Traducción de Sara Martínez Navarro
Hilda Doolittle, conocida por sus iniciales, H.D., nació en Pensilvania (Estados Unidos) en 1886 y murió en Zúrich (Suiza) en 1961, año de publicación de Helena en Egipto. Aunque se la conoce principalmente por su poesía, publicó obras pertenecientes a varios géneros: diarios, novelas, ensayos y traducciones del griego. La obra de H.D. refleja las influencias constantes de las corrientes de pensamiento vigentes en el periodo de entreguerras, como las vanguardias, el psicoanálisis, el modernismo y el feminismo. Su interés por la mitología, combinado con un audaz talento para armar un lenguaje complejo e innovador capaz de recoger esas influencias, convierte sus textos en uno de los experimentos poéticos más interesantes de su generación. H.D. canta al amor, a la guerra y a la muerte con la certera precisión de quien ha conseguido separar la palabra lírica del tiempo hasta situarla en un renacer permanente. Inscrita a menudo en el círculo literario de Ezra Pound, Marianne Moore, William Carlos Williams, o, entre otros, en la actualidad H.D. es reconocida como una figura clave en la búsqueda de una única voz para pasado, presente y futuro.
Helena en Egipto (Libro V de la Palinodia, 1-5)
¿Cómo se cruzaron sus caminos? En realidad, este es el menos personal de los misterios. “Los arpistas seguirán cantando cómo Aquiles se encontró con Helena en las sombras”, pero tal vez no puedan contarnos por qué se encontraron, por qué exacta razón “se cruzaron los círculos”. Esto es parte del Gran Misterio. Helena no obligará al oráculo a darle una respuesta. Para esto, se tomará su tiempo.
No, no retaré
al Gran Misterio,
al Oráculo; caminaré
con paso templado
a lo largo del Porche,
giraré y volveré sobre mis pasos;
contaré el rastro de mis pasos
como cuenta un danzante,
más rápido o más lento,
pero sin cambiar nunca el compás,
el ritmo; avanzaré
de columna a columna,
de estela a columna;
y de nuevo hasta el río;
aquí están las anillas de hierro
donde las barcas, en otro tiempo,
quedaban varadas, pero el Nilo
ha cambiado su curso;
solo el lago del templo
contiene el agua sagrada;
es suficiente; fue hace mucho
cuando los barcos se mecían aquí en el muelle;
es fuerte y está hecho de piedra;
está hecho para durar siempre.
[2]
Pero mientras tanto, sigue examinando las “imágenes”; ahí está de nuevo el bote, un símbolo del barco de la muerte que había traído a Aquiles ante ella. Ahí está el dragón enfrentado con la muerte o la serpiente Tifón, “criada para atacar”, Aquiles y ella, “coronada con el yelmo de la defensa”. Se habrían destrozado mutuamente, el uno al otro, pero por “la sabiduría de Thot”.
De modo que las imágenes no se desvanecerán,
mientras quede un recién nacido
que admire de nuevo el bote,
que narre la línea tallada
sobre el hecho, tallada en la memoria.
Así en el Libro de Thot,
la serpiente, criada para el ataque,
es el salto de Aquiles en la oscuridad;
Así la Diosa de yelmo con forma de buitre
soy yo misma privada de defensas
pese a estar coronada con el yelmo de la defensa;
él había perdido y yo había perdido del todo,
pero por la sabiduría de Thot;
Thot-Amen mantuvo el equilibrio
se balanceó, hasta que logró estabilizarse
con el peso de pluma sobre pluma;
era el Hado, era el Destino,
como extrae un imán mineral de la roca.
[3]
Volvemos con nuestro primer encuentro con Helena, en el Gran Templo, cuando ella dice “Amen (o Zeus, como lo llamamos) me trajo aquí”. De modo que recordando a su padre, se le vienen a la mente como en esa primera ocasión sus “hermanos gemelos y Clitemnestra, sombra de todos nosotros”. Es como si Helena quisiera recordar a su “familia” inmediata, como protección o equilibrio frente a la acción abrumadora de su Hado o Destino, este encuentro con Aquiles.
No soy feliz sin ella,
Clitemnestra, mi hermana;
cuando dejo atrás la última columna,
Encuentro a Isis con Neftis,
madre una del hijo de la otra;
las dos son inseparables
como lo son materia y sombra,
como lo son sombra y materia;
¿es ella Némesis o Astarté,
o Nepente, el olvido?
Me cambiaría por ella,
dondequiera que esté, Oh Padre,
¿Por qué habría de serle concedida
a Helena la paz eterna,
con Clitemnestra condenada
y asesinada por su hijo Orestes?
¿Es una historia narrada,
una sombra de una sombra,
ha llegado a pasar siquiera
o aún está por llegar?
¿Me estoy inventando yo
este relato del destino de mi hermana?
Hermíone, mi hija,
e Ifigenia, su hija, son una sola.
[4]
Vuelve a contar una historia que puede que todavía pertenezca al futuro, como Aquiles recuerda “las andanzas de Odiseo que no han llegado a suceder aún”. En realidad, Pílades no se casó con Ifigenia, sino con Electra, la hermana mayor de Orestes.
Desconozco cuándo o en qué tiempo
o en qué tiempo sin tiempo
se casó Orestes con mi hija;
si fue antes de salir huyendo
de las Furias, o después,
cuando volvió a la vida,
reafirmado en el altar de Atenea;
no sé cuándo o si es que
Pílades e Ifigenia
se unieron con las coronas nupciales;
pero quienes vuelven a contar la historia
repiten la imagen
de Clitemnestra y Helena,
Agamenón y Menelao;
pero ellos siguen juntos, sin perderse,
una mitad, parte del relato de Troya,
otra mitad, unida a los Dioscuros;
gemelas de gemelos,
entregaron la mitad de nuestra vida
a otra jerarquía;
nuestros hijos eran hijos
de los Señores del mundo y de Troya
pero por nacimiento nuestro vínculo es con otra dinastía,
distinta a la de troyanos y griegos.
[5]
¿Por qué se acuerda Helena de Ifigenia? ¿Se identifica ella con la hija de su hermana? ¿Siente que, como Ifigenia, fue una “promesa a la Muerte” y que como Ifigenia, fue rescatada en el último momento? Nos recuerda que Ifigenia fue convocada a Áulide, con la excusa de un matrimonio con Aquiles.
Invocaré a mi hermana Nepente,
olvido del pasado,
recuerdo de la niñez a su lado.
qué le importaba la trompeta,
el grito del heraldo ante las puertas,
la guerra ha terminado;
es verdad que yace junto a su amante,
pero nunca pudo olvidar
el destello del acero en la garganta
de su hija en el altar;
Ártemis
con el sacrificio prometido,
pero ni siquiera Ártemis pudo ocultar
ese horrible momento,
ni pudo hacer que Clitemnestra olvidara
el engaño, la traición, la mentira
que la había llevado hasta Áulide;
“ofreceremos, sin duda, a nuestra hija más querida
al héroe más importante de Grecia;
traedla aquí
para unir sus manos
en la promesa del matrimonio ante el altar”:
pero la promesa era una promesa a la Muerte,
a la Guerra y a los ejércitos de Grecia.
Sara Martínez Navarro (Cartagena, España 1981). Filóloga clásica, poeta y traductora. Formada en Salamanca, Berlín y Nueva York, en la actualidad vive y trabaja en Madrid. Ha publicado los libros de poemas Eso es problema tuyo (2014), América (2020, ganador del Premio de Poesía José Ángel Valente), Feliz solo en las ruinas (2021, ganador III Premio Nacional de Poesía Esdrújula) y be good (2021). Es coeditora y fundadora de la revista de poesía América Invertida.