Felipe González: Noticias de Luis Mizón, poeta del exilio porteño

El pasado 29 de mayo el poeta porteño Luis Mizón recibió en la embajada de Chile en París, a nombre de la ministra de Educación, Adriana Delpiano, y por medio de la embajadora, Marcia Covarrubias, la Orden Gabriela Mistral por su obra literaria —alrededor de cuarenta libros desde 1961 hasta la fecha, incluyendo dos ensayos históricos y una novela publicada por Seix Barral—, escrita principalmente en Francia luego de su exilio en 1973 (el que interrumpió su carrera como profesor de Historia y Derecho en la Universidad Católica de Valparaíso). Un mes después, el 25 de junio de este mismo año, Luis Mizón recibió —con discurso de Pierre Brunel— el premio “El Jazmín de Plata” de la ciudad de Agen, por su trayectoria literaria. Anteriormente, había sido condecorado como Caballero de las Artes y las Letras (1990) por el Ministerio de la Cultura y la Comunicación de Francia y recibido el premio Benjamin Fondane (2014) para escritores francófonos. En la actualidad, es director de la revista Confluence poétiques, fundada en 2006, así como presidente de la asociación del mismo nombre.

Luis Mizón nació en Valparaíso, en 1942, y sus poemas aparecieron por primera vez publicados en 1960, a sus dieciocho años, en la Antología Alianza (Ediciones Océano) de la antigua Sociedad de escritores de Valparaíso. En esta rareza bibliográfica comparte páginas con Ennio Moltedo y Sergio Escobar, autor del joyceano Aquel tiempo, esas enajenaciones (1969) —y de un Valparaíso ralentizado bajo una mirada milimétrica—, por nombrar a los poetas que resultan más familiares. El antologador, Ernesto Barrera Zamora, describe con precisión iluminadora los poemas que Luis Mizón había escrito —e incluso los que escribiría durante los próximos cincuenta años en Valparaíso y París—: “se advierte vigor en las imágenes, expresadas en un plano vocabular de incuestionable raigambre estética”.

Al año siguiente, en 1961, Luis Mizón publicó su primer libro, La pieza con luz (Imprenta Mercantil), que ahora él mira como una colección de imitaciones de los poetas que, en todo caso, le ayudaron a formarse y definir su estilo propio. Acerca de sus influencias y de la imitación, comenta lo siguiente en una conferencia dictada el 2014 en la Sorbonne: luismizón1“Federico García Lorca fue mi primer encuentro con la gran poesía contemporánea y mi reacción creo que fue la buena; de la admiración pasé a la imitación más o menos consciente. En esta sabia asamblea creo que se respetará esa tradición antigua de la imitación, que por otra parte sirve de antídoto a la imitación involuntaria. Un cierto control de la imitación me sirvió más tarde para desembarazarme de Neruda, de Rilke, de Lorca y de Saint-John Perse”.

 

luismizón2Solo once años después, Luis Mizón publicó su segundo libro, Las palabras encima de la mesa (Editorial de la Escuela de Derecho, Universidad de Chile, Valparaíso) en el que figuran algunos poemas premiados en el “Concurso de Poesías de la Sociedad de Escritores de Valparaíso” (1965) y en el “Concurso Nacional de Poesía Luis Tello” (1971). Un crítico de la época, reconoció en este libro un afán de “evitar […] ´los andrajos retóricos´ [verso del propio poeta], y por esa razón sus poemas, precisamente sin retórica, son verdaderos ejercicios de concisión estilística, llegando, incluso, a poner siete llaves a las explosiones emotivas”.

En la misma conferencia antes citada, Luis Mizón dice de su segundo libro que “[e]se cuadernito muy feo sería decisivo en mi vida […] Al publicar Las palabras encima de la mesa en 1972 mi poesía está ya definida en lo esencial. El primer poema de esa colección es “Tierra próxima”. Roger Caillois va a traducir este poema y va a hacerlo publicar en La Nouvelle Revue Française, en 1977”. De esta manera, sin más contactos que la propia osadía al entregarle su “feo cuadernito” a Caillois luego de una clase universitaria, Luis Mizón fue vertido al francés por uno de los traductores más prestigiosos de esa época (Roger Caillois es el traductor de las Alturas de Macchu Picchu de Neruda, así como de los cuentos de Borges, que por esto logró su fama europea) y en una de las revistas más importantes de literatura en Francia. En una entrevista aún inédita —realizada este año por quien escribe junto a la profesora Ximena Figueroa, estudiosa de la poesía porteña del exilio— , Luis Mizón se refiere a la entrada de su obra en el campo literario francés: “[e]n Europa mí poesía tuvo una suerte extraordinaria de ser traducida, publicada y rápidamente reconocida en medios que están muy acostumbrados a la lectura de poesía y que no admiten la menor presión de orden ni político, ni económico, de ningún tipo, venga de Chile o de Estados Unidos…”. Al año siguiente, en 1978, el poema “El árbol” apareció traducido también por Caillois en la revista Création.

Esos dos poemas más uno inédito, “Poema del Sur”, pasaron a componer el primer libro francés de Luis Mizón, Poème du Sud, publicado nada menos que por Gallimard, en 1982. A partir de este momento resulta vertiginoso nombrar todas sus obras —prácticamente una por año desde entonces hasta 2012 al menos— que luego de la muerte de Caillois, en 1978, fueron traducidas por Claude Couffon y otros traductores ocasionales. Algunos títulos, sin embargo, resultan elocuentes a la hora de mencionar las temáticas y experiencias recurrentes en su escritura del exilio, en la cual, según anota Ximena Figueroa en su tesis doctoral, “hay un tránsito fluido entre el presente y la memoria, propio de lo onírico; al mismo tiempo [que] se percibe una atmósfera de benefactora nostalgia y una figuración lúgubre, angustiosa del lugar de origen [Valparaíso]”. Pero enriquecedora al mismo tiempo, habría que añadir. En la entrevista antes citada, Luis Mizón responde la siguiente pregunta al respecto, que vale citar por extenso:

luismizón3Para concitar lúdicamente la constelación simbólica de tu obra, te haremos la siguiente pregunta: si tuviéramos que narrar un cuento con los títulos de tus siguientes libros: Poema del Sur (1982), Tierra quemada (1984), Provincia perdida (1988), Viajes y regresos (1989), El náufrago de Valparaíso (2008) y Marea baja (2012), ¿de qué crees que nos hablaría? —Luis Mizón: Yo creo que todo se resume al final en el sur, y en la experiencia chilena, la experiencia de la tierra y la experiencia de la historia, las dos cosas. Esta es una tierra y una historia violentas. Bueno, esta violencia ha hecho que tanto la tierra como la historia se oculten, lo que es propio de un escenario de violencia. Entonces esto recorre en otra forma el sendero de mis libros: en la forma de un silencio casi inaccesible, o de una realidad aparentemente accesible, pero como la escuchan los niños en el silencio de la noche, atentos a todos los ruidos que puedan producirse, porque pueden significar alguna cosa. Una mezcla entre el miedo y el asombro. Yo reuní eso en Poema del Sur, con la palabra sur. Esto, en realidad, produjo un mal entendido porque el sur en Europa no es nuestro sur; cuando los europeos piensan en su sur, piensan en un sur lleno de sol, con esa gente que se ríe todo el tiempo, cantan, etc. No digo que nosotros seamos tristes, pero nuestro sur es mucho más silencioso y no tan asoleado. Y sin embargo, hay elementos comunes. Nuestro sur se parece más a Noruega o al mundo nórdico, pero, a pesar de eso, es como si la palabra sur pudiera englobar dentro de nuestro sur frío el mismo sentimiento de ese sur europeo. Y sobre todo respecto de la historia. Tenemos una historia semejante; los “sures” se unen respecto de la historia aunque tengan climas distintos: la resistencia, un cierto sufrimiento de la historia que se ha padecido. Y además, el sur es una periferia, no es un centro, y nosotros estamos siempre en este sur en un límite, en un extremo, en un extremo límite también respecto del conocimiento. La “tierra quemada” ya sabes que se produce en la guerra, pero también es una forma de enriquecer la tierra con la ceniza. La ceniza tiene un valor simbólico enorme. La ceniza tiene las dos cosas, la fertilidad y la destrucción. Pasemos ahora a la “provincia perdida”. Yo era profesor de Historia del Derecho, y la pro-vincia era, en el derecho romano, pro-vincere, una atribución conquistadora y un atributo militar para vencer. Para mí, en mi fuero interno, me decía, nuestra provincia no está completamente perdida, pero finalmente me decidí por decir: nuestra provincia se perdió. Y nombré esta provincia nuestra como un lugar de derrota. Respecto de ese poema Provincia perdida, a mí me había invitado la Fundación Royaumont a un seminario de traducción colectiva con Bernard Nöel, Jacques Ancet y Saúl Yurkievich, y fue traducido entre todos. Con Jacques Ancet jugamos a la escuela, y era él el profesor y nosotros los alumnos. El resultado lo publicaron ellos en los Cuadernos de Royaumont. El título de Viajes y regresos está claro. Desde que me fui de Chile yo empecé a regresar el año setenta y siete, y siempre haciendo el mismo camino al mismo lugar para ver a mi familia, siempre en la misma fecha; no era un viaje turístico, desde luego. Es una experiencia renovada que yo estimaba una forma de conocimiento enriquecedor de lo que no podía conocer de otra forma. Decía yo que no valía la pena viajar, que estaba todo acá en Chile. Mis amigos se habían ido mucho antes y hablaban de la Sorbona, de mayo del sesenta y ocho, y yo seguía insistiendo que realmente no valía la pena viajar. El náufrago de Valparaíso tiene que ver con uno de estos regresos; propuse a France Culture unas emisiones sobre Chile con varios temas: Valparaíso, las minas de Chuquicamata, el sur, los adolescentes en Chile… Doce horas de emisión. Llegué entonces a Valparaíso con la idea de grabar cómo se vivía en dictadura. Al mismo tiempo era conocer yo mismo un Valparaíso que nunca había conocido. Ahora llegaba no como profesor de la Escuela de Derecho, si no como un escritor ya bastante conocido en ese momento. Entonces, para entrar de alguna forma indirecta y enriquecedora, para llegar a lo que Valparaíso espontáneamente no me iba a mostrar, encontré un camino nuevo. Veo de repente un letrero en la calle que decía: “Torneo Guantes de Oro”. Averigüé más y supe que había un lugar donde los boxeadores se entrenaban y fui con Jacques Taroni a grabar lo que decían. Todo ese mundo me pareció absolutamente increíble, una especie de gran delirio de la decadencia de Valparaíso. Ya sabemos todos los que somos de acá que la decadencia forma parte de nuestra experiencia de Valparaíso. Pero en este local ya era increíble. Los boxeadores se entrenaban con cuerdas para saltar que eran correas de antiguas máquinas Singer. Al mismo tiempo, los espejos rotos, las fotografías, sus historias… Esos boxeadores valientes que reciben castigo y castigo pero que se levantan siempre, hasta el final; ya están ensangrentados, pero no se dan nunca por vencidos y se transforman en una especie de héroes míticos; los otros que quedan un poquito tontitos; los otros que se les olvida lo que han sido; los otros que siguen siendo los entrenadores de fantasmas…. Y decidí introducirlos después en mi relato El náufrago de Valparaíso. En Marea baja están los regalos sorprendentes de las mareas bajas de Talcahuano que formaron parte de mi infancia; la oportunidad, provisoria, de internarse en un universo lleno de riquezas”.

Para finalizar esta nota, hay que mencionar que durante su última visita a Chile, en el verano de 2017, trayendo bajo el brazo su también último libro de poemas Mata ki te rangi. La isla cuyos ojos miran al cielo (2016) —en que cada poema recorre un lugar de Isla de Pascua y reconstruye su memoria—, Luis Mizón comenzó a recibir algo del reconocimiento nacional que le ha sido esquivo, y fue invitado a dos conversatorios: con los académicos de posgrado de la Universidad de Playa Ancha y con los poetas y arquitectos de la Ciudad Abierta de Ritoque. Por otra parte, durante estas actividades, la editorial Al Fragor acordó comenzar a publicar varios de sus libros que así, después de un largo y sinuoso viaje, regresarán por fin a Valparaíso, de una u otra forma siempre presente en ellos, como en el siguiente poema de Viajes y regresos:

La polvorienta luz del mar

bautiza niños pobres en los cerros.

Espectros matinales

tejen el resplandor del eco.

Sus hilos recogen

la respiración de las ruinas.

Ladridos de perros

y melodías populares

en las escalas mojadas del puerto.   


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