SALE A MIRAR LA NOCHE
Como si estuviéramos estirando las hojas de un libro
dobladas por años de uso, decidimos irnos a ese lugar
donde los hoteles costarían la mitad de lo que cuestan
durante la más alta de las temporadas, decidimos irnos
a una cancha de fútbol donde el cansancio estuviera prohibido
y los rivales nos robaran la pelota con ademanes de cortesía
que no escondieran su deseo de devolvérnosla, decidimos
después de jugar constantemente a la rayuela corta
(leíamos la fortuna de acuerdo a dónde cayera el tejo)
abandonar nuestras posesiones materiales: un par
de prismáticos y un quitasol que en el noroeste
de Ohio se podría usar de lámpara, unos
pantalones que parecieran tener vida propia
y la colección completa de la revista Avance
en cuyas páginas (dobladas) nadie fue capaz
de atisbar lo que se venía, fósforos recogidos
en el suelo lleno de aserrín de un Inés de Suárez
donde los parroquianos habían comido por última
vez cuando todo aquel que tenía hambre tenía
por lo menos el derecho de admitirlo, las mesas
tenían los manteles puestos, los garzones estaban
de pie esperando que se sentaran los comensales,
un poco de orgullo no le hubiera venido mal
a los que estaban dispuestos a comerse las migajas
que incluso los mendigos habían rechazado: esto
es una metáfora, pero también es una historia real:
tiene príncipes que son idolatrados, y una corte
que los rodea y reyes que desde la altura de su trono
aceptan los dictados de la reina, un panal donde las obreras
no saben muy bien para quién trabajan, estirando
las hojas dobladas de aquellos libros que aún no han leído
por culpa de la indolencia de los apicultores.
Gracias por dar señales de vida antes y después de ingresar al quirófano.
Las señales de humo no fueron tan eficientes como las palomas
mensajeras. De ahí que recién me vengo a enterar de que las ruinas
del centro de Santiago son ahora visitadas por los turistas
que meten sus dedos en los agujeros de bala para cumplir
su cita con la historia. El uso de bloqueador solar
es aconsejable para los que nunca trabajaron
en la mantención de los cordones obreros
en Cerrillos y Maipú. Mademsa era una fábrica
de refrigeradores que marcara a sangre y fuego
nuestra infancia. Los televisores Westinghouse.
Las bicicletas Cic. María Inés Naveillán. Avenida
Matta. Independencia con Gamero y un búnker
de clase media. Los trabajadores de la muerte
van de vuelta a casa, el cielo vino a quedarse
encima de nosotros incluso si no podemos
verlo, las señales de ruta no llevan a ninguna
parte, salvo a territorio conocido por unos pocos
iniciados, ese donde es mejor no perder la chaqueta
porque tampoco sería importante recuperarla: sale
a fumar en medio de la fiesta, hace frío pero no importa,
la luna bien se merece esos sonetos que sería incapaz
de escribir si no tuviera un cigarrillo colgándole
de los labios y la obligación que se ha autoimpuesto
de reflexionar mientras los otros juegan también
a la rayuela corta: despreocupados de donde caiga
el tejo, el río que les preocupa encauza aguas
que dan la vida sin tenerla, como decía el judío
errante, otro que solía aproximarse al balcón
para observar desde la altura de un primer piso
al hombre de las estrellas parado frente a él.
Supo entonces que existe vida en Marte
así también como en la tierra. Gracias, le dijo,
gracias por dejar que los marineros se aporreen
sobre la pista de baile, gracias por recordarnos
a los que nacimos en mil novecientos setenta y tres
que a veces basta una piedra para que las ruinas sigan en pie.
Que el arte de perder es un poema que nada tiene que ver
con nuestra historia, sino con las formas de abandonar
la fiesta sin que nadie se pregunte dónde estamos:
afuera empieza a llover. Si no estoy equivocado
ahí comienza nuestra historia.
IN MEMORIAM DEREK WALCOTT
Las enfermeras saben a la perfección su trabajo.
Y el verso dónde terminar. La épica que te mantiene
atado a una silla de ruedas no opaca lo mejor
de esas playas donde se forjó el que mejor
de todos sabía que la lluvia lo esperaba
una vez alcanzara el final del surco
arado bajo el yugo por los bueyes.
No fue perjudicial reconocerte
entre los que estaban en aquella
fiesta. Si un anciano y venerado extranjero
podía escapar de la veneración que lo rodeaba,
la puerta estaba abierta de par en par
y entramos a la que no era nuestra casa.
Dicen que estás muerto, pero no se me olvida
la bronca que te mandaste entre ese montón
de aspirantes que te escuchábamos
como esas noches en que subíamos hasta la Virgen
y jurábamos de guata haberla oído: Kalafquén
y la Daniela amanecían en el pasto del Santa Lucía
tres días después de haber abandonado sus aposentos.
Los usuarios del transporte público no pueden apartar
su mirada: una pareja se está besando el mismo día
de tu muerte. Una pareja se está besando a los pies
de Gabriela Mistral y los indios involuntarios
que la rodean. Una veneración cayendo
con lo que sea que ilumina aquellas playas
donde la mitología reemplazó a los pescadores
y la pobreza no fue menos pobre. Cada uno se siente
libre de encerrarse como monjes de clausura
al interior de su propia celda. Orar
está fuera de discusión. Pareciera que estoy
escribiendo en inglés. Te pido disculpas
por no haberlo comprendido, pero
el día de acción de gracias otra vez nos
pilló lejos de nuestro hogar y las luces
de aquellos edificios eran incapaces
de calmar el frío de aquellos meses.
Los botes varados en la arena no son
parte de un ejército que no ha sido nunca
derrotado. Pero sí están a la espera
de que alguien los empuje mar adentro
para echar las redes en el agua y pescar
un par de zapatos que nadie se quiere
poner. Eso tampoco es una derrota.
Ni tuya ni de los pescadores. El día
que vuelvan con los peces alguien
los habrá multiplicado y habrán
navegado sobre el vino porque
alguien tenía que casarse y
alguien tenía que beberlo.
La silla de ruedas seguirá
girando. Estés o no estés
sobre ella. El círculo
se completa solo.
Ninguno de los dos es necesario.
VEN Y COGE
Yo quiero escribir como Gastón Baquero
y dármelas de inocente. Saludar a las montañas
como si fueran compañeros de lucha y una vez que estemos
instalados en el poder traer a los violinistas
para que a alguien se decida a dar por cierto
lo que otros entienden por verdad.
Dejar de lado las rimas interiores, hacer
cuantos sacrificios sean necesarios
para dar por terminadas esas
murallas que nos permitan hablar
de los escombros. Yo quiero
tener un as bajo la manga,
escuchar los gritos destemplados de mi hija
cuando está ensayando con el chelo
y los conciertos de Brandemburgo
sean ese nombre escrito sobre la arena
que las olas se niegan a borrar. Quiero
verla sonreír cuando inclinándose
después de la última nota salude al público
que no quiere dejar de saludarla.
Todavía se escuchan algunas
notas que no han abandonado este teatro.
Cómo se dice en este idioma
que los parrones están
preñados de uva, cómo se dice cauceo
con tomate y cebolla picada finitica:
la abuela Ana tenía un restorán
pero no era mi abuela
y mucho no conozco de esa historia.
Cómo se dice en este idioma
palomas de carbono catorce, amigos
como juncos en el agua, cómo se dice
las montañas nos rodean a propósito
para que el aire que respiramos
sea el mismo que dejamos de respirar.
Y EL SOL SEGUÍA ALUMBRANDO
Una amiga de mi hija
la encerró una vez en el maletero
de nuestro auto. Otra vez
le dijo que odiaba a los pocos
negros que vivían en nuestra misma
cuadra. Su madre pesaba cerca
de doscientos kilos, tal vez un poco
más, no trabajaba porque tenía
una pensión de discapacidad
de esas que los políticos por los que ella
siempre vota están ansiosos
por borrar del mapa y
jamás se paraba del sillón
que estaba enfrente de la tele:
su hermana mayor (catorce)
ya estaba embarazada, pero por lo menos
trabajaba en Walmart setenta
horas por semana: nunca
los oí quejarse, nunca vi que dejaran
de celebrar el cuatro de Julio
e incluso estacionaban
en la calle sus dos autos: la amiga
de nuestra hija incluso
veraneaba con
nosotros. No le tenía miedo a los perros
y le gustaba andar en bicicleta.
Su pelo era casi blanco.
No sé si tenía nombre. Pero de haberlo
tenido seguramente era un nombre
que recordaba alguna fecha,
alguna victoria obtenida a costa
de mucha sangre derramada.
Esas son las únicas
que se recuerdan con fuegos
artificiales en este país.
Las otras están
en los libros y suelen ser
aquellas de las que hablan
los profesores. Cuando te piden
que recuerdes una fecha, un apellido
supuestamente heroico, escribe
su nombre, acuérdate
como le decía tu hija, cómo
te pedía permiso para
ir a la casa de X,
lo mucho que la echó de menos
cuando X dejó de ser su vecina.
Y el sol seguía alumbrando.