lenguasdehumotransparente.pngEl último título de Sergio Muñoz (Valparaíso, 1968) nos enfrenta a una imagen inasible y apenas perceptible, no señala un estado asimilable ni una materialidad concreta como sus lenguas anteriores, sino que a través de estas proclama la evanescencia de su composición; la extraña apariencia que se conserva en los veintisiete poemas de esta entrega queda entonces enunciada desde su título.

En Lenguas de humo transparente asistimos a una experiencia poética donde no sólo la sonoridad de sus versos nos sumerge en un torrente de imágenes a la deriva, sino que además la referencia a mitos, artistas y especialmente a compositores de diversa naturaleza dan cuenta de que lo musical es un ineludible telón de fondo. El poema que abre este libro nos sitúa en los compases de la melodía crepuscular de Thelonius Monk, indicando así la atmósfera tonal que envuelve al sujeto, como refiere el verso inicial “toda la nostalgia desorientó mi gesto”.

Esta falta de directriz del sujeto poético nos lleva a través de la creación de sucesivas figuraciones que se irán diluyendo, sin posibilidad de un momento de constitución plena. Esto es lo que ocurre con la alusión a una relación amorosa fallida que se trata de escrutar: “Estoy cavando un dolor que no sé, que existe, que es tuyo y mío, que nos tocó con mayor o menor grieta, de terciopelo a garra, no lo sé” declara la voz en el poema ‘Dolor’ ante la ausencia de un otro en el que recae el deseo, del cual sólo nos queda un claroscuro indefinido y que sirve como justificación para el ejercicio que oscila entre memoria y reflexión.

Estamos entonces frente a un hablante que disminuye al máximo la posibilidad de certezas sobre la realidad representada, pues no sólo se niega una, sino dos autorías a través de la tachadura, seña que el autor ya había expuesto en 27 poemas lenguas en blues (2002) y lengua ósea (2003) al mostrar su nombre rayado al lado del seudónimo; ahora ambos están al mismo nivel de negación, como anticipación de la definición errática que de sí mismo manifiesta el sujeto a lo largo del poemario en el que está siempre “escondido en otras caras y cuerpos”.

La incertidumbre a la que uno se ve sometido es suscitada mediante una interpelación recursiva a través de la cual el hablante busca una fijación tanto de su objeto de deseo como de sí mismo, por ello es que no podemos establecer con exactitud una definición delimitada del sujeto poético, no sabemos a quién o qué se dirige y menos podemos quedar conformes con lo que dice sobre sí, puesto que encarna distintas formas, estados y emocionalidades como hace ver en el poema ‘zen’, lo cual permite concederle credibilidad sólo cuando se reconoce “marea difusa que yo soy/ reflejo y sombra al trasluz”, o terminar comprendiendo que todas estas indefiniciones se reducen a un mismo proceso de constante metamorfosis, lo que valida las variaciones en las que si bien nos hace creer que algo nos está mostrando, en definitiva nos oculta mucho más, concretando así uno de los epígrafes de José Emilio Pacheco.

Slotedijk cree que “no hay arte que no realice a su modo una experiencia con el hecho de exponerse y con la exposición de formas.”, idea que se corresponde con este sujeto que se exhibe para hacernos entrar en una complicidad en la que revela el deseo de reconciliación consigo mismo luego de un fracaso amoroso, y por ello desperdiga su interioridad prismática; pero luego los poemas nos negarán la importancia de la experiencia del individuo, haciéndonos caer en cuenta “que somos miseria enamorada/ tiempo éter desprevenido y casual/ huevo entre millones de otras posibilidades estelares” según señala el hablante en ‘la muerte correcta está escrita’.

De esta manera, el hablante revela un sujeto y objeto cuyas posibilidades de precisión son expuestas a la deriva, sólo tenemos acceso a la sombra de estos, al rastro que de ellos queda, ya que se irán transformando constantemente al momento de alcanzada una determinación. Esta condición cambiante e inasible es reforzada mediante la recurrencia a la imagen del río que marca el inexorable paso del tiempo: “yo sé que el río es el río y que su curso me cambia irremediablemente/ del que he sido al que soy que me limpia de esos trozos de muerte/ que se adhieren a mi piel”. Este cause representa el deseo de reconciliación, que lleva y por el que se deja llevar el hablante, quien pretende aprehender una sustancia que al mismo tiempo lo subsuma,  sin lograr alcanzar su cometido, razón por la cual no varía su timbre nostálgico.

Este sujeto, atrapado en su propia búsqueda, en su propio objeto de deseo, desafía la percepción al querer capturar la volatilidad de las formas, como refiere en el poema ‘underwood’:

entre lo que vemos y lo que nos ve

entre lo que somos y lo que no

si es que eso es posible

yo no sé yo he perseguido cosas a lo largo del tiempo

y me he quedado estático encerrado en ellas

como dentro de un túnel que no pasa

y no me deja ser ni cicatriza

labios rutas otras veces cosas mínimas y erráticas

 

La incapacidad de asir las cosas se debe a que están girando en espiral –“en el espiral donde completamos lo que somos”–, en ese movimiento estas aparecen y destellan para luego convertirse sombras, y  vuelven a asomarse con nuevos matices, con cicatrices que delatan su mutación;  sólo así son expuestas para el sujeto, quien termina siendo envuelto por ellas como por lenguas de humo transparente. Bajo esta circunstancia el silencio vendría a ser el requisito para que el hablante se desligue del lenguaje mismo, de lo cotidiano, y de tal manera pueda acercarse a una posible lucidez.

Sin embargo, no son los recuerdos ni las cosas lo que le concierne al sujeto, éste comprende la caducidad de  esas experiencias que le incumben,  motivo por el cual asume en ‘soy silencio recogido’ el implacable paso del tiempo:  “pero todo pasará pues todo pasa/ y todo morirá pues todo muere/ y el río dejará de ser río cuando deba hacerlo/ y el tiempo mientras deletreo mi sombra/ se aparece en su corriente y me da una larga explicación/ del vacío y sus formas y me dice adiós”. Se rompe así la relación con cualquier tipo de objeto que tenga asidero en la realidad que se pretende bosquejar, asumiendo la volatilidad de su representación.

Con la proclamación de la muerte de los objetos nos percatamos de que estamos frente a puras fantasmagorías y que el espiral del cual se nos está haciendo testigos es  “simulacro de absurda eternidad”. Si seguimos las ideas de Victor Stoichita en torno a la noción de simulacro podemos entender que el sujeto de este poemario está recreando continuamente su deseo de reconciliación para enmascarar la ausencia de su objeto a través de formas evanescentes que desbordan y borran los límites entre imagen y realidad, por ello el hablante señala “estamos aquí yo necesito unir los puntos/ de este simulacro del amor y la muerte”.

Este ejercicio que erige apariencias etéreas por sobre su modelo de realidad hace que los recuerdos, las preguntas, las reflexiones, hasta las excusas dirigidas a otro sean sólo constatación de la ausencia escenificada en el espiral que termina siendo “esa constelación de palabras constelación de signos/ constelación de sonidos que crujen dentro nuestro/ que se desnudan ante mí”; el hablante así revela su simulacro en el humo transparente de las lenguas que son convocadas para converger en el torrente de sombras que no reflejan ningún objeto.

A lo que nos enfrenta este poemario en definitiva es a una reflexión sobre el quehacer poético, donde el hablante nos va descubriendo que la poesía no se escribe con nada, no hay material que le dé vida, ya que se funda en expresiones “percutidas sobre la represión de cierta oscuridad/ que todos cargamos sobre nuestras supuestas cicatrices”. La poesía no tiene un lugar determinado, estaría fuera del lenguaje, ya que no se construye con palabras ni con silencio, “aparece detrás de las arrugas/ aletea en el humo feroz de unos quejidos/ arde en el origen navega en la sien/ y destila un rigor equivocado/ que maldice en su latido malherido”. La poesía sería simplemente silencio, sombra, surgiría de la contemplación de lo efímero que se va tejiendo en espiral.

La revelación de la poesía como simulacro se va constituyendo a través de versos que trastocan los sentidos e invitan a ir más allá de los límites de la percepción, estos nos llevan a la declaración de una poética a la que no le interesa ser representación de una realidad concreta: “yo sólo indago en los espacios entre una palabra y otra/ apenas escudriño en la juntura/ con que los signos se infiltran de verdad/ no me interesa tanto lo real ni su sombra”, declara el hablante en ‘la muerte correcta está escrita’, con ello podemos ver que esta poesía prefiere jugar con las posibilidades de expresión de lo intangible y lo inefable que se encuentran al reverso de la experiencia.

 

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