“El viejo puerto vigiló mi infancia
con rostro de fría indiferencia”
Osvaldo “Gitano” Rodríguez
Irse de la casa. De la casa de la infancia, de tu casa, de una casa; irse. Elegir qué es recuerdo y qué es basura; qué se guarda en cajas de cartón y qué en bolsas negras de plástico reciclado que terminarán en la calle esperando que llegue el camión municipal. Y no hablo de cosas materiales. O no necesariamente. Perderse. En una calle, en un país, en la habitación de los padres. Viajar. Subirse al metro, al taxi, caminar, cambiarse de lugar, de patria. Despertar en una cama que no es la tuya. Amar.
No, no es una mudanza, pero quizás sí un viaje. Es un invierno en Valparaíso. La Extravía es un poco de todo ello, envuelto en diferentes historias que parecen tener un hilo común en la imagen de Ana, la principal protagonista, que a veces juega el papel de narradora y otras está en una voz omnisciente, o en un libro que lee alguna mujer en el trayecto hasta llegar a casa, o mientras lo intenta.
El libro está dividido en tres partes principales –Irene; Fragmentos del diario de Ana o La enfermedad; El amor o Los sueños fulminantes-, cada una con una fijación especial, aunque no necesariamente desconectada del resto. A su vez, cada una de estas partes está separada en fragmentos, en pequeñas historias que destilan cierta desazón, siempre rondando la ausencia y sus proximidades. Así sucede con las relaciones de Ana, tanto con Irene y sus similitudes con otras mujeres como Edith o Luisa, siempre la edad de por medio, siempre el amor a punto de resquebrajarse, la soledad mirando por la ventana. Ana parece querer alejarse de sus responsabilidades adultas, de su trabajo en escuelas, nunca llegar a la hora correcta, salir tarde de casa.
Esta desazón, e incluso la depresión, la enfermedad, son transversales en toda la obra, a pesar de la juventud de la narradora, o de Ana: “Mi cuerpo carga con cierta ternura el cansancio de mi jornada. Mi jornada de veinticinco años. Veinticinco años y nada por delante, señora, todo por detrás”; “uno no tiene qué entregar ahora que el cansancio vino para quedarse”. Ese cansancio que se apodera de vez en cuando del cuerpo y parece que se perpetúa en la sombra de la incertidumbre del futuro:
¿Y qué tiene de malo que el rostro refleje cansancio cuando estamos cansadas?
Que ya no es circunstancial, que definitivamente ya es así. Soy cansada”
Todo esto hace que también sus personajes –a pesar de esa sensación de que nada importa tanto, ni si quiera la realidad, ni siquiera saber si se habita en lo onírico o en la vigilia- sean vulnerables: “Yo no merecía ese peligro, pero lo quería porque luego me liberabas de él y se siente bien ser liberada”.
Por otra parte, existe cierta necesidad en negar las historias, hacerlas parecer parte de una locura o de un cuento sin importancia en una trama mayor. También como parte de un sueño, o de la conversación con el psiquiatra; como si quisiera siempre tomar cierta distancia de la realidad, no asirla del todo, restarle verosimilitud. Hay también denuncia, la violencia hacia la mujer en la figura del femicidio, que se presenta en dos de las historias.
La banda sonora que hace Nina Avellaneda para este libro está anclada en la nostalgia porteña, quizás encabezada por el gran Osvaldo Rodríguez: “No se iba de Valparaíso por el Gitano Rodríguez, tenía la idea de que Valparaíso, el puerto, era la nostalgia y de eso claramente el Gitano Rodríguez tenía a culpa”. También aparece el grupo Congreso con “Recuerdos del Rívoli”, canción que es un homenaje al cine latinoamericano (el Rívoli fue un cine popular de Valparaíso que desapareció en los setenta; antes aparece en Valparaíso mi amor, película de Aldo Francia), y que Ana escucha sin pausas mientras la visita Irene en su casa. La última referencia explícita es a la canción Proposiciones, de Pablo Milanés, que Ana le canta a Luisa y se ajusta claramente al momento que se relata: “Propongo disfrutar esta jornada/ inquietando tu gusto en dos sentidos”.
La extravía es un libro interesante, con una estética literaria muy cuidada. Es llamativo que la autora parece hacer referencias a otras de sus obras, como el nombre de “Ana”, que también aparece en su cuento “Héroína”, de la obra homónima, aunque no parezcan estar necesariamente conectadas. O a la propia Extravía en su poema “Los pasajeros”: Era un otoño de días blanquísimos/ llenos de pérdidas de extravíos/ Era el DF con los Pasajeros en mi casa/ en la cocina de mi casa/ arrancando páginas de antologías/ de poetas no queridos […].
Nina Avellaneda es una autora joven nacida en Limache, con estudios en la PUCV, por lo que conoce la vida porteña y sus recovecos. Se ubica así en el interesante panorama de autoras a nivel nacional, aportando una mirada personal y reflexiva desde la región. Anteriormente publicó Heroína, libro de relatos y La extravía está publicada por Ediciones del desierto, editorial cuyo centro de operaciones se ubica en el oasis de San Pedro de Atacama.