A pesar de que Joseph Brodsky haya comenzado a escribir poesía en inglés, nos dice Mark Strand en una breve nota sobre el poeta ruso, no podría decirse que haya escrito American poetry. Y es que no hay poeta estadounidense que esté interesado en representar actitudes sociales ni sentimientos públicos, al modo de Brodsky. El territorio del American poet, continúa el canadiense, es el de su existencia biográfica y pocas veces atraviesa esa frontera. Si llega a interesarse en la historia, esta aparece en sus versos como experiencia concreta, vivida y contada subjetivamente. Empiezo por sacar a colación este asunto aparentemente distante de lo que nos convoca porque creo que Olivia en los suburbios (Valparaíso Ediciones, 2020) de Marcelo Rioseco tiene algo que aportar a esa discusión, la de la condición de extranjería en un territorio y en una lengua, y las implicancias que dicha vivencia tiene en la creación de un universo poético. Aplicada a este caso particular, la afirmación de Strand podría reformularse así: Rioseco es un poeta chileno y escribe en español, pero no puede decirse que escriba poesía chilena. Si existe en realidad tal cosa como la poesía chilena es una discusión aparte, que excede los límites de esta reseña. Pero por ahora podemos, creo, llegar al consenso de que la literatura producida por personas de una nación o territorio particular imprime, por vías conscientes e inconscientes, ciertas actitudes y sentires idiosincráticos en el idioma y en la ponderación que a través de este se hace del mundo. Y esa idiosincrasia textual es algo que trasciende el léxico; es un asunto del qué y el cómo se mira y escucha, en qué fenómenos internos y externos se pone el acento, de qué manera el lenguaje que interpreta una realidad aparece como presencia más o menos perceptible, opaca o transparente. Es en este sentido que los últimos poemas de Rioseco ‘no suenan a poesía chilena’, aunque hablen de Chile.

Olivia en los suburbios es el quinto libro de poemas del autor y el tercero que publica desde que reside en Estados Unidos. Este dato biográfico explica sólo hasta cierto punto la cualidad de extraño, en el sentido de singular y de extranjero, de este conjunto de poemas. Porque tampoco puede decirse que la de Rioseco sea una forma de American poetry, pero escrita en español. Es ese lugar existencial y poético in-between, incómodo, difícil de representar, que este libro explora y habita, dando continuidad a una serie de asuntos y tonos que el autor ya venía desarrollando en sus dos poemarios anteriores, La vida doméstica (Cuarto propio, 2016) y 2323 Stratford Ave. (Uqbar, 2012 y reedición por Valparaíso USA, 2013).

Algunos de esos asuntos generales son el estilo de vida en los suburbios del Norte y la miseria que se esconde bajo la capa de aparente prosperidad, limpieza y calma. También las miserias menos ostentosas, más sucias y a la vista, de las provincias subdesarrolladas del Sur y la nostalgia de una memoria que las evoca sin maquillarlas, pero las recrea con cierta compasión parecida a la ternura. Otros temas forman parte del círculo más reducido de las miserias personales: tanto las que pueblan el paisaje doméstico como las que surgen a ojos cerrados, en el sueño o en el desvelo de quien conoce bien el hábito de echar a andar la manivela de los cuestionamientos existenciales, el recuerdo y la fantasía.

Dentro de ese marco general, la diversidad de tonos del libro no es la de un coro de voces diversas; más bien, las variaciones se perciben como las diferentes facetas de una sola voz —un solo timbre— y sus inflexiones. Hay un grupo de poemas en los que el impulso es preponderantemente narrativo, dado a la anécdota, la distención, el lenguaje coloquial y la inserción de diálogos. A veces la escena desplegada es totalmente ordinaria, como una borrachera entre amigos (“Club privado”), una conversación doméstico-familiar (“What are you doing?”) o una ida al supermercado (“En el supermercado”). Otras, la narración adquiere dimensiones maravillosas, delirantes, como en “Macavity and the English Grammar” o “Locos o borrachos o ambas cosas”, por poner dos ejemplos en que personajes de ficción, muertos o imaginados son los protagonistas de la acción. También es posible identificar ciertos poemas que funcionan como “portal” entre ambos mundos; escenas cotidianas en que de pronto se abre un abismo y entramos sin aviso en el territorio de la imaginación, al modo de “Tarjeta de embarque”, en que el hablante viaja en avión y una conversación con el pasajero de al lado lo retrotrae a un recuerdo de niñez junto a su abuelo, escena que termina por convertirse en un verdadero reencuentro; fabulado pero real, en tanto experimentado como presente.

En los poemas narrativos aparecen y reaparecen ciertos personajes —el tigre de la mente, Claudia, el abuelo, Juan Carlos— que, si bien no llegan a constituir un hilo argumental entre poemas, forman un universo que se va haciendo familiar a medida que avanzamos por las páginas. Especialmente llamativo resulta el tigre de la mente, alter ego del sujeto poético, que aparece en poemarios anteriores y siempre introduce una dosis de humor y sarcasmo inteligente. Quizás los elementos hasta ahora mencionados son los que más acercan a Rioseco al mundo de la poesía norteamericana, en que lo lúdico, los recursos narrativos y el lenguaje directo y sencillo no son novedad. A diferencia de cierta tradición hispanoamericana en que las palabras están en primer plano, en que el lenguaje es el poema, en Olivia en los suburbios, por momentos, el uso del lenguaje está puesto al servicio de la anécdota, historia o idea, y pasa a un segundo plano; se transparenta, deja de verse y escucharse.

Así como están los propiamente narrativos, el conjunto también tiene poemas que se alejan de la inmediatez y se caracterizan por un tono más grave y reflexivo de corte existencial, el vuelo lírico y figuras recursivas como la anáfora, que tiene un lugar preponderante y genera la sensación de ascenso o descenso en espiral. El poema que abre el libro, “Suicidas junto al acantilado”, cabría dentro de esta familia de textos. El verso inicial propone una premisa, “Si supiéramos el momento exacto del fracaso”, y a lo largo de todo el poema se vuelve sobre ella, se la reformula y recrea en imágenes para llegar a una especie de conclusión que se disfraza de sentencia (“porque la única lección que sabemos es que el mejor perdón es no perdonar—“) pero que termina por dejar abierto el conflicto planteado (“pero no sabemos nada y navegamos perdidos / como los suicidas junto al acantilado”). Estos poemas construyen un ámbito lúgubre en que el ánimo preponderante es el de la resignación y el hastío, la ‘mala fe’ asumida como precaria y escéptica de sí misma, el pesimismo frente a las desdichas inevitables e irresolubles de la vida consciente. Sin embargo, así como en los poemas lúdicos, en estos sigue apareciendo, aunque de formas más sutiles, la distancia irónica.

Si bien la tónica del libro es la de poemas relativamente extensos que no evaden la dilatación, reformulaciones y rodeos, sino que los utilizan como recursos de construcción de la voz y su universo poético, también hay poemas breves y concentrados, en los que una imagen, una escena o un pensamiento desconcertante se plasman de manera concisa y enigmática. Pienso, por ejemplo, en el poema que lleva por título el nombre de la esposa de Pedro Páramo, “Susana San Juan”: “Estábamos / en la casa de Neruda / en Isla Negra / y Susana San Juan / miraba el océano / a través de la ventana”. Los poemas breves de Rioseco son como un respiro en que el aire alcanza a entrar a los pulmones, se contiene un instante, pero no llega a encontrar la vía de salida, porque esa tarea le toca al lector.

Antes de concluir creo que vale la pena detenerse sobre ciertas elecciones léxicas, que pueden ser detalles pero que en su uso contribuyen a generar la sensación de estar frente a una poesía que no es ni de aquí ni de allá, que habita un territorio híbrido. Porque, a pesar de que en los poemas de Rioseco Chile ocupa un espacio considerable en tanto territorio geográfico y espiritual, se evitan de forma deliberada los chilenismos. Por ejemplo, en el poema “24 horas” (que describe parte de la vida santiaguina y dibuja cierta ‘esencia chilena’ a partir de referentes concretos) para hacer mención al transporte urbano se escoge el sustantivo “bus” —que en Chile se refiere al transporte interregional, no citadino— en vez de “micro”, que es la palabra que cualquier chileno utilizaría. Otro elemento más representativo que no deja indiferente es el uso de “América” y “americano”, en español, con el sentido que se le da en inglés, o sea, Estados Unidos y estadounidense. Nadie que no haya pasado una cantidad considerable de tiempo escuchando America y American como formas de hablar de un país y no de un continente, lo usaría con ese sentido en español.

Entonces: ¿quién es Olivia y qué tiene que ver con todo esto? Olivia es una gata que no habla ni en español ni en inglés, y que al igual que su compañero de aventuras, un poeta chileno que no escribe ni poesía chilena ni American poetry, observa —¿impasible o melancólica?— pasar la vida desde los suburbios de un rincón perdido de Estados Unidos. Quizás, los poemas que Marcelo Rioseco nos ofrece en Olivia en los suburbios sean, sin más, poesía americana (en español) en que las maravillas y desdichas del Norte se encuentran con las del Sur, por un instante, en ese abrazo imposible que es el país de la Poesía.

Olivia en los suburbios (Valparaíso Ediciones, 2020)

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