No es necesario ser una casa:
El cerebro tiene corredores que sobrepasan
El espacio material.
Emily Dickinson
Entre medio de los bosques, una intuición, un recuerdo, por ahí una escena sacada de una película, una cita o también un chiste, pero todo ello envuelto en un solo ritmo que sopesa cada palabra. La escritura de Charles Wright nos acerca tanto a la pausa y al silencio como a la anécdota y a la reflexión calibrada. Se mueve en esos dos ambientes, como un pescador que conoce tanto el flujo del río como el flujo de la ciudad.
Poeta laureado de los Estados Unidos en 2014, su obra más conocida, Black Zodiac se hizo merecedora en 1997 del Premio Pulitzer y del Premio Nacional del Círculo de Críticos. Más allá de esto, la vida de este exsoldado y profesor de Tennessee, pareciera correr a contracorriente de un mundo que hasta a la poesía le exige visibilidad. Y eso es algo que pareciera haberlo aprendido de la poesía italiana (ha sido uno de los traductores más interesantes de la obra de Eugenio Montale), de la estacionaria vibración de la pintura de Paul Cezanne y del enorme paisaje norteamericano.
Buffalo Yoga es un ejemplo de una manera de pensar y recordar a través de los encuentros con el mundo exterior. Aquí un nido puede traer la voz de un amigo muerto o las estrellas o los ciervos que dan vueltas cerca del pantanal. La vida animal, vegetal y mineral es una extensión de la actividad del cerebro, una conexión de neuronas que permite que el poema sea una serie de capas que se intercalan entre sí, generando un hojarasca interesante hecha de una variedad no menor de árboles y experiencias.
La conocida crítica Helen Vendler condensaba así la forma creativa de Wright: “sus imágenes cambian con las estaciones, crea un tono musical para cada poema y son concebidos en una manera en la que nunca dejan de impactarnos… Él suena como ningún otro poeta y se ha mantenido leal a la percepción y a la intuición –tanto de la oscuridad como de la luz- tan poco común en la poesía contemporánea.” Y en cierta forma aquello se refuerza con el comentario del poeta Jai Parini que califica su pensamiento de “Emersonismo oscuro”, al leer el mundo natural como un símbolo del espíritu, pero también de una ausencia de sentido, de una contradicción. Un Emerson no altisonante, sino sumamente coloquial.
Como ha anotado Harold Bloom, su verso sigue una larga línea de influencias que van desde Walt Whitman a Wallace Stevens y Ezra Pound, pero que en su interés por el aforismo y la síntesis (es conocida afición a la poesía china antigua desarrollada especialmente en Sestets) recala también en un intento por refrescar una mirada gastada del mundo, con un ánimo en que se lo siente igualmente cercano a la reflexiones de Henry David Thoreau: incluir un grado de intuición tal que pareciera que el mundo circundante siempre está siendo pensando por primera vez.
Los poemas aquí seleccionados son fragmentos del libro Buffalo Yoga y de su largo poema homónimo publicado en 2004, hasta ahora inédito en español. Seguramente a algunos lectores les parezca alusiva esta escritura, una especie de camino por el que, a través de un túnel de árboles, nos encontramos con el mundo de los muertos.
BUFFALO YOGA (fragmentos)
De Charles Wright
El tiempo nos desgasta y erosiona
como algo inútil, como agua en un vaso,
como pisadas sobre peldaños de mármol,
paso a paso lento hasta que perdemos filo y nos lija.
Y la infancia tan distante como los anillos de Saturno.
Tiempo, suelta mi mano, solo por esta vez,
y camina detrás de mí a través del pasillo, el interminable,
el que lleva al lugar a donde que tengo que ir.
—
El agua está diciendo sí y sí en el arroyo.
Llegaron nubes, y la última noche de luna,
luna llena, es un recuerdo.
El viento elige su camino entre los árboles
Lentamente, como si pensara en no quebrar nada.
La agachadiza del pantano se posa sobre la pícea azul.
Nada en la naturaleza dice no.
Como pequeños fantasmas bailando, el lupino y la castilleja
se quedan quietas y envían de vuelta sus mensajes
a través de los barrancos y los negros arroyos subterráneos.
Caballos blancos ensombrecen a los ciervos.
Fuera de las húmedas puertas en los bosques,
ángeles emergen con sus frentes de bronce.
Y siempre, bajo los árboles iluminados,
la respiración tranquila del musgo,
góndolas en oscuros canales
transportando de acá para allá
bajo el suelo del bosque
las sombras de quienes se van, y las sombras de los que se quedan,
unos de pie, otros sentados.
—
Las plantas de lentejas acostadas sobre el agua verde.
Las colas blancas de dos ciervos
se agitan en la pradera.
Jinetes transparente surgen de entre las ramas de la pícea y escapan hacia el sur.
Me paro junto al borde del pantano y los veo desaparecer.
Como ellos, me gustaría cerrar mi boca
y susurrar para nadie.
—
Desmantelando el puente dañado,
encontramos estrellado un nido de mirlo
hecho completamente de musgo.
Le pregunté si alguna vez había visto uno, y asintió que sí.
Le pregunté si había visto uno caminar
bajo el agua, y asintió que sí.
Sobre o bajo, caminar en el agua es algo maravilloso,
pensé.
Entonces pensé en Tom, muerto hace poco en una tierra extraña,
Y quise ser un mirlo y caminar
bajo el Atlántico Norte
Y traerlo de vuelta, dejarlo sobre una cama rígida y musgosa
para siempre, sobre las aguas,
Para caminar en ambos mundos
en ambas estaciones, sobre lo maravilloso.
—
Las estrellas parecen una ventana iluminada esta noche,
o faroles dejados para la comodidad de los muertos,
sin desenrollar sus curiosos mapas intergalácticos
a este lado de la medianoche.
Sus viajes son largos, y uno sin lujos ni atenciones.
Madre de la Pobreza, haz ojo ciego con ellas, déjalas pasar.
Más allá de la medianoche el otro lado,
Norte y sur, escalera abajo hacia el amanecer.
En los resbaladizos, fríos pasillos del fin, no está nuestro amigo.
Está donde nuestro eco reside.
Está en lo que hemos tenido que pasar,
Volviendo a oír cada palabra que alguna vez pronunciamos.
Escuchando una última vez el sonido de las cuerdas de las estrellas en nuestras pequeñas voces.
—
La risa y el trino tartamudo de un pájaro desconocido.
Enterrarán a Tom en Virginia del Oeste en un par de días.
Mariposas como un yo-yo sobre flores pequeñas.
Caballo blanco y mula y caballo de los fiordos
sobre el pasto en los campos resplandecientes.
Perro negro y perro dorado a lo largo de las ciénagas.
Enterrarán a Tom en Virginia del Oeste, y punto,
la mariposa regresa al diente de león,
tan cosmopolita como la hierba.
—
Como la memoria, la noche es amable con nosotros,
borrando detalles inútiles.
Circunferencia, por ejemplo. O linealidad.
La astronomía comienza a tener sentido, y verticalidad.
Como sedimento, milímetro a milímetro, nos alzamos hacia las estrellas.
—
Las clásicas implicancias de la vida después de la muerte
parecen revelar, tan lejos,
Una estrella y un viaje oscuro
al redescubrimiento de nuestros nombres,
de nuestros verdaderos nombres, eternamente inscritos en el registro de la luz,
del cual surgen todas las letras.
Y eso me ajusta al tiempo de ser,
el alfabeto de la tarde comienza a confirmarse en el campo,
como una caligrafía radiante.
Si uno supiera el nombre para el que él estuvo practicando,
sería tan fácil.
El mundo es un libro mágico, y nosotros sus oraciones.
Lo leemos y nos leemos a nosotros mismos.
Lo cerramos y damos vuelta la página
Y nunca regresamos,
Retornar a lo que una vez fuimos antes de convertirnos en lo que somos.
Esta es la historia que cuenta el mundo, esta es la manera en que termina.
[Versión de Diego Alfaro P.]