Rafael Vilches Proenza Nació en el Cero de Las 1009, Cuba, 1965. Licenciado en Artes Plásticas. Escritor independiente. Autor de la novela Inquisición roja, Ilíada Ediciones. Ha publicado en España, Italia, New Zelanda, Alemania, Puerto Rico, México, Honduras, Brasil, Chile, Canadá, Argentina, Estados Unidos de América y Cuba. Mención del Premio Nacional de Literatura Independiente desde su Primera Edición. Premio de Poesía Dulce María Loynaz, 2018, con La luna entre nosotros, Miami, 2019, Neo Club Ediciones. Premio de Narrativa Reinaldo Arenas, 2020, con la novela Sálvame si puedes, Puente a la Vista Editores, 2021, Premio Nacional de Poesía “Manuel Navarro Luna”, 2004 con El único hombre, 2005, y en el 2010 con País de fondo, 2011. Premio Nacional de Poesía, De la Ciudad de Holguín, 2005 con Trazado en el polvo, 2006. Premio Nacional de Poesía “La Enorme Hoguera”, 2006 con A ambos lados la sombra. Mención Nósside Caribe, Italia, 2005. Mención Premio Poesía UNEAC “Julián del Casal”, 2007 con Erial de Dios. Premio Nacional de Poesía “Centenario de Emilio Ballagas”, UNEAC, 2008 con Tiro de gracia, 2010. Premio Nacional de Poesía “Amor Varadero”, 2014 con Las noches. Otros libros publicados: Ángeles Desamparados, novela, 2001 y España, 2012. Dura silueta, la Luna, poesía, 2003. Lunaciones, poesía, LetrAbierta, 2012, El Barco Ebrio, 2012, Editorial Primigenios, 2020. Café Amargo, poesía, Library Editores y Neo Club Editores, Miami, 2014, Dulce café, Editorial Primigenios, 2019. Ha sido corrector y editor de revistas independientes en Cuba. Colabora con Cubanet y Diario de Cuba, columnista de “OtroLunes.com” Revista Hispanoamericana de Cultura; Director Ejecutivo de la Revista Nacán. Reside en Cuba.


Último aviso

Padre, sé que vendrán, pido besarte,
que en los labios, en el rostro, quede el sudor noctámbulo,
única herencia de estos años, sol de la penumbra bajo las llamas de la inquisición.
No estoy orando, la noche es dura, inmensa, cae ciega en profundidad,
imploro con miedo, la piedra rebota con oscura indignación.
Padre, aquí están, sé que vienen por mí.


Luna de las Mil Nueve

Luna de las Mil Nueve,
resbala por el vórtice de mis ojos,
niña traviesa en el agua,
trozo de luz en mis manos,
lazos en el cuello de la noche,
camina despacio por el borde azul
                                                que imagino húmedo
allá donde se pierden los caminos,
y los bueyes parten el silencio de la noche
con la inocencia del boyero dormido.


A Carlos Manuel Pérez

Los amigos mueren, pueden dibujar el ataúd,
                                             las lágrimas, la casa vacía.
Presagian el dolor y las flores,
                                nos dejan un golpe de playa y parten.
No vuelven los ojos.
No estarán presentes en su despedida de duelo,
son palabras previstas desde siempre.
Ven escapar las estrellas sin un grito,
                                             palabras de arrepentimiento.
Los amigos dejan los árboles desnudos,
un sabor en la palabra a la hora del café,
un silencio a voces que espanta
                                             que nos pone a rotar en la cruz


Tu nombre

Bajo el golpe matutino tu nombre crece limpio
trasciende en el corazón que me fabrico
cuando mi mano se inventa tu rostro y busca cada poro alimento,
                                                                                  en las frías noches, el horizonte.


Sitio sagrado

¿Qué isla es esta tan negra y triste?
Charles Baudelaire

Qué bandadas de pájaros estremecen tus tardes.
Dónde se refugian tus temores
cuando el viento arrecia y la lluvia no amaina.
Qué recónditos parajes te abrigan y enaltecen.
Cuáles astros se prenden a tu noche
que no alcanzo a distinguirlos.
Qué tiernas floraciones ven tus ojos
que mi corazón no presiente.
Cómo podrás imaginar la sepultura
donde proyecto el día de mañana.
Cómo arrullo la antorcha
para que su fuego no sucumba en mi pecho.
En esta hora los hijos duermen
y yo restauro mi tristeza con el aire callado de la noche,
los recios olores del día,
las minucias,
los rigores de la distancia.
Ahora en la espera del ciberespacio clamo por una palabra tuya
que estalle en la pantalla y me hable de Portuguesa,
de la rutina de los días en Río Acarigua
sin pretensión alguna.


Mi mujer es el país

Vimos el sol sin nostalgia,
aupamos el cielo y la mar,
salimos a recorrer los caminos
los últimos días de mayo
que ahora sangran en el recuerdo.
Tejo la esperanza entre las plantas del jardín
que han de florecer, amada mía, en tu regazo.


Que transcurran nuestros destinos

Debí ser pastor de ovejas y amansar mi cabeza
entre las tiernas hierbas del amanecer.
Pero me escurrí entre el sol entre el camino
y abandoné el rebaño.
Ahora soy pastor de mis angustias.
Me siento a la sombra,
almendro en el traspatio de la memoria.


El animal doméstico soy yo

Hay que cruzar el país,
asirse a la hora
decir la palabra justa,
y rasgar en la noche,
tu nombre, una y otra vez.


Cómo rehago el camino

Añoro tu alma blanca.
Mis días arden, no sé qué sueñas,
qué pensamientos te abruman hoy y mañana.
Quién permanece intacto en tu corazón
y danza sobre tu cuerpo
y palpa las húmedas concavidades en mis recuerdos.
Mi ojo es ciego y el sol parece tener llagas.

Un comentario en “La hierba ya no canta, está por secarse – Rafael Vilches Proenza

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