertido,
te han dejado al lado de una hoguera
como un signo que le sobra al invierno
y el cual no es posible recoger
sin que irrumpa un enviciamiento de rayo en todo perfil
y se coman todas las cuerdas.
Un cristal pasa inadvertido,
una voz dice: «si tan solo pudieras acariciarla
cuando su sexo se abre en el cielo,
todo este carbón ardería de verdad».
Un jilguero lleno de astillas anda en la habitación
tú andas caminando sobre transistores
has perdido la razón,
el rayo se te ha escapado tantas veces de las manos
nunca faltaron las neblinas
que caminaron por las espaldas,
una cerradura es algo que tiene muchas divinidades,
un transistor es lo que te pones en el rostro
al salir a perseguir a un jilguero lleno de astillas
aunque te demores días y noches enteras
tratando de atraparlo
con el solo objeto de cantarle
muy de cerca la batalla de las permanencias
al lado de una hoguera a medianoche.
Un cristal pasa inadvertido
a nosotros con una sola condición
nos dejan pasar las penumbras:
que nos bebamos todo ese vino envenenado de los cascos,
presenciemos cómo los peces maquillan el amanecer,
volvamos al lado de la hoguera a sentarnos
como un anciano que perdió la razón
que de pronto se da cuenta:
que le sobra al invierno,
que del odio de la carne sobrevino,
que creció bajo una bruma feroz,
que cargó con un mueble por las calles a medianoche,
después lo dejaron en sillas de ruedas en la puerta de la casa
pasó muchos días mirando hacia abajo
recordó que tuvo una novia anémica
que trabajaba haciendo estampillas
recordó que a un amigo se le rasgaron los ojos
cuando hundió ardillas en el té
vio cómo todos los que pasaban frente a él
le saludaban, y le veían como un monolito
rebosante de enigmas enfermos
pero el anciano que perdió la razón
una tarde se levanta de su silla de ruedas
se pone a andar por un predio de transistores
mira hacia arriba,
observa que un jilguero lleno de astillas
le sobrevuela como anunciándole algo,
se envuelve en transistores,
entra a las perreras y a los talleres
choca contra sombras que se han hinchado de soledad,
es el pariente más cercano del desafinado
que se comió todas las cuerdas,
y luego termino diciendo: «si tan solo pudiera acariciarte
después de haber bebido vino envenenado
irrumpiría en toda mi mano
un enviciamiento de rayo,
terminaría de abrir tu sexo en el cielo,
rindiéndole culto a todas las divinidades
que hay dentro de una cerradura».
Un cristal pasa inadvertido.
un jilguero lleno de astillas vuela sobre transistores
parece un anciano que ha perdido la razón
que ha bebido vino envenenado de los cascos,
su sombra se ha hinchado de soledad
con una sola condición nos dejan pasar las penumbras:
que le cantemos muy de cerca a la hoguera
la batalla de las permanencias.
[del libro inédito: «Anuncio. V PARTE»]
Herencia del insomne XXLI
Querían que el parrón
tuviese un aire de ruina griega.
Anudábamos el invierno,
para que pasaran a la transfiguración del pez
el ermitaño y la hermana loca.
Y el parrón tuvo
un aire de ruina griega.
Herencia del insomne LV
Bajo los jazmines,
hay sentencias hermosas.
Busco con manos de niebla,
algo en mis huesos.
Y en mi ayuda viene,
la joven que sabe
leer al revés.
De todo nudo
De todo nudo
te rescataré
y las serpientes retrocederán
ante tu lengua.
[del libro inédito: «Herencia del insomne»]