El infiel y el profesor

por Soledad Campaña

Esta obra, El infiel y el profesor (2017), busca acercar la vida y obra de David Hume y Adam Smith al lector que, sin saber siquiera que le interesa la filosofía o la teoría política, puede maravillarse con dos personas que compartieron una amistad genuina y admirable. 

Dennis C. Rasmussen, profesor de Filosofía Política, Teoría Política Contemporánea y Pensamiento Político Americano ha escrito múltiples obras y papers relacionados con su materia. Sin embargo, el académico deja de lado la aproximación insípida para escoger la amistad como punto de convergencia entre dos grandes pensadores del Imperio Británico en el siglo XVIII: una época gloriosa de la Ilustración escocesa, particularmente en las universidades de Edimburgo y Glasgow las cuales fueron casa de grandes filósofos de las más diversas ramas. Smith terminaría por convertirse en uno de los padres de la economía moderna y Hume provocaría un salto filosófico altamente influyente en el empirismo, escepticismo y naturalismo.  

El infiel y el profesor describe el desarrollo intelectual de dos personalidades totalmente divergentes en lo público, pero afines en las inquietudes profundas. David Hume y Adam Smith sostuvieron una correspondencia toda la vida con solo haberse visto un par de ocasiones. Dennis C. Rasmussen logra componer un texto que, en once capítulos, repasa la vida de ambos pensadores revisando cómo las ideas de uno influyeron en el discurrir intelectual del otro, sus afinidades y divergencias. Smith solo publicó dos libros y, en su lecho de muerte, mandó a quemar todos sus documentos restantes. Las cartas que han llegado a nuestros días se han visto secundadas por las de David Hume de quien conservamos más cartas dirigidas a Smith que a ningún otro personaje de la época. Las cincuenta y seis cartas que han llegado a nuestros días podrían haberse transcrito en el texto de Rasmussen, pero el académico es amable con sus lectores menos expertos. El autor de El infiel y el profesor logra balancear los datos duros con la prosa ligera para que cualquiera que sienta interés por estos dos amigos pueda dar un paso más allá de la lectura de su texto. 

El recorrido intelectual se acompaña de los traslados y concursos que hicieron para obtener sus respectivas cátedras universitarias y residencias. Lugares van y vienen en sus cartas, pero los corresponsales solo se encontraron contadas veces. Hoy valoramos especialmente las instancias presenciales, decimos que son espacios privilegiados para el desarrollo de la amistad. Esto es cierto en gran parte de los casos, especialmente en esos lazos incipientes, sin embargo, la fuerza de la amistad trabajada mediante la distancia, las comunicaciones entrecortadas y el generoso intercambio de ideas supera nuestras expectativas actuales. 

Las cartas tienen un componente que pocas instancias de la comunicación conservan. Las palabras se escogen bajo la lupa de la distancia y la relevancia. Escribir una carta implica saber que el contenido se leerá con un desfase temporal, por ello el contenido de la misiva debe superar el problema de la contingencia. Esta característica, quizá incomprensible en el mundo de WhatsApp y Tinder, es esencial para entender cómo las cartas de Hume y Smith fueron un diálogo donde incluso lo aparentemente nimio pasó por la prueba de la selección. Estas conversaciones pausadas, mediadas por la distancia, se transforman en una reflexión personal a la que se invita a otro a participar. Privada e íntima es la correspondencia de cualquiera, pero en el caso de estos dos grandes pensadores se devela un momento de sintonía, respeto y confianza única. 

La amistad de Hume y Smith testimonia el barbecho que es la confianza y la admiración porque “muchos argumentos de Hume son la antesala de la obra maestra de Smith”. Además, la crítica sincera de Smith revela cómo la amistad también se expresa en balancear los excesos de un amigo. En su caso, David Hume pudo tener una crítica constante y bienintencionada que le permitió no perder su voz, auténtica y creativa, por abocarse a discusiones infructuosas y superfluas que restaban energía a sus preocupaciones centrales. El entusiasmo y el dinamismo de las personalidades tienen sus limitaciones y un amigo puede guiarnos para saber escoger dónde abocarnos para crecer en nuestros talentos. Olvidamos que cuando nuestros amigos nos extienden la confianza para participar de su vida, activa y reflexiva, también deberíamos asumir la responsabilidad de cuidar aquello que los distingue. Pero no se trata de encerrar en un biombo los talentos del otro, se trata de saber cuidar y despejar el camino para que esa persona pueda crecer a su propio ritmo y particularidad. Hacer esto es difícil, pero hacerlo con humor y ligereza ya es todo un arte del que Smith y Hume dan cuenta en sus cartas.

En un mundo moderno y mediatizado, donde vale más la diferencia que la cercanía, bien poco sabemos de este tipo de relaciones humanas porque “las amistades tienen menos alicientes que las riñas o desavenencias”. Pero no es solo eso, Hume y Smith exhiben raras cualidades para los medios actuales, ambos “repudiaban que los escritos sin pulir y su vida privada salieran a la luz”. David Hume podía ser excéntrico y sibarita, pero su amistad con Smith se mantuvo intachable a su lado, cultivando sus ideas afines y firme en su amistad. La fidelidad es una cualidad imprescindible para el desarrollo intelectual, cuando ella existe el intercambio de ideas no conoce las limitaciones de autorías y los recelos de quien cree que sus palabras son únicas. Los amigos saben que las ideas son solo eso y que compartidas pueden ser el gran estímulo para obras que crecen con los intercambios.  

David Hume entendía “la capacidad para hacer amigos […] como una prueba de fuego de nuestra personalidad” y Adam Smith llegó a teorizar sobre los diferentes tipos de amistad y sus motivaciones. Pero con todo, la prueba más importante de sus ideas es una correspondencia que evidencia cómo se leían críticamente entre ellos, comentaban sobre actualidad, historia, política y religión con rigor y, por sobre todo, con el disfrute que confiere la belleza y el humor. Este lenguaje se fraguó en la amistad de dos pensadores de talla mundial pero recogidos en la sencillez de sus vidas intelectuales. El infiel y el profesor se plantea como una propuesta donde el lector podrá confirmar cómo “aquel que disfruta genuinamente con un buen libro o charlando con un buen amigo, por ejemplo, tiene muchas más posibilidades de encontrar la felicidad que aquel que desea fama y riqueza en abundancia”. Solo basta que ese ecléctico grupo de fisgones y curiosos den un paso atrás, hacia la Escocia del siglo XVIII y descubran la rara amistad de dos personas que se conocían más por carta que frente a frente.

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