Raúl Gustavo Aguirre o la estrella fugaz
(Especial de Re-encuentros. Octubre)


La relectura como un ejercicio fundamental. Al volver los ojos sobre algunas líneas, ya sean en verso o prosa, pareciera que una luz secreta es revelada. Es así como un libro nunca es el mismo y la literatura se renueva. Bajo esta idea, creemos oportuno re-aterrizar en Argentina, tierra donde Raúl Gustavo Aguirre gestó un movimiento poético fundamental en la literatura argentina y produjo su vasta obra literaria.

La existencia del ensayo que dedica Eugenio Montejo al poeta argentino es la principal razón por la cual me privo de intentar escribir lo que ya el poeta venezolano escribió con notable cuidado y manejo. Incluimos fragmentos de este para introducir la imagen del poeta. Que el ensayo de Montejo —en esta oportunidad y siempre— arroje luz al umbral del poeta Gustavo Aguirre.

Por otra parte, incluimos una selección de poemas pertenecientes a La estrella fugaz (1984), Antología (1978) y La piedra movediza (1968), además de una carta extraída de Correspondencia y poemas, René Char y Raúl Gustavo Aguirre.

Conscientes de que el espacio apremia, optamos por mencionar el invaluable trabajo que gestó el autor en el movimiento Poesía Buenos Aires, sus aforismos y ensayos. Confiamos en que los textos seleccionados permitan al lector un acercamiento a esta estrella que, fugaz, tuvo su paso por la literatura universal.

49 Escalones


Raúl Gustavo Aguirre

por Eugenio Montejo

Poco después de la muerte de Raúl Gustavo Aguirre apareció publicado un poema corto que él había entregado algunos días antes al suplemento literario de La Gaceta de Tucumán, un breve texto en cuyos dos versos iniciales se leen estas palabras: Yo cumplo un luminoso y secreto destino, / lejos, en un sistema solar joven y extraño. Aguirre falleció el 18 de enero de 1983; el poema a que me refiero, “La estrella fugaz”, adquirió de inmediato un imprevisto mérito testamentario, como bien corroboraron los compiladores de sus poesías inéditas, Antonio Requeni y Daniel Chirom, al escoger el título de ese poema para el volumen publicado póstumamente, al cual antepusieron esta advertencia: “creímos que, de alguna manera, la vida de Raúl Gustavo Aguirre aparece cifrada en el primer verso de esta breve y hermosa composición”.[1] Un “luminoso y secreto destino”, escribió Aguirre hablando tal vez, más que por sí, por el poeta de nuestra hora, consciente del vasto cono de sombra que la estrella de la poesía atraviesa en este fin de milenio. Luminosa y secreta son, en verdad, palabras que corresponden a su poesía tanto como a su vida. Cuando leí por primera vez ese poema vino a mi memoria otro suyo de 1970 incluido en la antología poética que le editó Monte Ávila[2], y en el cual también se encomienda a las lejanas estrellas: En las hermosas constelaciones reside la justicia.

Raúl Gustavo Aguirre nació en Buenos Aires el 2 de enero de 1927. Su relación con la literatura tuvo signo precoz pues a los once años compuso una pieza para títeres y a los diecisiete obtuvo el Premio Iniciación de Poesía, un comienzo relevante que le abrió las puertas de la benemérita revista Sur, donde publicó algunos sonetos entre 1946 y 1949. Cuando contaba 24 años, ansioso de andar su propio camino sin más tutela que la tertulia de sus amigos, juntó la palabra poesía al nombre de su ciudad natal y dio inicio así a Poesía Buenos Aires, un movimiento que logró aglutinar a toda una generación en torno a la revista y a las demás publicaciones propiciadas por el grupo. Como se ha reconocido, buena parte de los gustos poéticos introducidos durante la década de los años cincuenta en Argentina se definieron, tanto por adhesión como por diferencia, a partir de las acciones y ediciones de ese movimiento en el cual lo acompañaron, entre otros Edgar Bayley, Rodolfo Alonso, Jorge Enrique Móbile, Mario Trejo, Wolf Roitman y Nicolás Espiro.

La obra poética que Aguirre por momentos parece encarnar es la de un heraldo moderno a quien acosa la angustia del resplandor crepuscular del arte, en el sentido en el que Harold Bloom lo ha subrayado en los aforismos de Nietzsche. “Acaso nunca en épocas anteriores —dice el autor de Humano, demasiado humano en el fragmento citado por Bloom— se trató al arte con tanta seriedad y consideración como ahora, cuando parece estar circundado por la influencia mágica de la muerte. […] Muy pronto el artista será considerado como una espléndida reliquia”.

[…]

La inauguración oficial de la poesía contemporánea en Argentina, en opinión de Pedro Henríquez Ureña, se concretó con la publicación de Prosas profanas de Rubén Darío. La obra de Raúl Gustavo Aguirre vino a cumplirse medio siglo más tarde, y a su modo prolonga y contribuye a revitalizar muchos de los elementos que esa contemporaneidad sacó a la luz. Fue el eje de un movimiento que renovó en su país los usos poéticos de su hora, a la vez que introdujo otros modos y referencias para valorar el hallazgo lírico. Supo dar en su palabra un testimonio de vida, de atención a la vida, procurando confrontarla a cada instante con el misterio de la condición humana. Hoy es justicieramente reivindicado como un hermano mayor, un maestro por los jóvenes poetas argentinos.

Le correspondió una época de eclipse de la poesía, una época en que entre ella y sus destinatarios se interponen, oscureciéndola, los flamantes productos de la técnica. Desde las sombras de este eclipse avistó su “sistema solar joven y extraño”, es decir, la luz de su “estrella fugaz” […].

(Recogido de El taller blanco y otros ensayos, 2012)


[1] Raúl Gustavo Aguirre, La estrella fugaz (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1984). (N. de E.M)
[2] Raúl Gustavo Aguirre, Antología (Monte Ávila Editores, Caracas, 1978, Impreso en Argentina) (N. de E.M)


Vidas paralelas

Escamandrónimo, poeta
de pobre ingenio, quiso
ser inmortal como los dioses:
otra pasión no tuvo.

Todo su tiempo lo empleó
Escamandrónimo de Lesbos
en arduas diligencias
para obtener el renombre universal.

Diferente fue Safo,
su hija, que al efímero
placer y a la amistad
no sustrajo un instante.

de La piedra movediza (1968)

El herborista

En sus inviernos, el herborista tiembla como los pobres.

Solo que tiene una razón para no temer.

Una razón por la que cambió sus veranos.

de La piedra movediza (1968)

Dos poemas alemanes

I

                                   El puente

         Yo, capitán del invencible
ejército en derrota,
fui fusilado

a orillas
del viejo Rhin
por no volar un puente.

Un puente tan hermoso,
tan simple en su pasar
de una orilla a la otra.

Que mi Patria y mi Führer
me lo hayan perdonado.

II

                        Juan Sebastian

            Curva
enredada en sí misma
ajena a todo
salvo a su ser.

Reino sin límites
donde me sobra lo que tengo
salvo mi ser.

de La piedra movediza (1968)

Poesía

Mis amigos, los que en otro tiempo venían,
se apasionaban por ese tema.
En la ciudad de traficantes eran
sus corazones el mayor tesoro.
Mis amigos de pronto dejaron de venir.
Los vi de lejos detrás de los cristales
de enormes edificios alfombrados.
Les hice señas desde el viento.
Les hice señas desde el sol,
desde la luna y los planetas,
señas de espadachín, de siux, de mono.
Les hice señas pero no miraron.

De Antología (1970; 1978)

Linda tarde

Hay que decir que llueve
y que en la soledad
se arrincona la muerte.

Jamás imaginaste
que un adagio de Mozart
te hiciera tanto mal.

Tristeza de la lluvia
donde estás y no estás.

23.12.78
28.03.79

De La estrella fugaz (1984)

Preguntas

Algunos poetas me hacen llegar
sus libros, sus cartas, sus biografías
y fotografías,
las nóminas de sus distinciones,
las fotocopias de sus declaraciones
y sus poemas inéditos.

Y yo me digo: ¿qué tengo que ver
con estos poetas tan productivos,
eficaces y dinámicos,
tan descollantes de personalidad,
tan seguros de sí, tan convencidos
de haber encontrado las palabras
y las claves definitivas?
¿Y que tengo que ver yo con esos
otros, los nostálgicos, los que se
jactan de sus penas y me endosan sus importantes fracasos?
¿Y qué con esos otros que vociferan sus amores
y se abrazan en público con sus mujeres y sus
hombres, con sus ciudades, sus consignas, sus banderas y sus dioses?
¿Qué tengo yo que ver con esos poetas,
yo que soy tartamudo,
yo que estoy aterrado,
yo que perdí mis señas
y no tengo camino ni memoria
y apenas sobrevivo?

Clarin, 1983

De La estrella fugaz (1984)

La estrella fugaz

Yo cumplo un luminoso y secreto destino,
lejos, en un sistema solar joven y extraño.

Soy puro lis de fuego y después ya no soy
sino una claridad velocísima y tenue
que se confunde con la claridad.

La gaceta, Tucumán, 1983

De La estrella fugaz (1984)


Carta de Raúl Gustavo Aguirre a René Char [1]

                                                           Buenos Aires, 6 de marzo de 1962

Yo debo a estos dos libros que su amistad me ha dado, al retorno de un viaje en el que mi vida fue puesta en discusión, el golpe de gracia a un laberinto minucioso en que había terminado por encontrarme, con todas las plantillas de las perfectas soluciones en mis manos. ¡Mi talento de planificador se había hallado de pronto con la Muerte! Si semejante experiencia, y si la voluntad y el milagro de volver a lo esencial no me salvaban, yo hubiera tomado de sus poemas sólo la incomparable superficie. Y sin consentir a los que ellos afirman, hubiera sentido un entusiasmo, e incluso una unanimidad, valerosos y puros, pero en el fondo sólo contemplativos. Pero —y qué difícil es decirlo— ha habido más: el mar negro de los detalles ha desaparecido de pronto de mi corazón, y un sentimiento de afirmación y de libertad (algo así como quien temió siempre caminar por sobre una cuerda sobre el abismo y de pronto ya no teme, de confianza (esa rama que se separa del sol y del cielo para vivir en el sol y en el cielo es real y yo vivo) ha arruinado la mansión de esa especie de larva en que las urgencias del siglo y mi cansancio me había convertido.

Siento otra vez la alegría del que surca, del que va, del que no lo sabe todo. Y así puedo leerle. Porque, libre y sencillamente, sé de nuevo, por última vez quizá, que sólo hay esto: la poesía. Y estaba traduciendo a Rimbaud cuando llegó su Parole en archipel.

Sobre este mundo peligroso, sobre esta tierra que puede romperse, yo no tengo nada que oponer sino la conquista y la pérdida continuas de ese ilimitado “audelà nupcial qui se trouve bien dans cette vie[2]. Pero, así yo toco lo incontestable de su voz: no se puede elogiar, ni siquiera mencionar, un poema. Sólo habitarlo en su don el mayor tiempo posible.

Le ruego me disculpe la profusión de estas líneas. Quería, simplemente, que le llegara a Ud. un destello siquiera de la entrañable amistad de quien tiene tanto que ver y que vivir con sus palabras.

                        Raul Gustavo Aguirre


[1] Entrada número 25 (pág. 63) del libro Correspondencia y poemas – René Char y Raúl Gustavo Aguirre (Edhasa, 2016).  
[2] Cita de “Nous avons” (1951, recogido en La parole en archipel, 1962): “Hacer un poema es tomar posesión de un más allá nupcial que se encuentra en esta vida, muy atado a ella, y sin embargo cercano a las urnas de la muerte” (N. del E.).


Dedicatoria a Enrique Gómez-Correa, en la edición de La danza nupcial, de 1954

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