Rodrigo Arriagada-Zubieta (Viña del mar, Chile, 1982) es un poeta, traductor y crítico literario. Escribe de manera regular en la Revista y Editorial Buenos Aires Poetry donde es, además, Director de la colección internacional de poesía «Pippa Passes». Sus poemas han sido traducidos al italiano, al inglés, al bengalí, al francés y al chino, publicados en medios de Chile, Austria, Argentina, Bangladesh, Venezuela, Colombia, Perú, México, Estados Unidos, Italia y España. Como poeta ha publicado los libros Extrañeza (2017), Hotel Sitges (2018), Zubieta (2020) y El Greco (2021), todos por Buenos Aires Poetry. Su trabajo ha sido antologado en su propio país por la Editorial Santiago Inédito, bajo el título Una Temporada en la cabeza (2020). En traducción publicó Cutty Sark (Poesía escogida), de Hart Crane (2020) y Thirties Poets (2021). Actualmente finaliza sus estudios doctorales en letras hispánicas en la Universidad Complutense de Madrid. Reside en Alicante, España.

Los poemas antologados a continuación corresponden a su última publicación El Greco (2021).


Clavis Ordinis, 1569

Toledo se hunde
auguran todos los poderes
y sólo hay estas barcas ardientes
para los pobres y los locos.
Avancemos a través de légamos de agua peregrinada
hacia el peñón de las siete colinas.
Se abrirán simas enormes y lloverán
cabezas degolladas de hombres vacíos
sacudidas por sotaventos de un demonio desatado.
Únicamente los sacerdotes
mantienen su lugar en la Catedral
donde la bondad se esconde asustada
al interior de los atrios.
Dijeron que se quedarían para hacer el peso
a la gravedad de la noche
con sus cabezas calvas inclinadas hacia la luna.

              Fiesta de sofocación

El único paraíso es el que conduce al infierno
Dios vendió parcelas al día siguiente del Génesis
y es un anciano que duerme
un sueño sordo de insectos.
Nuestras plegarias son inútiles.
Sólo los iniciados conocen el camino
de las estrellas y el sol boca abajo
La crueldad siempre
fue el poder de una llave
destellando eternidad
en las manos de unos pocos.


Homo Viator

Hemos nacido tarde
para comenzar los viajes en primavera.
Ya nadie ora con los pies
pero a Toledo aún vienen
flotantes peregrinos en noches de invierno
para sentirse parte de la historia
avivados por una pasión oscura.
La tarde duerme apacible
anestesiada por las faldas
que se arrastran en los adoquines.
No les bastó con Venecia, París y Roma
y tomarán el tren de las ocho
cuando la tarde atea y somnolienta
vuelca una taza de café
sobre los ruiseñores del convento.
Caminan desde el Zocodover
iluminados por vitrinas
que absorben a las damas elegantes
sonriendo inclinadas
ante mazapanes
relojes y damasquinados.
Se asemejan a una raza automática del futuro
flotas de nómades ardientes
que se unen a ciegos guías de rutina
y contemplan con culpable devoción alguna virgen
como endemoniados que de día matan a las palomas.
Ninguna ciudad se les hace extraña
y ni siquiera titubean
ante la alargada frialdad del Greco
quizás porque han entendido
que de eso se trata el espíritu
y confirman lo que ya sabían.

Eran ellos mismos
los que estaban muertos hace cientos de años
congelados en la luz azul de los maestros.


Veris leta facies

Flora principatur nemorum
Dulcisono que cantu celebratur

Cánticos de Beuern

El alegre rostro de la primavera
mostró su peor máscara
te encontró inmensamente ingenuo
igual que a Botticelli se le ofrecieron,
con delicadas veladuras,
las Tres Gracias obscenas y cortesanas.

La crudeza invernal se volteó hacia ti
con el viento cargado de ruidos
trabando puertas, postigos
y caíste víctima de la ciudad
junto a pedregosos desperdicios.

El universo no cerró esta vez
su ceñido círculo espiritual
y elevaste junto a médicos y filósofos
los brazos desconcertado
como un ermitaño del absoluto
mientras los prados solitarios de ti
rieron sobre las prescripciones de tu tiempo.

Era el turno de correr hacia el amor
escribirías sonetos
cuando Céfiro soplara los aires de mayo
y tus párpados se cerraran
con el olor de los tilos.

Con empeño, por el premio de Cupido,
oirías cantar a la dulce Filomena
acompañada de cítaras
en medio del bosque tupido de reinas
y tus amigos se burlarían de ti.

Ahora te ampara una soledad de fin de mundo
una bandada de cuervos revolotea
el vacío que natura aborrece
y eyaculan en una laguna negra
de mareas acuosas que doman el aire
sin regresar a ningún comienzo.

La pesada piraña se hunde
lentamente en el espacio muerto
devorando las entrañas
de los aún no nacidos
porque el mundo está en duda

guirnalda de espinas

pájaros de una sola ala

árboles sin rama

artefactos sexuales
en el jardín de las ninfas.


Omnia sol temperat

Omnia sol temperatpurus et subtilis,
novo mundo reseratfacies Aprilis,
ad amorem properatanimus
heriliset iocundis imperatdeus puerilis
.
Cánticos de Beuern

Veo la radiante cara del sol
conducir hacia la luz el baile de la juventud,
reanudar las flautas, ignorar la cicatriz del cielo
ahí, en su ardor, derretir un invierno
en el campo abierto de amores congelados
donde ellos buscan a sus niñas
con sus ardientes manos oliendo a hierba.

Y veo a esos muchachos desafiar
el curso natural de la estación,
destrozando el carozo del fruto inmaduro
con apuro de tedio semanal,
tocando senos y nalgas
con imprecisión inobservada,
incordiando ritmos con la voz del corazón
mudo de nervios
ahí, a plena luz, musculosos bufones sin versos
ni obsequiosos gorriones
delicias de la doncella, Catulo,
afásicos que no han visto aún el horizonte
gimen la palabra hembra
hurgan entrepiernas en la flor de su escarcha.

Es el grito del animal
como una campana que anuncia la desgracia
en el vientre de la mujer
colmado de primavera.

Sabemos que de estos hombres no surgirá nada.

Quizás pétalos demasiado cansados
por el aire lisiado de sueño
o por la transformación de las semillas
en el exorcismo de la muerte.

Un feto que bracea de espaldas
ahogado en un océano negro
espeso de cormoranes y sal.


Armando Uribe se emputece el día de su muerte

Ah, poeta chileno, Mire, cállese.
Yo a usted no lo necesito
cerca para escribir mi muerte.
Yo clavé los clavos del más allá en el más acá
para que usted no rondara como avispa
o tábano – su picadura que emputece.
¿Por qué llora, señora, caballero?
Si yo no hallaba las horas de morir,
nunca me quisieron los dioses
y escribí el amor silenciosamente
en los huesos de una difunta
que bailó sin traje todas mis noches
de luna llena de suicidio,
mientras usted se asfixiaba de sí mismo
en su propia fiesta.
Flojo y aburrido,
pero elegantemente en traje negro
me alejé de la antipatía de todo un pueblo
y me disfracé de Calavera en el altillo
de un departamento sin luz y sombra
y sobre todo lleno de máscaras obscenas
untadas en vómito,
porque en Chile ningún poeta
de quien se diga galante
puede enamorar tan fácilmente a su dueña.
Ah, poeta chileno, Mire, sepa guardar silencio.
No quisiera ser santo de su corte,
ni protagonista de sus pequeñas historias
con las que engaña ladinamente al prójimo,
triquiñuelas, retándose en lisonjas,
y poniéndose trampas como lo que es:
un enemigo de todos entre sí.
Ah, poeta, chileno, Mire, sepa guardar silencio.
No quisiera ser un enfermo de mayor gravedad
que patalea encabronado en su ataúd
por dar más señales de muerte
escupitajos, puteadas y bofetadas en su cara.
Yo ya lo detesté suficiente.
Y perdónenme del más allá.

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