Los Anillos de Saturno, de Sebald, es una obra inclasificable y extraña. Quizás fragmentaria es la mejor forma posible de describir su narración. La obra discurre entre distintas escenas de la historia del hombre, que surgen a la superficie en forma de trozos y retazos sobre los que el autor indaga y reflexiona. A partir de las ruinas de la historia, Sebald se cuestiona acerca de la relación entre la barbarie que está asociada al progreso del hombre y el esfuerzo de darle un lugar en la memoria histórica a todos estos sucesos. Pues ¿Cuál es la relación entre la breve vida del hombre y la gran historia que no cesa de avanzar? ¿Son acaso la literatura, el archivo y la biografía las únicas formas de memoria histórica comprensibles para nosotros? ¿Acaso solo podemos acercarnos a nuestra historia global a través de fragmentos?
Poco a poco la velocidad y la levedad de los acontecimientos imprimen la forma de los hechos en el mundo y los aleja de un ritmo humano. Para Sebald, la literatura implica una distancia de la velocidad y prisa de la mundialización del mundo. El autor quiere entender lo íntimo del pasado del hombre, pero en su esfuerzo se da cuenta de que las tragedias de la humanidad están presentes constantemente en todos los espacios del globo. En Sobre la historia natural de la destrucción, el autor investiga los registros de los bombardeos a Alemania durante la segunda guerra mundial, preguntándose ¿cómo el pueblo alemán podía continuar sin más luego de semejante experiencia? ¿Cómo avanzar en el desamparo de la memoria?
Se avanza en la medida en que se olvida. Y solo se avanza entre los vestigios de lo visible. El resto lo ignoramos en nuestra desgracia. Por ello, para Sebald la destrucción y el daño de la existencia humana son las causas de la fragmentación de la historia.
La obra Los anillos de Saturno abarca una serie de microhistorias que constituyen un relato mayor: el viaje del autor a través de la costa este de Inglaterra. Sebald describe el viaje como una peregrinación que empieza a recordar luego de caer en una paralización absoluta en el hospital:
En agosto de 1992, cuando la canícula se acercaba a su fin emprendí un viaje a pie a través del condado de Suffolk, al este de Inglaterra, con la esperanza de poder huir del vacío que se estaba propagando en mí después de haber concluido un trabajo importante (Sebald 11).
En su viaje a pie, hay una sucesión de descubrimientos de las diferentes historias y fragmentos que conforman la realidad, pero que parecen ser ignoradas al mismo tiempo por los registros históricos conocidos. Como si estuviera en un anticuario, donde todo -incluso el tiempo- está detenido, Sebald pasea tranquilamente por las ruinas que permanecen ante sus ojos, recurriendo a vidas pasadas de literatos, pintores y aventureros. Chautebriand, Conrad, y Thomas Browne son quizás los nombres más importantes que menciona en su revisión, dentro de una vasta y desconocida gama de hombres cuyas identidades se pierden en los registros.
De esta manera, el relato se transforma en una peregrinación por diferentes momentos de la historia, donde cada lugar que se visita detona un recuerdo distinto; recuerdos que proceden a iluminar la realidad actual, pero que a la vez yacen en el olvido del mundo contemporáneo. Estos fragmentos aparecen solo como ruinas, como vestigios que dan a conocer en mayor profundidad una historia que el mismo hombre prefiere olvidar. Como el palacio de Morton Peto, que en alguna época fue un palacio principesco, pero que después de la guerra era un simple rastro del pasado erosionado por el tiempo.
Los vestigios que va encontrando el autor en su caminar parecen demostrar diferentes perspectivas de la suerte que corre el hombre en la historia, que siempre aparece acechada por la destrucción y la barbarie. Sin embargo ¿Cómo se integran estas experiencias en la memoria? Para el autor, pareciera que el destino del hombre está -y estará- ligado a cierto aire fatal, mientras no sepa entretejer y posicionar mejor los hechos del pasado.
Los personajes a los que recurre Sebald son, al igual que él, peregrinos que recorren el mundo y su historia, donde los viajes que realizaron y las experiencias que sufrieron los dejan anonadados, corroídos y desolados, vacíos ante el mundo frente a sus ojos. Por lo mismo, terminan alejándose de la sociedad, en busca de un lugar que funcione como un claro para respirar y que no esté inundado de las desgracias del hombre.
La peregrinación surge luego de un asalto de melancolía: una melancolía del hombre y de la dificultad que existe para comprenderlo en su dirección actual, donde el camino del hombre se encuentra estrechamente relacionado al progreso fundando en la catástrofe de la historia. Para Sebald, el progreso ha llevado y ha subsumido al hombre en el olvido y la destrucción de sí mismo. La historia humana no constituye “una cadena de datos, [sino] una única catástrofe que amontona ruina tras ruina y las va arrojando ante sus pies” (Benjamin 183). De esta forma, el mundo va tornando en una tempestad que “lo empuja, inconteniblemente, hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad” (Benjamin 183). Es decir, la historia general del hombre estaría caracterizada por el mismo olvido que ejerce el hombre sobre ella. Y quizás más que olvido, indiferencia.
Ante tal fenómeno, pareciera que solo las obras literarias pueden ofrecer un acercamiento humano a las catástrofes para las sociedades. Pero las mismas obras se ven sujetas al olvido; no un olvido relacionado con la memoria, ni con la carencia de registros, sino un olvido relacionado con un hedonismo nihilista enmarcado todavía por el estupor que siente el hombre hacia sí mismo.
En este sentido, lo que Sebald hace es una historia crítica de la sociedad moderna y sus valores. El relato se enmarca en la falta de sentido del actuar del hombre, que le genera un hastío hacia la monótonas existencias caracterizada por la barbarie. Un claro ejemplo de esto es la historia que cuenta el autor acerca la extracción del arenque, donde en un principio la exuberancia y vitalidad de los animales desbordaba a los pescadores y comunidades que vivían de ellos, pero una vez entrado en juego el proceso de industrialización y progreso en su explotación, el arenque va desapareciendo frente a los objetivos del hombre, y lo que queda ahora es solo un retazo de lo que alguna vez fue. Caso similar al de los gusanos de seda, donde un negocio que vio su apogeo y enriquecimiento también se relacionó “a la melancolía y a todos los males que derivan de ella” (Sebald 311), debido en parte a las condiciones y formas de trabajo que implicó la explotación en masa de la seda de este insecto.
De la misma forma, el autor se acerca a la vida de Conrad, donde explora su juventud caracterizada por el exilio de sus padres en los campos de trabajo, mientras él se distraía en la búsqueda de nuevos mundos de aventuras en las novelas que leía; aventuras que logrará encausar siendo mayor, cuando llega a ser capitán de un barco en una expedición a África en los primeros años del colonialismo. Pero lo que encuentra al llegar a su destino no es un mundo nuevo, ni paisajes sorprendentes, sino la misma historia de destrucción y barbarie que había azolado a sus padres tiempo antes. Lo que narra Sebald es un recordatorio del carácter cíclico de la historia, y del cansancio que produce esa futilidad de encontrarse una y otra vez con el mismo acontecimiento sin poder entenderlo y darle sentido. Es por eso que “las ruinas y los textos que llegan a nosotros como huella de lo que antes existió son testimonio de esa fatal <pasar> de todo, ya actuante en nuestras propias vidas” (Castillo Didier 55). Porque después de todo, a pesar del profundo shock que puedan causar, pareciera que ninguna vida está destinada a la inmortalidad, por el contario todas -o al menos la gran mayoría- están condenadas al olvido.
Incluso las grandes obras se hunden y son devastadas por el tiempo: “las casas y también los palacios de la nobleza de provincias que se construían en tablas pintadas de colores, se erigen sobre postes colocados en medio del lodo. Todo se hunde alrededor, todo se pudre y se descompone” (Sebald 121). Precisamente estos restos, estos resquicios de lo que fue y pudo ser, es lo que deambula y cuestiona la memoria del hombre contemporáneo. Ya no como lo que fueron antes, sino como fantasmas, como espectros. Al igual que en la escena de Hamlet donde el protagonista se encuentra con el fantasma de su padre, aquí el hombre actual se encuentra con los fantasmas de sus antepasados y sus acciones, pero no sabe dialogar con ellos, no sabe cómo darle descanso, no sabe qué lugar darles en su existencia. Como si todos los recuerdos fueran demasiado, y no pudiera ni siquiera acceder a uno.
Se debe recordar que Sebald pertenece al grupo de autores que crecieron después de los tormentos de las guerras en Europa; no conocieron ni experimentaron la guerra, salvo por los relatos de la generación anterior que sí la vivió. Y al igual que en cualquier sociedad marcada por traumas y shocks severos, entre la generación que los vivió y la generación siguiente que no lo hizo hay una distancia sideral desde la perspectiva de cómo se ordena el relato de lo sucedido. Esto da lugar a pequeñas lagunas de memoria que separan a los hombres del shock que no presenciaron y que solo conocen mediante el relato, por lo que elaborar un recuerdo de la destrucción pareciera ser un esfuerzo casi paradójico.
Sebald no encuentra respuesta a este problema: en su caminar, en su vagar como flaneur, va experimentando y viendo el mundo pasar. Se deja interrogar por los vestigios que va encontrando en su camino. Pero no parece encontrar ninguna respuesta directa a esta pregunta, salvo la iniciativa de volver a releer la historia y los fragmentos que la componen. En este sentido, se encuentra ante «un mundo demasiado gastado», como decía el pintor del Timon de Atenas. Un mundo agotado de la dirección en que en que se cuentan las cosas, y en que “este desgaste en la expansión, en el crecimiento mismo, es decir, en la mundialización del mundo, no es el desenvolvimiento de un proceso normal, normativo o normado” (Derrida 116).
Las escenas que elige narrar Sebald son del momento en que la pequeña historia del hombre, la historia de una comunidad, pasa a ser la historia global, como en el caso de los pescadores de arenque. El hombre anteriormente podía comprender los cataclismos a partir de las grandes relatos fundacionales de su propio pueblo, lo que le daba un lugar para sepultar el sufrimiento y la violencia dentro de la vida en que se participaba. Pero ahora ¿Qué le queda al hombre actual?
A medida que el mundo se ha ido mundializando, los grandes relatos han ido desapareciendo, y hoy en día parece no haber un relato que encause el sufrimiento y el horror que ha presenciado el hombre. Incluso si es que hubiera relato alguno en la actualidad, el sufrimiento y el shock quedan totalmente fuera de él, por lo que el hombre no sabe qué hacer con él. No hay un camino hacia el rito como el que había antes, sino que el hombre simplemente huye de él.
Este rehuir de la historia es lo que produce el vacío del hombre y de la sociedad actual, que se escucha en la ya conocida predicción de Zarathustra “El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos”(Nietzsche 413). Ante tal sentimiento, la única solución posible es caminar. Caminar, como un ejercicio de ascesis, sin destino conocido. Vagar por los lugares que ya no son frecuentados por el hombre y donde solo quedan las huellas de su pasado. Caminar como Chateaubriand, que luego de sus viajes por Medio Oriente y Europa, termina retirándose en los bosques, donde puede por fin comenzar a escribir sus recuerdos.
La imagen del caminante, cansado y melancólico, es evocadora de la cultura romántica, como en el Der Wanderer über dem Nebelmeer de Caspar Friedrich. Sebald parece afrontar todo este vacío y confusión al igual que los románticos, buscando nuevos horizontes en un mundo y en una sociedad con la cual no comparte valores. No es fortuito que lo que haga el autor sea una peregrinación, evocando otro motivo del romanticismo, que hace referencia a Childe Harold’s Pilgrimage de Lord Byron -donde el protagonista del poema siente el mismo vacío y hastió que enfrenta el autor alemán, donde la solución que encuentra a este estado es el de caminar, viajar y morir en una patria extranjera-. Sin embargo, Sebald sabe que este camino ya no es posible en el mundo actual.
El siglo XX es la conclusión y unión de todo el mundo en un proceso de mundialización. Todo los hechos se encuentran tan entrelazados en este momento que el escenario de un país se repite en otros. Y la actitud global ante el progreso invade todos los rincones de la tierra. Los lugares sobre los que habla Sebald vivieron un fuerte y rápido proceso de industrialización y decadencia (como Inglaterra y África), como define Benjamín “[b]uscar la superación de los conceptos de ‘progreso’ y ‘período de decadencia’. Son las dos caras de una misma cosa” (463).
La fragmentación de la memoria es solo el resultado del olvido del hombre, así como su fatalidad está relacionada a la incomprensión de la historia. Por lo mismo, la relación entre la literatura y sociedad en la obra es la de establecer una nueva visión acerca de las biografías y obras literarias, que ya no son vistas como simples narraciones sino como archivos propiamente tal. No en un sentido de forma y función, sino como los “objetos postales que ya no se reparten […][y que] se trasforman en objetos archivados”(Sloterdijk 84), donde las historias que cuentan los libros constituyen ahora más que nunca un acercamiento al pasado.
La función de la literatura en la sociedad actual podría definirse a partir de la labor de “consultar opiniones anteriores sobre temas modernos”(Sloterdijk 85). La literatura constituirá, así como el bosque para Chauteaubriand, la posibilidad de poder comenzar a recordar la vida que ha pasado y subyace a la existencia contemporánea. Porque a partir del trauma y la destrucción humana que instaura el progreso, la literatura se establecerá como la oportunidad de volver a releer la historia, considerando aquellos hechos que las fuentes oficiales y la historia global no toman en consideración. Sebald, entonces, ya no propone un caminar meramente físico, sino también una peregrinación a través de los claros de la historia.
Obras citadas.
Benjamin, W. Libro de los pasajes. Vol. 3. Madrid: Ediciones Akal, 2005.
Benjamin, W. Discursos interrumpidos. Madrid: Taurus, 1973.
Castillo Didier, M. Kavafis íntegro. Santiago: Ediciones Quid, 2003. Impreso.
Derrida, J. Espectros de Marx: el estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Madrid: Trotta, 1995. Impreso.
Nietzsche, F. Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza editorial, 2003. Digital.
Sebald, W.G. Los anillos de Saturno. Barcelona: Anagrama,1998. Impreso.
Sloterdijk, P. Normas para el parque humano. Madrid: Ediciones Siruela, 2006. Impreso.