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Estoy en una de esas noches que el silencio hace de cada cosa su propio enemigo. La bóveda se enfurece. Mi manta tiembla. Yo ya no estoy escribiendo. Dentro de esta noche se está cazando al gorrión de piedra, único que inquieta el ritmo de lo invisible. Entre lanzas crece el dominio de quien se presenta primero ante el sonido. Al pájaro se le soltó una pluma y no era de piedra, era de levedad, vuelo y dejo. Hoy es una de esas noches en donde el anonimato de las cosas se devela cantando.
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El lenguaje es el humo del pensamiento. La oquedad que deja el éxodo: un héroe del naufragio. Héroe es quien anuda el flujo del mohín de una palabra que fue nombrada en el pasado. Aquellas que rechazan ser palabras para volverse cosas como las cortinas, papeles usados y ventanas.
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En cada vértice, una fotografía: símbolo del estancamiento, del rechazo a ese otro que no participa dentro del cuadro. En cada vértice, una pelusa, una concha deshabitada; en cada vértice, el hollín de algún recuerdo -lo siento, no puedo quitarle el silencio a este oficio.-
(de coreografía de una vigilia.)
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pedernal que se agita perdona la posible aparición de la poca palabra. presencia ajena y besada como el niño que bota el pan añejo. perdona por hundir y pronunciar. perdona por no aparecer y ser primeriza: el pedernal cuando choca, me inunda y promete flechas, lagunas y paladar. perdona por decir al unísono: humo, acantilado y cariño. perdona las paredes que llevo de álamos, crujidos y polvo. perdóname por perderme en el aliento último.
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y quedarme vapor. caudal llano de viento, ojos de la fruta aguda que habita en la mano. temblando en el recorrido de cada pata y bruces de este animal que me lleva a la residencia. alelí y cúrcuma. y hacerme beso alzando la mudez del tacto. la brisa y el trueno cierran el día. me aúpo, relincho e incendio la sombra del poema perdido: el que no escribo cuando me hago vapor. el que no escribo, pues lo encielo, lo dejo a tus ojos, lo empiedro, lo entrigo, lo firmo con tu nombre
(de pedernal)
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motor inmóvil acostándose en el siglo, en el epígrafe de la sonrisa triste que hay en la ventana de una despedida, figura de todo el vacío que hay en lo reunido, que se va a la lluvia de la lengua y se va a la lengua de la sed y se viene a la pupila que crece tras las puertas de esta noche quejumbrosa. Tú, caldo de mi voz, del phatos sembrado en su olor; llanto de carne en medio de un diálogo humano con lo de un túnel, vamos que te sueño gato baldío en las misturas de vida, vamos cementerio verás de esta voz -que jura verte haciéndote en una melodía-, mediana como este hombre que te ve corriendo allí mismo donde respira y suicida un niño: vocal abierta de saliva fértil
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ciego de algo quizá por distraerte, quizá por llegar al vidrio quebrado que protege mi hogar, lo opaco que tiene sonreír. Avieso y desconsolado. Te veo chiquito en los columpios del habla. Te has callado, mutismo infantil de negras rodillas, bájate te digo, bájate, hay días en que los árboles te empujan, hacen creerte que su savia es tristeza, bájate te digo pequeño ahínco dolorido, bájate que me subo a conocer la altura, yo allí ahíta y montesa, allende al dolorido silencio: he dejado de nombrarte
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desde la semilla castrada de mi boca –en la que hablas- hay un fardo lustroso del miedo que habita como la muerte, la beldad sola con los ojos que no cruza el cuerpo, órgano de sus letras como el hambre de la boca, de la quemadura de tu libro: orificio del significante, pues yo soy onomatopeya de ti flotando -ido en la edad y en la piedra-
(de ahíto)
Natalia Rojas (1983)
Tiene estudios de Literatura y Restauración. En el 2008 participó del Taller de Poesía de La Sebastiana. El 2009 obtuvo una mención honrosa en el Concurso Nacional de Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso. En 2011 gana el primer lugar del concurso de revista Grifo, organizado por la Universidad Diego Portales. En 2011 publica la plaquette Pedernal en coedición Chile- Argentina por Cuadro de tiza y VOX Ediciones, Santiago-Buenos Aires.