Alumbrar
Alumbrar con lágrimas
todos los sótanos
de palabras y palabras,
donde aún él ha de guardar
algunos silencios húmedos,
algunas páginas imaginadas.
Un desierto necesario
en la palma se desgarra
por asir el lápiz a media asta
y poder así nombrar,
en voz muy negra, que
éste es el hechizo:
precipitado desde la cumbre
de la desolación,
machacado en la bravura
de los oleajes.
Procura cavar
Procura cavar
con tu misma boca
un lugar
más adentro
más azul
y pregunta allí
si acaso hay un dios
para los hombres,
si algún mar puede
reventar las penas
haciéndolas espuma.
Pregunta qué
mujer nueva
cuidará de esta lengua
pronta a la muerte.
En la fuente muda
En la fuente muda
del habla tu voz se hunde.
La escritura de la memoria
te dejó una piel rasgada
que ya no puedes ocultar
y unos ojos en los que
no hay sino naufragios.
Qué llanto pudiera
humedecer ahora
esa lengua tan desierta.
A tientas buscan tus manos
dejar en pos de sí una imagen
de sí mismas. A tientas anclar
en mar ajeno buscan tus ojos
otros ojos a qué asirse,
pero en vano repites siete
veces el nombre del diablo
en vano miras el cielo despoblado.
El hueso seguirá siendo
huérfano amparado
en su propia desolación.
Y allí quedarán tus pestañas
varadas en alguna playa
que nunca volviste a encontrar.
Qué polvo qué
Qué polvo qué
escritura vieja
se secó con los años,
se llevó las hojas
a tapar la piscina
que nunca tuvo agua,
la habitación del muerto
que permaneció intacta.
Pero relámpago tras
relámpago seguíamos
allí, recorriendo
con el dedo vencido
la tinta oscurecida
sobre las páginas.
Encendemos todavía
las velas que son los ojos
del lector imaginario.
Aún entre el polvo
escuchamos a nuestros
propios huesos crepitar
algo fuera del tiempo.
Aún entre el polvo
se escucha el rumiar
de las lenguas muertas.