Rafael Rubio Barrientos – El invierno es un caballo muerto junto al río

Rafael Rubio Barrientos. Poeta y profesor. Hijo y nieto de poetas. Nacido en 1975. Ha publicado los siguientes poemarios: Arbolando (1998), Madrugador Tardío (2000), Luz Rabiosa (2007), Mala siembra (2012), Viernes Santo (2019). Ha obtenido los siguientes premios: Premio Pablo Neruda, Premio de la Academia chilena de la lengua, Premio Municipal de Literatura, Premio de poesía joven Armando Rubio.  Ha sido incluido en diversas antologías y revistas nacionales y extranjeras. Participó en el Festival internacional de poesía de El Salvador y en el Congreso internacional de poesía de la Universidad Católica de Chile.

El río es un caballo cuando muere

Hay un caballo muerto junto al río.
Nadie vendrá por él, ni la memoria
—que aguarda tras el bosque— ni el olvido.

Nadie vendrá, porque la muerte ahuyenta
a la sombra que nace y al otoño caído.
Y hay un pájaro triste y una luz que se queja
Y hay un puente fantasma.                 
Y hay un niño.
Nadie vendrá a buscarlos, el invierno
es un caballo muerto junto al río.
Algún día vendrán. Será muy tarde
para hallar otra cosa que el olvido. 
El agua implora al pasto su ternura
y la ternura entrega su quejido.
Dios escribe en el agua que la muerte
no es capaz de morir. Óyeme, niño,
no preguntes jamás por la corriente
cuando un caballo muera junto al río.

A César Vallejo

Miedo al relincho, pero no al caballo.
Al estruendo del trueno, nunca al trueno.
Miedo al rugido, pero no al león,
y al estampido, pero no al fusil.
A la réplica sí, mas no al temblor.
Miedo a la cicatriz, nunca a la sangre
¡Y miedo al hijo, pero nunca al padre!
Miedo al latín, mas nunca a los romanos.
Al ladrido del perro, nunca al perro.
Miedo a la quemadura, nunca al fuego.
Al evangelio, pero nunca a Dios.
Miedo al velorio, pero nunca al muerto.
A la mesa vacía, nunca al hambre.
¡Y miedo al hijo, pero nunca al padre!
Miedo al árbol que arde, nunca al rayo.
Y, más que al rayo, al trueno; ¡nunca al potro!
Al bramido del buey, pero no al buey.
Al velorio, mas nunca al funeral.
Miedo a la noche, pero no al ladrón.
A la muerte del pan, pero no al hambre.
¡Y miedo al hijo, pero nunca al padre!

Segunda elegía

Qué profunda la sed que se te enrosca
como una mala madre. Y qué rotunda
la piedra que te habita de ser hosca

ensimismada sangre, tan profunda
que en lo más vivo de la muerte, brota
hasta zumbar la llaga que te inunda

sobre la luz, sobre la piedra rota
sobre el polvo sin madre que te llora
sobre el dolor sin padre que te azota.

Y en la pureza que la llaga implora
toda muda de sed se muerde entera
hasta parir la voz, derrochadora

de muerte que se piedra para afuera.

Tan angustia la llaga se arrebola
de ser semilla en la hendidura, presa
entre las hierbas que la sed asola

hasta volcar la voz sobre las piedras

sin una mano abierta, sin un brazo
sin una piedra en que apoyar la angustia
cuando la noche alarga su zarpazo

y al fin sobre la quemadura, mustia
en medio de la sed, afloja el lazo

sin una madre en que sangrar, lejano
sin una piedra en que enterrar la piedra
sin una mano en que enterrar la mano

sin una hiedra en que enroscar la hiedra

Pero la noche muerde como perra
el corazón del polvo, despojado
sobre las piedras piedras que destierran

un dolor clavador, agujoneado
hasta los mismos huesos, tan vacíos
de morderse en la noche, arracimados

bajo las piedras rotas, bajo el frío
de tu padre sin voz. Sin una mano

sin una piedra en que enterrar la piedra
sin una piedra en que morir, lejano
sin una hiedra en que enroscar la hiedra

sin un peñasco en que patear el llanto.

Almuerzo de campo

La mesa está tendida. La familia
ha depuesto las armas con un grito.
Los esposos florecen en sus sillas
como lirios sentados. Y es Domingo.

Es domingo en la casa que aletea.

La luz entra a raudales
por la ventana abierta
llevando el mediodía por la casa
sobre una bandeja.
Un ángel rubio
-¡espiga de los campos!- ,
sirve las ensaladas. Y las lechugas frescas
se ofrecen en la fuente
igual que niñas verdes,
en su colmo de alas. “¿Quién servirá la sopa
como un charco de culpa?” “¿Quién ha de bendecir
los tomates litúrgicos
cuando los platos limpios
blancos como la cara de los muertos
nos devuelvan la Duda
de la vida?”

El padre es una voz que hace crecer los frutos
desde arriba.
Los hijos
sentados en sus tronos
ordenan otro vaso de vino a sus espaldas
y brindan por el Ciervo, que dios guarde en el Horno
de los días oscuros.

Alguien sirve los platos con desidia
Alguien insulta el pan en la panera
El tío empuña, torvo,
su cuchillo torcido
Y la carne dorada ha de temblar hoy día
como una niña enferma
en su plato de gracia!.

La abuela se durmió sobre la sopa.

¿Vendrá la hermana
a deponer la siesta
cuando la madre
traiga en sus bandejas
la cabeza del Ciervo, como un triunfo
de Dios? “Yo no podría
sostener la vergüenza en una mano
la rabia en una mano, la luz en una mano
cortada por un rayo”
En la cocina
braman los cerdos como si nacieran
a palos.
Y berrea la sangre de las primas.

Se conversa del pan, del sol, del aire….
…del zapallo mordaz del mediodía,
..de la esposa venial- raudal de sangre
que corre hacia los brazos del esposo-…..
Y mientras la cuñada calla al ciervo
en la cocina innumerable, oh madre,
arde la gula en su tizón de gozo,
goza el hartazgo en su sitial de carne.


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