30 años
se eslabonan en mi garganta.
Cicatrices anudadas en la piel.
Testigos mudos del abismo
al que vivo atada.
–¡Respira atenta!
Sin perder la nebulosa–
tras tu retina
el río se estanca de imágenes
que no quieres soltar.
Me parto los sesos
escuchando
lo que
no tengo
para decir
con esta lengua carcomida
que se encadena
al devenir
de sus palabras.
En el vacío
esperas
la proyección de tus deseos.
Mientras camino por esta vereda
contraria a tus ilusiones.
Limito con la mentira que la sostiene,
eterna encrucijada de dos ríos
que me desgajan.
Realidad.
En su turbación me disuelvo,
sin saber dónde
la mirada
se pierde.
En el desvarío de las noches
camino sobre máscaras abandonadas.
Los cuerpos que ya no soy
encadenan mis pasos.
De este lado escribo
con la lengua cortada.
Tu mudez permanece
tras mi grito
viene la nostalgia
este río sin nombre.
Dame un respiro,
un estropeado vuelo,
la luz de las tardes dilatadas.
Atiende la deshora de mis deseos.
En una soy muchas,
instantáneas
irreconocibles
y una al fin
la que posa la cabeza sobre la almohada
la que desaparece en las otras.
En La casa del sol naciente
ella apila polvo y ruina
escucha Los Animales
pero no a sus hijos tomar el tren.