“El momento de sobrevivir es el momento del poder”.
Elias Canetti, Masa y poder
En Elena (2011), de Andrey Zvyagintsev, la protagonista que le da nombre a la película asesina a su marido Vladimir (Andrey Smirson). Cardiópata recién llegado del hospital luego de recuperarse de un infarto, recibe los cuidados atentos de su esposa —enfermera de profesión— hasta antes del crimen. Una vez ejecutado su plan, Elena llama al número de emergencias para avisar lo sucedido. Al poco rato se hace presente un médico con la finalidad de certificar el fallecimiento. En medio de la conversación con el profesional, la mujer muestra una caja de Viagra, dando a entender que Vladimir habría tomado el medicamento con la intención de tener sexo, aunque ella había suministrado una alta dosis sin que la víctima se diera cuenta. Mientras explica lo ocurrido usando monosílabos, llora sin la estridencia de la desesperación por la pérdida de su esposo.
En la falta de estridencia hay un componente dramático de la película, caracterizado por la contención con la que se evita el desborde emocional. Así, si bien hay en la escena una clara referencia al melodrama, no existiría en ella, como en el resto de la película, una exposición producto de la cual lo que siente se manifiesta a través de acciones, muchas veces proclives al error, en la medida que no son conducidas racionalmente. Lejos de la tendencia a dejarse llevar por las emociones, en Elena prima el repliegue hacia una interioridad. Tal repliegue las mantiene dentro de los límites de ese mundo interior, como si se quisiera reprimir una fuerza arrebatadora, derivada de un poder que, por definición, posee un radio de influencia mayor, más general.
En ese extraordinario libro que lleva por título Masa y poder —del cual hemos tomado el texto que funge de epígrafe— Elias Canetti inicia la sección titulada Elementos de poder proponiendo una distinción entre las nociones de fuerza y poder. La primera se asocia a la idea de “algo que está cercano y presente. Es más coercitiva e inmediata que el poder”. De este modo, la fuerza tiene que ver con algo más singular, digamos de carácter más preciso. Cuando se prolonga en el tiempo se convierte en poder. Sólo vuelve a su condición particular, como dice el mismo Canetti, una vez que declina en un epifenómeno crítico, ligado al “instante irrevocable de la decisión”.
Ya dijimos que el poder es más general y “más vasto que la fuerza, contiene mucho más, y ya no es tan dinámico. Es más complejo e implica incluso cierto grado de paciencia”. La distinción entre ambos conceptos nos permite pensar la noción de fuerza como medio necesario para sobrevivir, incluso cuando se la utiliza con intereses egoístas. De hecho, en la medida que esto la moviliza se quedaría en la singularidad de resolver una cuestión inmediata. Buscar la solución requiere decidir qué hacer en un caso determinado. En Elena la protagonista hace suya una modalidad de la fuerza dando solución a un problema específico: la necesidad de obtener recursos para resolver una cuestión acuciante. El asesinato tenía por fin, entonces, tomar una medida en corto tiempo, aunque sus efectos no sean sólo sobre la víctima, remece además a la victimaria, poniéndola al límite, a punto de verse sobrepasada por la violencia con que ha actuado.
En la línea dramática recién planteada, la fotografía que encabeza este comentario muestra un gesto impregnado de la contención emocional: después de asesinar a Vladimir, Elena sale de su dormitorio, se toma la cara, contiene el dolor causado por su muerte, retiene el desgarramiento interno de haber cometido un acto con el cual ha sacrificado a su marido en pos de salvar a la familia de su hijo. La salvación es ante todo económica, en tanto busca quedarse con el departamento y el dinero del fallecido. Con ellos intenta asegurar la vida de sus descendientes, particularmente costear los estudios de su nieto mayor. Hay una preocupación por la supervivencia, aunque suponga terminar con la vida de quien ha sido su cónyuge. En Masa y poder Canetti también se refiere a la supervivencia, en rigor al superviviente. De éste afirma que sortea la muerte, gracias a la muerte de los demás, sintiendo el alivio de no haber sucumbido. Frente a la hostilidad de otro, busca vencerlo con tal de no ser él quien termine sus días: “Querrá abatirlo para sentir que él sigue existiendo y el otro ya no”. Nos es extraño pensar a partir de tal eje problemático la dificultad abordada en la película.
Puesta ante el dilema de seguir su vida marital o asegurar la supervivencia de su propia familia, Elena opta por la última alternativa. Resiste a la culpa con tal de evitar su propio colapso. En la imagen el gesto de tapar los ojos, sugiere no el acto literal de dejar de ver, es más metafórico si se quiere. Se obliga a no dejar escapar la fuerza del desgarramiento interior. La torsión de su cuerpo lo enfatizaría, dado que implica retener la potencia del dolor. ¿Qué es lo que retuerce su cuerpo, entonces? La fuerza contenida en los límites del cuerpo que apenas resiste. Ese apenas mostraría de forma indirecta la lucha extrema entre lo que antiguamente se conocía como pasión y espíritu. En esa pugna notamos el predominio de un prurito moral presente a lo largo de la historia. Elena nos pone frente a cuestiones de dicha índole. Los personajes deben decidir, sin un principio rector de las acciones que garantice su condición moral. Más bien se ven dominados por algunas de sus debilidades. A causa de esa inclinación son arrastrados por su potencia, imprimiendo en ellos la mácula de sus faltas, sin que puedan redimirse.
Cual herida dramática, determina inopinadamente sus decisiones. Por ello, la película de Zvyagintsev recuerda pasajes fundamentales de la literatura de Dostoievski. Resuenan los ecos de una novela como Crimen y castigo, en la que Rodión Raskólnikov, un estudiante en graves aprietos económicos, recurre a la prestamista y usurera Aliona Ivánovna. Sabiéndose sin salida, decide robar a la anciana y asesinarla, sin que consiga sacar provecho del botín. Es más, su error de juicio va a terminar por agravar la situación: mientras comete el robo y asesinato, aparece Lizaveta, hermana de la mujer, a quien debe ultimar. Con el crimen entra en un proceso de total desequilibrio por el agobio de la culpa. Finalmente, se entrega a las autoridades para asumir su responsabilidad. Es sentenciado a cumplir una pena en Siberia.
A pesar de las diferencias existentes con la película del director ruso, no resulta descaminado pensar una relación entre ella y la filmografía de Woody Allen, vía la literatura del mismo Dostoievski. En el film Match point (2005) —probablemente unas las producciones más sobresalientes del cineasta estadounidense— hay una alusión explícita a Crimen y castigo, con un giro decisivo por el cual toma distancia de la novela. Chris Wilton, el protagonista, un joven tenista profesional retirado, halla trabajo como entrenador en un club de la alta sociedad, donde conoce a Tom Hewett, quien lo introduce a una de las familias más prominente. Gracias a esto se relaciona con su hermana, Chloe Hewett, de la que se hace novio. En ese círculo social también se vincula a Nola Rice, novia de Tom. Inicia un romance con Nola, una vez que ésta termina su noviazgo. A pesar de ello Chris se casa con Chloe cumpliendo una de sus ambiciones más querida: formar parte de la elite. Presionado por Nola a abandonar a su esposa, el protagonista elabora un plan para asesinarla, plan que lleva a cabo con un imprevisto fatal, debe matar a la vecina de su amante. Roba las joyas de la anciana y las arroja al río Támesis con la idea de no ser incriminado.
En Match Point ocurre un hecho fortuito, insignificante en sí mismo, pero crucial para decidir la suerte de Chris: cuando arroja las joyas al río, un anillo golpea la baranda de la costanera sin caer al agua. Sin duda, el hecho pasa de ser un episodio singular, anecdótico, a un eslabón importante en la cadena de sucesos, gatillados por una mala decisión, al punto de convertirlo en un verdadero acontecimiento en la vida del protagonista. En el hecho se juega su destino, pero además la posibilidad de hacer justicia. Con el correr de la investigación llevada a cabo por la policía, Chris es interrogado a causa de los comentarios proferidos por Nola en su diario de vida, donde habla de la relación clandestina. Chris la reconoce y pide a los oficiales no mencionarla a su esposa. Un nuevo hecho fortuito le hará zafar de la sospecha policial: es encontrado el cadáver de un traficante que tiene en el bolsillo de su abrigo el anillo que no cayó en el río. A partir de esa pista, los investigadores infieren que han encontrado al culpable del robo y asesinato. Así, el personaje principal podrá seguir con su matrimonio sin asumir la responsabilidad del crimen.
A diferencia de Crimen y castigo, en Match Point el personaje principal no sólo queda impune, la culpa no es suficiente como para quebrar la voluntad de cumplir con su ambición, retroceder en sus cálculos para alcanzar una de sus metas vitales, la de pertenecer al mundo de los adinerados. No se detiene aunque deba asesinar a su amante embarazada, con la intención de acabar el chantaje de la mujer que amenaza con revelar el amorío a Chloe. No trepida en dar curso a una tarea tan cruenta, pues lo mueve un interés superior para él, por el cual se ven trastocados una serie de principios morales y con ello se daría una verdadera inversión de los valores. Por ejemplo, prevalece la conveniencia por sobre la vida humana, ésta es un simple medio que puede ser violentada con tal de cumplir sus propósitos más egoístas.
Algo de ese cálculo se patentiza en la escena de la película Elena comentada más arriba. Es un episodio esencial dentro de un proceso de acumulación dramática durante el relato. A lo largo de la narración vamos viendo escenas constituidas de hechos crudos, pero también de acciones y diálogos tan breves como esporádicos. La protagonista calcula fríamente su plan, realizándolo con la precisión de quien quiere conseguir su objetivo y eludir cualquier forma de castigo. Es decir, se propone escapar al poder de la ley, a la fuerza usada para restablecer el orden quebrantado por cualquier tipo de delito. Fuera del alcance de la ley, de su poder, Elena encuentra la posibilidad de reiniciar la vida de su familia, estancada por la desidia del hijo.
Desde el inicio del film somos testigos como espectadores de su empeño por prestar ayuda más allá de su obligación: saca dinero del banco con el fin entregárselo a su hijo y compra abarrotes. Va desde el lujoso departamento donde vive con Vladimir, ubicado en un barrio pudiente, hasta la periferia de la ciudad, a un edificio que originalmente fue construido para obreros y funcionarios públicos de la ex Unión Soviética. En el trayecto, un poco antes de llegar a su destino, tiene que caminar por un sendero que corre en paralelo a una pandereta, detrás de la que vemos erigirse las típicas copas de cemento de una planta nuclear. El paisaje insinúa un proceso de mayor calado que sirve de escenario al drama de Elena: la profunda transformación de la sociedad rusa, desencadenada por la caída del régimen soviético y la irrupción del capitalismo, con estragos sociales y culturales de gran envergadura. Uno de los efectos consiste en el individualismo, exacerbado por el consumo.
Cuando Elena llega a la entrada del departamento el nieto mayor juega Playstation. Ensimismado, reacciona de mala manera ante la solicitud de su madre de abrir la puerta a la abuela. El desgano también acompaña a su padre, lleva cesante un largo sin mostrar interés por conseguir un trabajo. Una vez adentro, Elena va directo a ver a su nieto menor, un bebé de meses. Lo toma en brazos, disfruta de su compañía, le hace arrumacos. La mirada de la mujer en esos instantes da la impresión no sólo de estar viendo al miembro de una nueva generación, sino siente el reclamo de una vida distinta para sus descendientes. Parece necesario entonces darle una oportunidad, crear las condiciones suficientes y abrir la dimensión del futuro, donde una realidad distinta exista. Esa otra realidad estribaría en un todavía-no, como decía Ernst Bloch hace muchas décadas, en un contexto muy diferente al nuestro, donde las utopías tenían lugar como proyecto. En cambio, la clausura de la expectativa del futuro, bajo el dominio hegemónico del capital, lo habría extraviado. La zona en que viven su hijo, nuera y nietos, así lo indicaría; correspondería a un espacio arruinado. Las ruinas son los vestigios dejados tras de sí por la modernización capitalista. La planta nuclear, los edificios y el paraje en su conjunto son parte del pasado, un pasado inscrito en el presente.
Después de estar con el bebé, Elena se reúne en la cocina con los demás. El hijo insiste en preguntar a su madre si Vladimir ha aceptado prestarles dinero para que uno de sus nietos pueda ingresar a la universidad. Ella contesta que pidió unos días para pensarlo y tomar una decisión. Habíamos planteado con anterioridad otro momento en el cual el acto de decidir marca la trayectoria vital de los personajes, junto con dar un giro al curso de la historia narrada: Elena decide matar a su marido, como resultado de la negativa de éste de prestar el dinero. No obstante, no estamos en condiciones de saber cuál fue el proceso de deliberación interna de la mujer pues, como ya subrayamos, escapa a nuestro conocimiento en razón de la contención emocional. Pero, por lo mismo, se deduce que fue racional, fría y calculada.
Con la misma frialdad, en todo caso, Vladimir le reprocha no saber tratar con su hijo, niega el dinero y tiene una relación con ella muy particular. Si bien están casados, duerme solo en el dormitorio principal, en tanto Elena lo hace en otro, más pequeño, sin los lujos de la habitación de su marido. Más que su esposa, lleva a cabo la labor de empleada doméstica, encargada de los quehaceres del hogar. Quizás esto tenga que ver con que la conoció cuando estuvo internado en el hospital, cumpliendo funciones de enfermera. De dos mundos totalmente distintos, se unen en una vida en común, aunque en ella sigue rigiendo un orden por el que se segregan los sujetos, de acuerdo a las condiciones sociales y económicas de origen. La segregación apuntaría a una estructura de la sociedad rusa, en el marco de la modernización, con la que se ha instalado una condición precaria. disímil a la pobreza o incluso miseria previa.
De ahí que sostengamos que el cine de Zvyagintsev trabaje con claves complejas, de las que solo asoman algunos aspectos singulares, arraigados en la experiencia de los personajes. En torno a las complejidades de las mudanzas sufridas en Rusia, Zvyagintsev ha creado una obra cinematográfica acotada a cinco largometrajes (El regreso, El destierro, Elena, Leviathan y Sin amor) y dos cortos. Su obra no es valorable de acuerdo a un criterio cuantitativo, sino considerando una especie de densidad dramática. La densidad se debe a dos condiciones fundamentales. Por una parte, hallaríamos en las imágenes de sus películas una estética austera o, dicho de otra manera, en ellas se han replegado las operaciones cinematográficas hasta construir una expresión mínima y contenida del drama. Por otro lado, y derivado de lo anterior, se puede reconocer un espesor de sentido, entre otras cosas, porque los personajes se muestran silentes, volcados hacia una interioridad fuera del alcance de lo visible. Por lo mismo, se tiene la sensación que lo fundamental —en tanto fundamentación— acontece fuera de la imagen. No es raro que así sea, si tomamos en cuenta que las causas se han retraído respecto de sus efectos.
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