cantocisne1En la ciudad de Viña del Mar, en 1962, el pianista chileno Armando Palacios interpretó por última vez el Concierto número 1 en Si bemol Menor compuesto por Piotr Illich Tchaikovsky. Era la culminación de una carrera dorada alrededor del mundo, sólo opacada por la rendida por su gran amigo y compatriota Claudio Arrau.  “Su trabajo fue preciso, pero a medida que avanzaba la audición, como a tientas y con esfuerzo en el desarrollo, los músicos y algunos más entendidos entre la concurrencia sintieron que Armando ya no era el mismo. (…) Amigos y familiares se apresuraron para felicitarlo, pero, estupefactos, extrañados, encontraron allí a un hombre completamente destruido. Era alguien como salido de un terrible combate. Su rostro estaba bañado en lágrimas. Sollozaba incluso. Y mostraba sus manos cruelmente ensangrentadas, con las cicatrices abiertas: Armando, durante el concierto, soportó estoicamente hasta el último acorde. Nadie se dio cuenta de su inmenso esfuerzo y de sus atroces dolores”.

En  Música para dos (LOM Ediciones, 2012), Óscar Vega nos sumerge súbitamente en un diálogo tendido universalmente entre un tú y un yo, aquí y ayer, un juego de roles donde nos encontramos con Cronista, “el ingenuo y desdentado” narrador, quien nos va esbozando el escenario de sus correrías y coqueterías intelectuales: mi amada Concepción, la ciudad brumosa; el áspero Santiago de dos siglos; los albores campestres e impolutos del Biobío; la humillada y altiva Berlín, “patria-cuna de Juan Sebastián Bach, Félix Mendelssohn, Robert Schumman, Thomas Mann, Johann Wolfgang Goethe, Ludwig van Beethoven y una interminable lista de creadores universales”, según nos señala Cronista. Todo en un esfuerzo por revivir entre sus aleteantes páginas a un artista olvidado por Chile y por la Historia: Armando Palacios Bate, y a un país y un orden de las cosas que ni siquiera podemos imaginar porque ya no volverán.

Estructurada como una íntima clase de solfeo, Música para dos extiende una mano arrogantemente desnuda al lector y le desafía, como al joven e impetuoso narrador de alzada provincia, a conquistar los anales del pensamiento filosófico, literario, pictórico y ⎯ por supuesto⎯ musical más importantes del último tiempo, sin espacio para el miedo de admitir que no lo sabemos todo puesto que ya nuestros maestros ⎯el gentil Armando, el pintor Abelardo Menéndez, el profesor Sergio Matus, el poeta Ramón Riquelme, el filósofo Nemorino, “y otros que brillaron en vida en modo distinto”⎯ lo tienen considerado y gustosamente nos ilustrarán a través de regias anécdotas y cálidos ejemplos ecuménicos.

La luminosa figura de Armando, infinitamente alegre y bruscamente zarandeada por su época y su gente, nos sirve de hilo conductor y de agudo comentarista de nuestra Historia reciente, local y cosmopolita, mientras que su música nos abre camino para encontrarnos con el afamado Claudio Arrau, la aguerrida Violeta Parra, el fulgurante Pablo de Rockha herido y el multifacético Alfonso Alcalde para transportarnos una tarde a sus vidas, compartir con ellos una bebida caliente en la siempre indómita tierra adyacente al Biobío.

Un capítulo especialmente visionario, Transcripción, nos relata el episodio con que inicio este texto y que representa, a mi juicio, la síntesis de la vida de Armando Palacios y de esta obra ⎯y oscuramente quizás de nuestra convulsa Historia reciente⎯: intitulado por Cronista como el Canto del Cisne, la solitaria canción de la magnífica ave moribunda que emplea sus postreras fuerzas vitales en sucumbir como un lucero señero de belleza pura, en medio de los caminos inexorables de la muerte.

Vega nos propone su novela como una máquina del tiempo, una crónica furiosa que se debate constantemente con un sensible ensayo histórico que clama por una revisión de lo que hemos vivido como Humanidad estos últimos siglos ⎯la terrible perfección de nuestros músicos, la sangrienta danza entre los que tienen el poder de matar y sus víctimas inmensas⎯: sólo así recuperaremos el coraje para mirar al futuro de frente y con el brillante canto de esperanza bien resguardado en el fondo de la caja de Pandora.

 

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